35. El padre de Alya Haworth

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Alya Haworth se miró en el espejo una vez más. Estaba nerviosa, muy nerviosa, y se le daba fatal disimularlo. Se giró para abandonar el dormitorio de Lily Potter, que había pasado durante aquellos días a ser también el suyo. Podría haber ocupado uno de los dormitorios de invitados y dejar así intimidad a la chica, pero Lily y la señora Potter insistieron en que eso no sería nada divertido. Alya debía reconocer que tenían razón, le encantaba compartir dormitorio con Lily, hablar antes de dormir, escuchar las historias que la muchacha le contaba sobre sus hermanos o sobre su familia en general, planear bromas que hacerle a James y a Albus... Nunca había sido muy amiga de sus compañeras de dormitorio en Hogwarts, así que aquello estaba siendo novedoso y agradable para ella. Bajó al primer piso y se dirigió a la cocina. El señor Potter preparaba café, de espaldas a la puerta. En la mesa el desayuno esperaba a ser devorado, pero no había nadie por allí.

— Buenos días. — Dijo Alya, tomando asiento.

— Buenos días, Alya. ¿Cómo has dormido? — El jefe de aurores le sirvió a la chica un poco de café.

— Bien. — Mintió Alya, obligándose a formar una sonrisa educada en los labios.

— Hoy vas al callejón Diagon, ¿verdad?

— Sí. — Alya sintió que las tripas se le revolvían, pero a pesar de ello cogió dos tostadas y se apartó un poco de huevos revueltos.

— Seguro que todo sale muy bien. — Le dijo el señor Potter con voz tranquilizadora.

Alya tomó aire y permaneció en silencio. No sabía qué decir. No estaba segura de que todo fuese a salir bien, aunque ojalá el señor Potter tuviese razón. Había llegado el momento de conocer a su padre. Lo cierto es que le había costado un par de semanas tomar la decisión. Desde que terminó el colegio no había querido saber nada de su madre ni del desconocido que ahora vivía en su casa. La señora Potter fue la que la convenció de que lo mejor sería al menos hablar con ellos, sobre todo por su madre. Le había dicho que ella no soportaría que uno de sus hijos no quisiese verla o saber nada de ella sin al menos haberle dado la oportunidad de explicarse. Alya se había dado cuenta en ese momento de lo maravillosa que era la familia Potter. Sabían que su padre era un ex mortífago y aun así no lo juzgaban, es más, la invitaban a no prejuzgarlo.

— Es posible que haya cambiado, cariño. Tu padre era muy joven cuando todo aquello pasó, y cuando somos jóvenes a veces hacemos o pensamos tonterías. — Le había dicho la señora Potter días atrás.

La chica dio un trago a su taza de café, implorando internamente que la madre de James estuviese en lo cierto. La puerta de la cocina se abrió y Lily y James entraron por ella.

— Traemos bollitos de pan. — Dijo James, dejando sobre la mesa una bolsa de tela de color verde con estrellas bordadas.

— Buenos días. — Albus entró a la cocina mientras Lily y James tomaban asiento.

Todos saludaron y se dispusieron a dar cuenta del desayuno que el señor Potter había ido haciendo levitar hasta la mesa. A decir verdad, Alya apenas era capaz de masticar la tostada con mantequilla que se había preparado, y por más que intentó terminarla al final tuvo que dejar algo menos de la mitad con la excusa de que se encontraba algo mal del estómago.

Después del desayuno, al que la señora Weasley no asistió —Alya supuso que estaría ayudando a la señora Granger-Weasley, puesto que se había convertido en su mano derecha invisible—, la buscadora fue a buscar sus cosas, se despidió de los Potter y caminó hacia el salón que hacía de recibidor de visitas, junto a la entrada. James Potter la esperaba con las manos metidas en los bolsillos traseros de sus pantalones vaqueros mientras miraba con detenimiento un reloj de aspecto antiguo que había sobre la chimenea.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora