Capítulo 17

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Esperó paciente en aquel trono a que sus órdenes fuesen obedecidas, horas y horas pasaban mientras seguía allí sin mayor cosa que hacer.

–Warley –dijo su esposa entrando a la estancia. Claro, ella no necesitaba ser anunciada.

– ¿Qué se te ofrece? –preguntó cansado de sí mismo, de todo. De leer la hoja roja dentro del sobre del mismo color que descansaba en su mano.

–Me comentaron que estabas aquí sin hacer nada. ¿Por qué no bajas? Almuerza al menos –parecía preocupada, como siempre desde la boda. Pero eso no podía ser más que una mentira.

Si era un mal rey por creer que todos eran buenos en su interior entonces solo debía dejar de hacerlo. Todos y cada uno tenían un corazón de acero y óxido, fuerte pero dispuesto a romperse. Tal vez aquel orín era la causa de todas sus mentiras y engaños.

–No me apetece, prefiero a que llegue el causante de esto –dijo alzando el sobre con la hoja.

–No sé de qué hablas –contestó confundida.

– ¿Tú padre no te lo dijo? –preguntó él incrédulo.

–No, para nada. Pero ese color no me dice nada bueno –respondió ella.

–El estúpido de Lord Valiz provocó al rey en Tamir y este ahora ha declarado la guerra –se limitó a decir guardando su enojo hasta el momento en el que el susodicho apareciera ante sus ojos.

Había librado una guerra durante dieciséis años en contra de Tamir, que recién acabó hace tres. Y ahora el imbécil de Valiz hacía esto. Todo finalizó con la muerte del rey, pero ahora el hijo seguía sus pasos y tenía razones para cobrar venganza, no sería muy linda esta guerra. Ninguna lo era pero al menos no sería tan descabellada como esta.

¿Quién decía que no fue el rey quién comandaba a la Milicia Dorada? Su mente se iluminó ante eso, bueno al menos tenía una razón para recuperar al comandante de sus ejércitos y darle a Darren con qué llenarse.

–Eso es horrible –dijo ella llevándose las manos a la boca–. Permíteme estar a tu lado en todo esto –él le dirigió una mirada que sabía haría que lo odiara.

–Si quieres un trono al lado del mío entonces pídeselo a los sirvientes, rebájate a ese punto. ¿O es que todo este cambio es falso? Sigues teniéndole asco a la servidumbre, ¿verdad? –preguntó recordando cómo era ella realmente.

–Esas son cosas diferentes –oh, se veía ofendida. Pero no la culpaba, tenía razones.

–De todas formas eres una dama de la corte, no puedes ensuciarte las manos. Ni siquiera sabes cómo tomar una pistola o espada –dijo Warley sonriéndole sin parpadear.

–En Tamir no están permitidas tampoco las armas de fuego –replicó ella.

–No, pero eso no les impide usarlas. A nosotros tampoco, aunque solo en Redtict y Darren las utilizan –dijo encogiéndose de hombros.

– ¡Anoche no estabas así! No eres así –exclamó asustada mientras daba pasos hacia atrás.

–Este soy yo –señaló el trono y el salón–. Siempre he sido el rey, pero nunca había asumido la posición realmente. Para serlo hay que ser cruel.

–Pero también sentir –replicó ella manteniendo la mirada firme.

–Dite eso a ti misma. Recuerdo como insultabas a los sirvientes, como me traías las quejas, como los maltratabas. Pero por respeto no hice nada. ¿Aunque qué me queda ya? –Se puso en pie– Un reino destruido si te fijas bien. Valiz tiene esclavos, Preland y Redtict no paran la creación de sus armas, tu padre dispone de muchos sicarios. Wender es un territorio podrido prácticamente, solo que nunca lo has visto. Alter tiene un ejército enorme. Y los pobres me quieren matar al igual que todos en la corte. ¿Cómo arreglo todo?

Corte de FalsedadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora