Capítulo 2

39 9 2
                                    

Ella no sabía con exactitud por dónde debía entrar. La puerta principal no parecía adecuada para alguien como ella, pero las puertas del servicio... la matarían si la veían.

Estuvo casi una hora entera pensando si entrar o no al palacio, y luego la pregunta era cómo. ¿Buenas, me mandó un tal fulano por un trabajo? Y debía de ser sin duda alguna una imbécil por no recordar el nombre del hombre tan amable que le ofreció trabajo en un lugar como este.

Pensaba que era un contratista de prostitutas o un traficante de personas hasta que se recostó a su lado. El aroma proveniente de él no era de licor, ni siquiera al cigarrillo que estaba fumando. Olía a madera y vainilla, delicado pero fuerte a la vez, no era el aroma de un hombre que se dedique a los negocios de los barrios bajos.

Entró entonces por la puerta principal, que fueran los demás a ver dónde metían sus narices. No le importaba no haberse bañado en días, semanas incluso, o verse como una indigente, ya que realmente lo era. Aquí solo estaba ella y su fortaleza mental.

Avanzó con paso firme, intentando profundizar cada uno y a la vez acelerar. Sin caer ni resbalar, regia, como dicen los ricos. Probablemente le daría risa verse a sí misma hacer esto.

– ¿A quién busca o que negocio tiene aquí? –dijo uno de los guardias cruzando una lanza con el otro. Aterrador, y por eso nadie entraba.

–Eh... – ¿cómo se llamaba? – Un hombre..., con fuerte musculatura y de cabello negro con ojos claros me dijo que buscara trabajo aquí en su nombre, pero lo olvidé –su orgullo estaría hecho pedazos en la noche, todo para conseguir un pedazo de pan y tal vez vivir allí como le dijo aquel hombre.

–No tengo idea de quién habla –contestó el otro, serio. Ambos se miraron y siguieron con las lanzas cruzadas. Ella solo los observaba.

–Si no tiene nada mejor que hacer le sugiero que se marche –comentó de nuevo el primero en hablar.

–No puedo irme –y definitivamente no podía, de todas maneras hoy no quería robar, no se sentía con el ánimo suficiente.

Se retiró hasta la fuente en medio del gran jardín y entrada principal. Todo tan grande, tan... limpio. Ella debía sin duda resaltar entre todo el verde y blanco del área. Su pantalón marrón de cuero aún aguantaría un tiempo, su blusa del mismo color pero de algo más suave, también. En cuanto a sus prendas interiores debían ser las de peor estado, pero no se veían, así que no urgía. Aún le quedaba tiempo, a ella, a su ropa, a su vida. Los huesos se marcaban en sus brazos y piernas, solo el rostro era el que menos denotaba su hambruna.

Esperó toda la tarde en ese lugar, cambiaba de posiciones al recostarse, sin duda le dolía la nuca, y el trasero también. Pero debía intentarlo, recordar el nombre, pero no podía..., era simplemente imposible, tan confuso que se dio por vencida cuando el sol se empezaba a ocultar.

–Le ordenamos que se retire, ha estado obstruyendo el lugar –dijo un guardia, otro diferente, debieron cambiar el turno. Pero... "obstruyendo el lugar" sonaba muy extraño. Tal vez "quitando la hermosa vista del jardín" sería una expresión mejor.

–Aún no, este suelo es más cálido que el del puente –dijo ella removiéndose en el piso de acera blanca.

–De todos modos no tiene por qué estar una indigente en el jardín principal del palacio, el rey me va a matar si se entera –he ahí por qué el fervor de echarla.

–Solo un minuto más... –pidió ya casi que sin voz a causa de su deshidratación.

–No puedo –dijo jalándola del brazo y haciéndola colgar de él hasta ponerla de pie.

Corte de FalsedadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora