25. El legado de los Black

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Hola de nuevo!

Por más increíble que parezca, no, no he abandonado la historia. Sé que llevo meses sin publicar nada. Varias personas me habéis escrito a lo largo de este tiempo para ver cómo me encontraba y si iba a seguir con ella. Muchas gracias por el interés a pesar de todo. Aunque sigo teniendo mucho trabajo, el hecho de tener que quedarme en casa me permite aprovechar el tiempo que antes gastaba en desplazamientos en escribir, así que espero de verdad ir publicando más regularmente.

Espero que todxs estéis bien. La situación está difícil, así que os mando mis mejores deseos y un abrazo de ánimo fuerte.

Muchas gracias por seguir ahí, a pesar del tiempo. De verdad, sois lxs mejores. Si no fuese por los mensajes de ánimo y los comentarios que sigo recibiendo quizás habría tirado la toalla hace mucho. Así que infinitas gracias =)

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Todo el mundo en Hogwarts sabía que Fred Weasley no era trigo limpio. Simplemente no era de fiar. No es que hiciese el mal por puro gusto, pero igual que sucedía con James, se veía envuelto en problemas con una frecuencia alarmante. La mayoría del tiempo ni siquiera buscaba esos problemas. Fred no se despertaba por las mañanas pensando "bien, ¿qué haré hoy para que me pongan un castigo o me quiten 10 puntos?". Por supuesto que no. Más bien ocurría que se iban dando ciertas circunstancias a lo largo del día que él no podía controlar y terminaba en la sala de castigo por lo general de manera injusta, según opinaba Fred.

Por ejemplo, la tarde anterior, James y Lorcan habían decidido ir al límite del Bosque Prohibido "a pasear". Era algo que les gustaba, caminar por los terrenos del colegio mientras hablaban de quidditch o de si habían averiguado algo sobre los misterios que intentaban resolver, o sobre el corte de pelo de Malfoy. Aquella tarde, para ser exactos, se encontraban dando un apacible paseo bajo las copas de los árboles mientras James despotricaba contra Bill Simons (al que últimamente no podía ni ver), cuando atisbaron un destello plateado entre los arbustos crecidos y verdes de la linde más próxima a ellos.

— ¿Y si es un unicornio? — Había dicho Lorcan con emoción.

— No creo que sea un unicornio, Lorcan. ¿Qué iba a hacer tan cerca del límite? — James frunció el ceño, pero se podía ver en su rostro que una parte de él anhelaba que su amigo tuviese razón.

— Igual es un torposoplo. — Bromeó Fred, disfrutando con la cara de desagrado de Lorcan.

— Cuando mi madre demuestre que los torposoplos existen, se te quitará esa sonrisita de gilipollas que tienes, Fred.

Fred se echó a reír y no sabría decir muy bien cómo, los tres terminaron caminando por el bosque. Hasta ahí todo iba bien. Fred y Lorcan intercambiaron unas cuantas pullas y James les pidió silencio porque no podía oír si había algo cerca de ellos.

— ¡AJÁ! ¡OS PILLÉ!

Los tres dieron un respingo, asustados. La situación no mejoró cuando vieron a Mullins detrás de ellos con gesto victorioso. James se inventó rápidamente que habían escuchado una voz pidiendo ayuda, pero ni con esas Mullins les quitó el castigo, así que se pasaron el resto de la tarde metidos en un aula de las mazmorras, muriéndose de aburrimiento.

Por supuesto, Fred no pensaba que aquel castigo fuese justo por varios motivos. En primer lugar, si aquel bosque era tan peligroso que estaba prohibido, ¿por qué había un colegio justo al lado? Y en segundo lugar, ¿por qué se coartaba de aquella manera a las mentes curiosas como las suyas? Aquello llegó a oídos de la directora McGonagall, que incluso se personó en el aula para reprenderles por su conducta temeraria. Tomó el informe de Mullins de encima de la mesa del ayudante de Filch y lo leyó en voz alta.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora