30. Lo que dicen nuestras manos

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— Solo debes practicar más.

— ¿Más? ¿Es que quieres que no tenga vida?

— Yo creo que es lo más lógico del mundo que si algo no te sale del todo bien debes seguir practicando, ¿cómo vas a mejorar si no lo haces? Y te recuerdo que en menos de un mes tenemos los TIMOs, así que no me parece excesivo que dediques un par de horas más de tu vida a estudiar.

— ¡Agh! ¡Siempre estás igual! ¡Yo no soy como tú! No puedo pasarme la tarde encerrada en la biblioteca haciendo deberes. Necesito moverme.

— Lo único que haces es pasearte por ahí con Lucy, o haceros trenzas y moños mientras cotilleáis, y vas a suspender los TIMOs por no renunciar a eso unas cuantas tardes.

— Muchas gracias, Rose. — Dice la chica, sarcástica.

— Lo digo por tu bien, Roxanne.

Roxanne Weasley refunfuñó por lo bajo mientras untaba su bollo del desayuno con mermelada de arándanos. Rose lanzó un suspiro al aire mientras meneaba la cabeza. Luego bajó de nuevo la vista al periódico. Su prima era más terca que un hipogrifo y sabía que no la haría entrar en razón fácilmente, pero tenía que entender que lo que le decía era por su bien. Roxanne aún no controlaba bien los hechizos convocadores ni algunas transformaciones animales, también se le daba bastante mal hacer filtros curativos, por ejemplo, y en lugar de dedicar más tiempo a estudiar lo único que hacía era quejarse de lo difícil que era todo. Rose no creía que con esa actitud fuese a aprender nada, pero así era Roxanne, era una persona que solo hacía lo que se le daba bien y apartaba sin miramientos lo que le suponía algo de esfuerzo.

— Buenos días, ¿algo nuevo en el periódico? — Preguntó Molly, sentándose junto a Roxanne, enfrente de Rose.

— No, nada. — Negó Rose. Esto en parte era tranquilizador, al menos no había noticias de nuevos atentados o muertes por parte de los heirsnakes.

Molly asintió, dejó una pila de libros en el banco, junto a ella, y vertió un poco de café en su taza.

— Tienes mala cara, Rox, ¿ocurre algo?

— No, todo va como siempre. — Contestó escuetamente la pelirroja.

Molly, que no era tonta, intercambió una mirada fugaz con Rose. Solo con aquel gesto supo que no debía preguntar más, que habían discutido por algo, y cambió de tema inmediatamente. Les contó que aquella era la última semana que su padre iría a dar las clases de Desaparición y que los de sexto pronto se examinarían, al menos aquellos que pudiesen. Lucy llegó pocos minutos después de su hermana, se sentó junto a Roxanne, pero como la chica no estaba muy comunicativa, Lucy se puso a leer una revista.

A Rose no le gustaba estar así con Roxanne, pero a su prima le costaba dejar ir los enfados. No es que fuese rencorosa, porque al cabo de un tiempo se le pasaba todo y no echaba en cara lo que hubiese sucedido, lo que ocurría era que tardaba algo más en racionalizar esos sentimientos. Por eso Rose no se sentó con ella cuando llegaron a las mazmorras para su clase de Pociones. Sabía que Rox necesitaba su espacio, de modo que ocupó un sitio al final del aula. La profesora Crockford había dejado la puerta abierta mientras ella organizaba todo lo necesario para la clase de dos horas que les esperaba. Los alumnos de Gryffindor y Slytherin que compartían aquella asignatura fueron entrando según llegaban del desayuno.

— ¿Qué haces aquí sola?

Rose dejó de mirar la espalda de Roxanne. A su lado se encontró a Albus. Detrás de él Scorpius la contemplaba con las manos metidas en los bolsillos del pantalón negro del uniforme.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora