Fuera, más allá de los muros del castillo de Hogwarts, ruge una tormenta de nieve como no se ha visto otra durante ese invierno. Incluso Hagrid ha tenido que refugiarse en el castillo por temor a que su cabaña quede sepultada. Sin embargo, la sala común de Slytherin se halla sumida en la quietud. Es una de las ventajas de vivir bajo tierra. Allí el aire no hace entrechocar las ventanas, ni silba entre las piedras de manera que no te deja dormir. En las mazmorras se respira la calma más absoluta, sobre todo cuando son más de las diez de la noche y la mayoría de los chicos y chicas de Slytherin se han ido a dormir. Es un buen momento para terminar trabajos, redacciones, o simplemente para disfrutar de un poco de tranquilidad, justo como hace Alya Haworth, enroscada en un gran butacón de orejas situado al final de la sala mientras observa una fotografía que tiene entre sus manos casi sin pestañear. El rincón que ocupa apenas está iluminado por un farolillo flotante que despide destellos amarillentos, pero la buscadora ha recorrido tantas veces aquella imagen con sus ojos que podría estar a oscuras y distinguir las facciones del hombre que aparece en el retrato.
Robertus Wilhelm Haworth le dirige una sonrisa ladeada y jactanciosa que provoca en Alya una profunda oleada de pena. Al tomarse aquella fotografía no tendría más de 20 años, estaba lleno de vida, de deseos y sueños de futuro que se verían truncados con su prematura muerte, a la corta edad de 27 años. ¿Cómo habría sido tener un padre? ¿Cómo habría sido tener a su padre? Por más que Alya mira aquella foto de Robertus, no puede más que fantasear, a pesar de que su madre ha accedido a hablar de él y contestar las preguntas de su hija. Sin embargo, jamás llegará a conocerlo. Por más que Regina le cuente de él nunca podrá saber cómo era en realidad. Se imagina, por su sonrisa, que era un hombre divertido, un poco engreído, quizás, a juzgar por su expresión granuja. Lo que es indudable es que era increíblemente guapo. Tenía Robertus Haworth un aire aristocrático. Era alto, de rasgos elegantes y finos. El cabello le llegaba casi a los hombros y era tan oscuro como el de Alya, lo que destacaba de manera deliciosa con sus ojos claros, de un azul grisáceo semejante a pedacitos de cielo tormentoso. Su nariz era refinada y distinguida, igual que sus labios y sus pómulos. Igual que todo él. "Eres igual que tu padre", suele decirle su madre, acompañando las palabras con una sonrisa. Pero Alya duda bastante que sea ni remotamente tan hermosa como lo era su padre. Desde luego nunca ha advertido en ella ni rastro de la elegancia natural que parecía poseer Robertus.
— Hola, ¿qué haces?
Alya alza la vista. Albus Severus Potter se deja caer en un sillón contiguo al suyo. Es raro verlo solo, sin Scorpius y sin su reciente nueva amiga Devi Rothfuss. Mira a su alrededor, pero no ve a ninguno de los dos. Supone que se han ido a dormir. De hecho, se da cuenta de que la sala común se ha ido vaciando hasta quedar prácticamente vacía. ¿Cuánto tiempo ha estado allí sentada?
— Solo... Pensaba. — Contesta ella, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú?
— Acabo de terminar un trabajo. Me iba a dormir pero te he visto aquí y he venido a darte las buenas noches. — El muchacho se frota los ojos cansados por debajo de los cristales de sus gafas redondas—. ¿Qué estabas mirando?
— Miraba una foto. — Alya se pone en pie y se acerca a Albus, toma asiento junto a él y sube los pies al sillón para ponerse cómoda—. Me la dio mi madre. — Añade, mostrando la imagen a su amigo. El chico se coloca bien las gafas y contempla lo que Alya le pone delante.
— ¿Es tu padre? — Pregunta Albus.
— Sí. Robertus Wilhelm Haworth.
— Te pareces mucho a él. — Comenta el muchacho.
— ¿Tú crees? — Sonríe ella.
— Desde luego. — Albus entrecierra un poco la mirada—. Me resulta familiar.
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Relatos en tiempos de paz
FanfictionLa familia Potter-Weasley es, muy probablemente, la familia de magos más numerosa y conocida de Reino Unido y parte del panorama internacional. Desde que la Segunda Guerra Mágica terminó, han disfrutado de la popularidad y el reconocimiento de la so...