37. Los gemelos malditos

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Los gemelos malditos


La negrura lo engullía todo.

En el reino de la oscuridad uno perdía la capacidad de percibir el exterior, todo aquello que estaba más allá del propio cuerpo. No sabías qué era arriba y qué era abajo, no existía el tiempo, no discernías el espacio circundante, si es que había algo a tu alrededor, claro. Podrías estar en una celda de un metro por un metro y no ser consciente de ello si no te movías. Él no podía moverse, así que no sabía si estaba en una celda o en medio de una planicie, en campo abierto. Solo sabía que le dolía cada milímetro del cuerpo.

Había intentado escapar de la oscuridad, pero se sentía tan pesado que no tenía fuerzas para luchar contra ella. Allí todo era cálido y reconfortante, a excepción de algunos fogonazos de dolor, que de vez en cuando le hacían agitarse y sudar. Pero aunque la oscuridad fuese una manta caliente a su alrededor, Lorcan Scamander sabía que debía volver a algún sitio, no sabía dónde exactamente, pero debía volver, lo sentía en lo más profundo de su pecho, había algo que echaba en falta, algo importante, casi una parte de él, pero nunca llegaba a averiguar qué era.

No sabía cuánto tiempo llevaba perdido en aquel lugar cuando de pronto, un día, escuchó un par de voces en algún rincón de la oscuridad, flotando sobre él, a su alrededor.

— ...a por un té...

— Espera, te acompaño—. A la frase sucedió un fuerte ruido.

— ¿Podrías tener un poco de cuidado? Nos van a regañar, otra vez.

— Ha sido sin querer. Hay tantas cestas de flores que no puedo pasar...

Lorcan quería abrir los ojos, pero no podía. Solo intentarlo le estaba suponiendo un reto horrible. Tampoco llegó a saber cuánto tiempo pasó intentando despertar. Las conversaciones se mezclaban en su cabeza, pero no sabía si todas se produjeron un mismo día o a lo largo de un mes, quizás incluso de años. A veces soñaba que nunca sería capaz de abrirlos, que tenía que caminar y vivir el resto de su vida con los ojos cerrados. En esos momentos se le aceleraba el pulso fruto del terror que le producía la sola idea de no poder volver a ver. ¿Pero por qué le pasaba aquello? No era capaz de recordar por qué estaba en aquella situación. ¿Y si en realidad toda su vida había sido incapaz de ver y se había imaginado todo? Hogwarts, a su familia, a sus amigos... Solo pensarlo le provocaba un nudo en la garganta y le hacía sentir unas ganas irreprimibles de llorar. Cuando se agitaba, aterrorizado o nervioso, una mano aparecía de la nada, suave y reconfortante, y le acariciaba el pelo, la mano, le tocaba la frente, y ese simple contacto le hacía sentir mejor.

Y un día, sin más, sin tener que esforzarse en abrir los ojos, sin sudores fríos, sin pesadillas, simplemente despertó. Al principio le costó acostumbrarse a la luz que entraba por la ventana que quedaba a su derecha, así que tuvo que pestañear repetidas veces. Se sentía embotado, aturdido, pero a pesar de todo giró la cabeza hacia la izquierda en un movimiento instintivo para protegerse de la luz. Allí, en un silloncito de color mostaza, una chica pelirroja leía con tal concentración que no se dio cuenta de que estaba despierto.

— ¿Lily? — Preguntó con voz ronca.

Al escucharlo la muchacha dio un respingo, sorprendida. Sus ojos verdes se abrieron de par en par cuando se encontraron con los de Lorcan, se levantó como impulsada por un muelle y la revista se le cayó al suelo.

— Estás despierto. — Susurró—. Estás... ¡Está despierto! — Gritó.

Al momento siguiente, la pequeña de los Potter salía como una exhalación al pasillo, desde donde gritó a todo pulmón unas cuantas veces más que "Lorcan está despierto". Una estampida se escuchó aproximándose por el pasillo a toda prisa. En menos de un minuto la habitación donde Lorcan Scamander se recuperaba se llenó de gente, de voces, de caras, de sonrisas, de lágrimas de alegría.

Relatos en tiempos de pazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora