7. Cuando llega el otoño

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- ¡Oh, James! ¡Para de una vez!

- ¿¡Yo!? ¡Para tú!

- Callaos... – Murmura Dev.

- Es que no deja de apretujarme contra la pared. – Se queja Fred por lo bajo.

- Quizás si tú me dejases un poco de espacio... - James empuja a su primo, intentando apoyarse contra el muro.

Aún están forcejeando cuando una puerta se abre al otro lado de un cruce de pasillos y Lorcan se asoma. Gesticula con una mano para indicarles que se acerquen, ante lo que Dev, James, Fred y Frank se yerguen y recorren la distancia que les separa de Lorcan sin dejar de mirar a un lado y a otro. El habitáculo al que entran es una antigua clase en desuso sin nada en su interior aparte de estanterías vacías con dos dedos de polvo y un sinfín de telarañas, además de un pupitre desgastado que parece esperar ser ocupado de nuevo en una esquina del fondo. Es justo en la pared del final donde se ve una escalinata de piedra que asciende hasta otra puerta. Fred Weasley intuye que se trata del antiguo despacho de un profesor.

- ¿Seguro que es aquí? – Pregunta en un susurro Frank.

- Sí, está arriba. – Asegura Lorcan.

- ¿Lo veis? – James sonríe, satisfecho por tener razón – Os dije que no me había engañado.

Fred pone los ojos en blanco. Ahora tendrá que aguantar a James, con lo insoportable que se pone cuando tiene razón.

- ¿Cómo se le ocurre establecer una base aquí? – Pregunta Fred con un gruñido.

- Actualmente el ala norte no se utiliza. Nadie viene aquí. – Dice Frank, que está muy enterado del estado del castillo en general.

- Ya habéis visto lo que hemos tenido que hacer para llegar. – Dev le lanza una mirada significativa a Fred.

Lo cierto es que acceder al ala norte del castillo no es fácil. Hace un par de años la cerraron a los alumnos. No se puede llegar allí mediante escaleras o pasillos. Todas las puertas que dan a las galerías que recorren la parte septentrional se encuentran selladas. Si no fuese por las indicaciones de James, está bastante seguro de que hubiesen tardado mil años en dar con la estrecha abertura que existe en un rincón escondido del baño de chicas del tercer piso que se localiza en el ala oeste. La fisura linda con el ala norte a través de la pared del fondo y es allí, en uno de los compartimentos privados donde se halla un retrete desvencijado, que hay una pequeña oquedad en el muro, lo suficientemente grande como para que una persona entre por él, eso sí, si no sufre de claustrofobia. Por supuesto, a nadie se le ocurriría aventurarse al interior de aquella grieta informe que más bien parece un desperfecto que una entrada al ala prohibida.

- ¿Hola? – Pregunta James después de llamar a la puerta que corona las escaleras de piedra.

- ¡Adelante! – Se oye desde el otro lado.

Los cuatro chicos caminan en fila hasta el interior de lo que antes era un despacho. La luz que entra por el ventanal del fondo deslumbra momentáneamente a Fred. Tiene que parpadear un par de veces y achinar la mirada hasta que se acostumbra a la intensa claridad matutina.

- Bienvenidos. – Dice Devi Rothfuss, que les sonríe sentada tras un robusto escritorio sobre el que tiene puestos los pies, cruzado uno sobre otro.

Como ese día es sábado, no es obligatorio llevar uniforme, así que la muchacha lleva vaqueros y deportivas, así como una sudadera negra que destaca la claridad de su piel y el rubio rojizo de su cabello. Cuando los ojos de Fred deciden apartarse perezosamente de la slytherin, recorren el lugar en el que está con cierta curiosidad. Aparte del escritorio y el bonito asiento tapizado en azul grisáceo con orejeras que ocupa Rothfuss, Fred encuentra un par de butacones, amarillo y verde respectivamente, un sofá de aspecto cómodo color naranja, una mesita sobre la que descansa una lámpara con estampados florales, varios libros y pergaminos, plumas, un armario alto con las puertas cerradas y, para finalizar, una mesa que sirve de soporte a uno de esos artilugios muggles que sirven para escuchar música.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora