Capítulo 1

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Era una noche realmente oscura cuando Warley se acercó a aquel puente, un poco de soledad para fumar un cigarrillo. No le gustaba realmente estar en el castillo, no en aquel lugar vacío y con miradas llenas de elogio y veneración, tan falsas que sus rostros parecían destruirse al tener que hacerlas. Le gustaría tener compañía, pero no de ese estilo. Prendió el cigarrillo con un encendedor y se dispuso a mirar la luna, sentir el frío del suave viento que soplaba desde lejos.

La ciudad se alzaba imponente al otro lado, edificios tecnológicos y muchos más antiguos, mezclados para hacer lucir el lugar fascinante. Pero del otro lado del puente estaban las casas pobres, había propuesto dar cierta parte de dinero a esas personas pero todos en el consejo dieron un rotundo NO. Lo entristecía, ver que nunca crecerían realmente, que en una parte de su pequeño reino la gente moría de hambre y robaba por algo pequeño que los llenara por al menos unas horas, y estarían felices por ello.

–Cough, cough –escuchó tras él, se giró solo para ver como una manta de trapo se movía. Parecía una piedra. Por un momento se asustó pero luego reconoció que debía ser una persona.

– ¿Hola? –preguntó él
suavemente, con voz amable.

– ¿Hmm? –dijo la voz mientras asomaba la cabeza sobre la manta. Toda la cara estaba tapada solo revelando los ojos, claros sin duda, pero no podría distinguir el color exacto mientras fuera de noche– Ah... ya veo porqué el olor, vete a fumar a otra parte –comentó entrando de nuevo en su ovillo.

–Perdona, no tenía idea de que había alguien tras de mí –dijo él dejando el cigarro, tirándolo al suelo y pisándolo hasta que se apagó.

–Júntalo, esta es mi zona. No quiero basuras –dijo la voz peculiarmente ronca, no sabía decir con exactitud si era mujer u hombre, no pudo mirar bien el cabello.

–Bien –dijo Warley recogiéndolo, pero no se marchó, de pronto se sintió interesando en aquella persona. Sin duda alguna era extraño hablar con alguien de Sligeta o bien el lado pobre del reino–. ¿Aquí vives?

– ¿No es obvio? –dijo aquella persona aún desde dentro de su tela.

– ¿No tienes casa? –preguntó aún con más curiosidad, si pudiera hacer algo por él...

–Me ofendes, ¿qué no ves? –dijo sacando la cabeza por completo, una mujer entonces– Este puente es mi hogar, lo quiero como a uno.

–Oh, ya veo –dijo él, de pronto recordando sus modales, no era bueno preguntar así–. ¿Cómo te llamas? –eso si lo consideraba importante, aunque olvidase su nombre tan pronto como se marchase.

– ¿Qué te importa? –sorprendió a Warley con eso.

–Supongo que verdaderamente no lo consideras de mi interés, mi nombre es Warley... por si no me conoces claro –dijo él sentándose a su lado en el suelo que descubrió, era sumamente frío. Ella se alejó un poco.

–Aléjate. No te conozco, y tienes un nombre tan raro que ya lo olvidé –dijo cubriéndose con la manta.

–Jajaja, lo sé. Me lo puso mi madre pero algunas personas lo consideran extraño como tú –dijo él recostando la cabeza contra la pared gris y cerrando los ojos.

– ¿Por qué mejor no te vas? Esta es mi zona, ya te lo dije. No quiero extraños –replicó pero él no se movió.

–Estoy descansando un poco, no siempre puedo salir a tomar aire –comentó abriendo los ojos–. Pero si quieres que me marche así será, no quiero incomodar. Una última pregunta, ¿tienes trabajo? –era el momento en el que debía ayudar, a su manera. Así que se puso de pie.

–Obviamente no, ¿o acaso lo aparento? –dijo ella bajando un poco la sábana, dejando ver su cabello marrón según el parecer de Warley.

–No, perdona. Lo digo porque si quieres te puedo ofrecer uno –dijo él.

– ¿Eres un ángel o andas dando limosna como rico que aparentas? –eso dolió, se había vestido lo más común que estaba a su alcance.

–Bueno... ¿aceptas o no? –dijo él ignorando cómo ella se enteró de su riqueza.

–... Algo es algo –dijo en lo que parecía convencimiento propio, se encogió de hombros y asintió–. Siempre y cuando no sea algo sucio, claro.

–Oh no, claro que no –él se sonrojó ante eso–. Llega al palacio mañana a primera hora, diles que te mandó Warley por un trabajo.

– ¡¿Al palacio?! –Exclamó abriendo los ojos como platos–. Definitivamente tienes dinero –dijo mirándolo de arriba abajo–. Pero es mucho, de seguro si llego me toman por loca y tú por estúpida. Nadie entra al castillo, el rey es muy estricto, supuestamente mantiene el orden de todo, pero aquellos –dijo señalando a Sligeta– mueren de hambre y él no hace nada.

–Es cierto –comentó él–. Y debería caerle un rayo encima por todas las atrocidades que ha hecho, pero nadie lo juzga, creo yo que es un problema. Nadie mejora sin las críticas –dijo totalmente serio, significaba mucho para él.

–Hablar mal del rey no es bueno, puede escucharnos –dijo esto en un susurro al que él rió–. Pero yo le diría sus cuentos en la cara.

–Jajaja, eres muy graciosa. No hay manera de que nos escuche –comentó él.

–Algunos dicen que las sombras son sus espías más fieles y el cielo su mensajero –susurró. Esa comparación ya era demasiado, pero él entendía, "sombras" era el nombre que se le daba a los espías del rey, y "cielo" a los mensajeros. Todo para confundir a los enemigos, como probablemente la señorita frente a él estaba.

–Eso no es cierto, Jajaja. Acepta, no te estoy engañando, en verdad vivo en el palacio. Y también podrás hacerlo tú, si quieres claro –dijo él dándose la vuelta para irse.

–De acuerdo, iré. Pero más te vale que no me estés engañando o te buscaré por todo el castillo hasta dar contigo y golpearte –replicó ella tras él.

Continuaría riendo un buen rato. Burlase del rey era una de sus nuevas actividades favoritas.

Se contaban muchas historias de él. Le conocían como El rey misterioso ya que casi nadie conocía su nombre fuera del palacio. Había librado batallas muy largas y sangrientas, formado un equipo con los mejores guerreros, entrenado en lugares inhóspitos. Huérfano de padre y madre por enfermedad. Y joven, muy joven para todo lo que había hecho hasta el momento, veintinueve años, ni siquiera los treinta y ya era un hombre que conocía mejor el campo de batalla que a la palma de su mano.

Corte de FalsedadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora