23. Los Malfoy en el punto de mira

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Aquella mañana Scorpius Malfoy se despierta más tarde de lo habitual. Ni siquiera escucha el ajetreo natural que se forma en el dormitorio mientras el resto de sus compañeros se viste y prepara las cosas antes de ir a desayunar. No es hasta que Al descorre sus cortinas y lo zarandea que el chico por fin entreabre los ojos con ademán somnoliento, dando un largo bostezo y frotándose los ojos.

— ¿Qué pasa? — Pregunta con la lengua aún pastosa.

— ¿Qué pasa? Te has quedado dormido. Quedan unos cuarenta minutos para que empiecen las clases.

— ¿¡QUÉ!? — Exclama el rubio. De repente toda su pereza desaparece. Da un salto de la cama y comienza a vestirse a toda velocidad.

— Te hubiese despertado antes, pero creía que estabas dándote una ducha. Al ver que no volvías a vestirte y coger tus cosas se me ha ocurrido que quizás te habías quedado dormido.

— ¡Mierda! — Gruñe entre dientes.

En realidad, Scorpius sabe perfectamente por qué se ha quedado dormido. La noche anterior se quedó hasta tarde terminando una redacción de Transformaciones y otra para Pociones. Lleva los deberes muy atrasados, aunque claro, es normal, entre los entrenamientos de quidditch, los quehaceres de prefecto y la montaña de trabajos que les mandan gracias a los malditos TIMOs, Scorpius siente que apenas tiene tiempo para descansar. Se ha acostado tarde todos los días de la semana y se ha despertado temprano a pesar del cansancio, así que supone que aquello tenía que pasar antes o después.

— No te preocupes, si te das un poco de prisa te da tiempo a desayunar. — Le tranquiliza Albus—. ¿Quieres que te espere?

— No, no. Ve yendo tú al Gran Comedor y guárdame bacon y huevos. — Contesta Scorpius.

— Bien. Pues nos vemos allí.

Albus abandona el dormitorio, seguido por algunos de sus compañeros. Tan solo Down y Johnson permanecen allí unos minutos más antes de despedirse y salir con las mochilas al hombro.

Cuando Scorpius ha terminado de vestirse y de meter sus cosas en la mochila — todo a la carrera y sin miramientos —, corre con la túnica mal puesta hasta la sala común, donde ya no hay nadie. Sale de ella y sigue corriendo por los pasillos de las mazmorras, sube tramos de escaleras con la respiración agitada y el pelo revuelto. ¡Mierda! ¡Se le ha olvidado peinarse! Se atusa el cabello rubio y revuelto como puede y se planta, por fin, en la puerta del Gran Comedor. Allí se decide a bajar el ritmo, entre otras cosas porque no está permitido correr por el castillo y aquello está lleno de profesores.

Al entrar al Gran Comedor, con la respiración aún acelerada, se da cuenta de que muchos ojos lo miran. Traga saliva. Imagina que es porque debe llevar unas pintas lamentables. Intenta ignorar como puede a todos aquellos rostros curiosos que se giran para observarlo. "¡Me he dormido, ¿vale?!", desearía poder gritarles. Pero en lugar de hacer eso, sigue caminando hasta el hueco de la mesa que hay junto a Albus y Devi Rothfuss. También muchos de sus compañeros de mesa se vuelven a mirarlo. Unas chicas que ocupan los asientos del fondo incluso estiran el cuello para poder verlo. ¿Pero qué le pasa a la gente? ¿Es que no tienen nada mejor que hacer en sus vidas? ¡Menuda panda de cotillas!

— Menos mal que he llegado a tiempo. No creo que hubiese podido pasar la mañana con el estómago vacío. — Murmura Scorpius al tiempo que se prepara una taza de café humeante y comienza a devorar los huevos con bacon que su amigo le ha apartado en un plato, decidido a pasar por alto la estupidez general de la gente.

Pero Albus no contesta. Scorpius se percata entonces de que el chico tiene la vista clavada en un periódico que sostiene entre las manos. Su cara es una máscara rígida que no sabe interpretar.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora