5

60 7 0
                                    

Las dos semanas que restaban para finalizar el semestre pasaron volando, en las tardes Mérida salía a algún parque y allí estudiaba hasta que el sol se escondía, le gustaba estar al aire libre y no metida en cuatro paredes, después guardaba sus cosas, iba por un helado y caminaba de regreso al apartamento repasando mentalmente lo que había estudiado. En las noches Liz y Roger (y de vez en cuando Will) la visitaban.

Finalmente llegó el viernes por la tarde anunciando la última clase, y Liz cómo tenía que comprar algunos preparativos para la fiesta envió a Roger para que recogiera a Mérida. El chico ni siquiera tuvo que llamar a la puerta pues ya Liz había sacado copias de la llave, simplemente abrió en silencio y sin querer se encontró a Mérida de espaldas arreglando las maletas al ritmo de una canción que nunca había escuchado.

– Hola– dijo.

Mérida gritó y lanzó al aire el short que doblaba en ese momento. Roger se echó a reír y la pelinegra se giró aún conmocionada, pero al ver la llave en la mano de Roger frunció el ceño.

– No me digas que Liz...

– Síp.

– Ugh, lo sabía.

Mérida observó detalladamente la vestimenta de Roger y lo aplaudió varias veces mentalmente. Los lentes de sol estilo aviador completamente negros, el cabello rubio apuntado en todas las direcciones posibles, una camiseta negra de Jurassic Park sin mangas que dejaban a la vista sus bien ejercitados brazos, unos jeans del mismo color y unos tenis converse rojos. No es que fuera un atuendo espectacular, pero a él sin duda se le veía increíble.

– Debo admitir que te ves muy bien. Luego de un ligero bronceado volverás locas a las chicas.

– Ya las vuelvo locas.

– Uy, discúlpame Zac Efron por tan irrespetuoso comentario de mi parte.

Roger recogió el short blanco de Mérida y lo puso sobre su pelvis.

– ¿Esto te queda?– le preguntó.

– Claro que me queda genio, por eso me lo pongo.

– Un momento, ¿dijiste algo de bronceado?– preguntó Roger luego de mil años.

– Tres horas después...

– Yo no necesito un bronceado– exclamó indignado mirando sus blancos y bien tonificados brazos–. Tú necesitas dejar de decir estupiedeces.

– Estupideces– le corrigió con una sonrisa–. Y sí lo necesitas, pareces un litro de leche andante.

Mérida cerró todas las ventanas, se aseguró de que no faltara nada y agarró la botella de su neverita. Ambos caminaron al estacionamiento mientras conversaban y Roger se ganó múltiples miradas por parte de las chicas que pasaban, y cómo no si era un triple papito obra de Dios tallado por los mismos ángeles.

– ¿Sabes que las chicas de la residencia crearon un grupo para averiguar todo sobre ti?

A Roger le sorprendió ese nivel de locura.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque me agregaron. Apenas leí el nombre del grupo me salí– comentó Mérida divertida–. ¿¡AlgunaDeUstedesSabeQuiénEsElRubioDel201!?

– Tal vez puedas presentarme a alguna de tus amigas, una que sea inteligente.

– ¿En serio?– Mérida se giró y vio como Roger le guiñaba el ojo a una morena que pasaba con sus libros en la mano, la chica se rió por lo bajo–. No me parece que necesites ayuda.

– No la necesito, solo quiero que me des una recomendación... El resto lo hago yo.

Mérida se echó a reír, la confianza y la alta autoestima de Roger eran increíbles. No podía negar que tenía una especie de aura llamativa y exótica revoloteando a su alrededor, pero tampoco podía estar tan convencida de que fuera tan bueno como aseguraba ser como para conquistar a cualquiera que se le atravesara.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora