Ustedes podrían pensar que con el tiempo esta historia tuvo un final medianamente feliz, ¿verdad? ¡Pero no es así! Con el paso de los meses, Mérida se refugió en muchas cosas para soltar el dolor que todo el asunto de Alice había traído a su vida. Algunas de esas cosas eran buenas, aunque no la mayoría.
Empezó a beber, mucho. Dejó de hacer ejercicio. No salía de la casa que Juan y Adam le dejaron a ella y sus hermanos, y en la cual ahora vivían. La última vez que vio a sus padres hacía ya casi un año. Estaba decaída casi todo el tiempo, ni siquiera el helado la animaba. Lloraba todos los días. Enfermaba muy seguido y odiaba ir al hospital. Will y Liz estaban realmente preocupados por ella, al igual que Roger. Lo único que la hacía sentir mejor era la compañía incondicional de Huracán, cuya presencia era la única que no involucraba sermones o regaños. Mérida dejó de ser la mujer fuerte y valiente que era y se convirtió en alguien irreconocible, se odiaba a sí misma.
Un miércoles, cuando estaba dormida en el suelo del baño, tras haber vomitado todo lo que había tomado la noche anterior, tuvo un sueño, de esos que te muestran algo que ni siquiera despierta eres capaz de ver.
Estaba en la casa de su abuelo, en la sala. Todo estaba en su lugar y parecía ser exactamente igual a cuando ella era una niña e iba con toda su familia a pasar los domingos allá; los muebles, los cuadros, las fotografías, el olor. Afuera se veía el campo verde extendiéndose hasta las colinas. Los árboles eran frondosos y el cielo azul radiante, podía escuchar los pájaros y las aves en el corral. Todo era exactamente igual a como había sido antes.
– Jennie– la llamó una voz cansada, pero cargada de dulzura–. Ya llegaste...
Mérida dejó de ver por la ventana y se giró. Su abuelo estaba a mitad de las escaleras mirándola como si no lo pudiera creer, vestido con sus habituales camisas de cuadros y la pipa endendida en la mano. Cuando sus ojos se encontraron él sonrió con pesar y bajó los últimos escalones con rapidez. Ella lo alcanzó y se lanzó a sus brazos con emoción. Lo había extrañado tanto. Todavía olía a tabaco y menta.
– Abue...– murmuró cuando se separaron. Él hombre tomó su rostro con gentileza y le sonrió.
– Ha pasado mucho tiempo, linda. Mírate como has crecido, ya eres toda una mujer.
– ¡Te he extrañado tanto!– exclamó ella al borde del llanto–. Todo es un desastre. Yo hice tantas cosas que...
– Ya, ya... respira y guárdate todo eso para tu psicólogo– la tomó por los hombros y la guió al comedor–. Sé que no es fácil seguir con todo lo que ha sucedido, pero tienes que continuar, linda. Tienes una maravillosa familia y una vida entera que vivir, así que no me jodas y deja ya de quejarte por lo que perdiste, ¿entendiste?
Y ahí estaba el abuelo.
– Sí, señor.
– Muy bien. Así me gusta. Ahora límpiate la cara, ya lloraste suficiente. Quiero verte feliz.
Mérida se limpió las mejillas llorosas e hizo su mejor esfuerzo por sonreír.
– Ahora ven, hay alguien que quiere verte– le dijo.
En el comedor, preparando la mesa, estaba una mujer de grandes ojos cafés vestida con una larga falda floreada y una blusa blanca, tenía el cabello blanco recogido en una trenza a un lado y las manos llenas de pulseras de colores. Cuando se giró, Mérida abrió los ojos con sorpresa. De inmediato la reconoció.
– ¿Abuela?
– Hola, Jennie– la saludó y sus ojos se hicieron más pequeños cuando le sonrió–. La última vez que te vi tenías...

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El Fin (Completa)
AksiyonMérida y Roger terminaron su relación de un segundo a otro. Muchas personas dirían que tras la ruptura ambos se volvieron personas totalmente diferentes, y claro, no se equivocaron del todo, pero el motivo por el cual cambiaron va mucho más allá de...