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La señora Hammer había puesto ciertas reglas que se debían cumplir si los tres hermanos querían conservar sus cachorros. Las cuales eran:

1. Los excrementos que hayan tanto en la casa como en el patio y terraza, se limpian inmediatamente.

2. Los perros no duermen en las camas ni en los sofás.

3. Solo se puede jugar fuera de la casa.

4. Se deben bañar cada quince días.

Y última y más importante:

5. Si un jarrón se llegaba a romper el animal responsable y su dueño se irían inmediatamente.

Claro que los perros no entendían nada de eso y hacían lo que querían porque aún eran pequeños. Sin embargo, los tres hermanos empezaron a entrenarlos mejor de lo que se podía esperar, en especial Will y su pequeña Leia Tormenta Johansson Newton quienes se habían vuelto inseparables, afortunadamente ambos se estaban alimentando bien.

Liz y su cachorro: Joey Tornado, todas las mañanas salían a trotar y al regresar jugaban un poco con una gruesa cuerda que la chica había sacado del sótano especialmente para su perro quien adoraba jugar a quien jalaba más fuerte. A veces cuando llegaba Rufus, el cachorro corría hacia él únicamente para jalar los cordones de sus zapatos, cosa que el rubio odiaba.

Mérida y Huracán, al cual casi siempre llamaba simplemente Can, rompían casi todas las reglas impuestas por su madre. Ambos eran igual de desastrosos. La chica desde la primera noche durmió con él en la cama y desde entonces se había vuelto costumbre, aunque a Can le gustaba dormir a veces con sus hermanos en la camita que compartían. En las mañanas muy temprano iban a correr y de regreso mientras ella hacía el desayuno le iba enseñando nuevos trucos a Can lanzándole como premio uno que otro pedazo de fruta, el cachorro adoraba los mangos y con tal de comer más ya había aprendido a dar ambas patas y a ladrar al escuchar las palabras clave. Era adorable.

– Sentado– Can ladeó la cabeza confundido. Ella sonrió y lo acarició entre las orejas–. Sentado.

El cachorro soltó un chillido de frustración, de verdad quería ese mango.

Mérida se agachó y lo sentó. Dos minutos después ya sabía sentarse al escuchar la palabra, el problema era que cuando le daba otra de las órdenes se confundía y hacía lo que no era, y ya los trozos de mango se habían acabado.

– No hay más– le explicó enseñándole ambas manos vacías, él se levantó y se fue orgulloso moviendo la cola–. Que interesado...

– ¡Mérida, Huracán está mordiendo mi pantufla de pandas otra vez!– gritó Will desde arriba unos minutos después.

Ella lo ignoró pues estaba ocupada hablando con Adam, necesitaba que le hiciera un favor.

– ¿Estás segura de esto?– le preguntó el hombre esa misma tarde mientras sacaba del armario todo el equipo.

– Sí.

– De acuerdo.

– De nuevo gracias por acceder.

– Tu padre me contó lo que te sucedió; lo que te hizo Alice esa noche– él miró a Mérida con comprensión–. Entiendo porque quieres entrenar a Huracán y lo respeto, yo también lo haría si me hicieran algo parecido.

Ella negó y acarició al animal en la cabeza.

– No sé si esto funcione, pero creo que me sentiré más segura sabiendo que mi compañero sabe a quién atacar.

– Funcionará, solo hay que ser pacientes y disciplinados, el resto se hará solo.

Lastimosamente esas dos virtudes no eran el fuerte de Mérida, pero con tal de conseguir lo que quería, haría lo que fuera necesario. Aun así no pudo evitar burlarse de Adam vestido como el muñeco Michelin.

El Fin (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora