23. Reacciones

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—Lo siento —las palabras de Yixing hicieron eco en la silenciosa cocina. Hilda se quitó las gafas y, cuidadosamente, las utilizó para marcar la página del libro de cocina que estaba leyendo.

Axel dejó el cuchillo con el que estaba tallando en madera una pequeña tortuga. Yixing, por su parte, se sentía avergonzado cuando las miradas de Hilda y Axel se clavaron en él.

Hasta el momento, había temido el momento de dar explicaciones; sin embargo, ahora ya no le quedaba otro remedio.

—Llevo tiempo queriendo explicaros... algo que no es muy fácil de explicar.

—¡Ya! —Gruñó Axel—. En fin, nosotros no somos quiénes para juzgarte. Además, eres joven y sabemos que no es fácil vivir aquí... solo. No te preocupes, muchacho, estas cosas ocurren a veces.

—No es exactamente lo que estáis pensando —dijo Yixing enternecido—. Nosotros... hemos hecho esto a propósito.

Inmediatamente, se dio cuenta de que los había dejado asombrados.

—¿Te has casado con esa joven? —preguntó Hilda confusa.

—No. Y tampoco pienso hacerlo. ¿Os acordáis cuando Jake Hanrahan llamó a la muerte del abuelo?

Ambos asintieron y Yixing les explicó las extrañas condiciones en el testamento para que él heredara. Tanto Axel como Hilda sabían que si se vendía la isla las tortugas desaparecerían en poco tiempo. Hilda estaba sobrecogida cuando Yixing acabó de explicarles las condiciones del contrato con Camile.

—¿Qué clase de mujer es para firmar un acuerdo así?

Yixing guardó silencio. Se había hecho esa misma pregunta cientos de veces durante los últimos días. Al principio, había pensado que a Camile la había movido la ambición, pero ahora sabía que debía tener otros motivos que él desconocía.

Camile era cariñosa, femenina y vulnerable. Había visto su carencia de dinero y sabía lo mucho que la operación de Sunmi debía haberle costado; sí, ese debía ser el motivo.

—Ya sé lo que pensáis, pero os aseguro que esto no es fácil para Camile. Ni física ni emocionalmente.

Camile se despertó temprano y examinó la habitación que Hilda le había preparado. Era un dormitorio que, inequívocamente, había ocupado una mujer. El papel de las paredes tenía llores de lavanda sobre un fondo rosa pálido, y una alfombra rosa cubría el suelo.

Unas espesas cortinas del mismo tono adornaban las ventanas con visillos.

Junto a una de las ventanas había un sillón tapizado con tejido de flores.

El resto del mobiliario consistía en un enorme armario, una cama con dosel y una coqueta. Un jarrón lleno de flores encima de la coqueta daba el último toque a la decoración del elegante dormitorio.

Al recordar los acontecimientos del día anterior, se preguntó cómo había podido acceder al plan de Yixing de quedarse en la Isla de las Tortugas. Era un emplazamiento remoto; sin embargo, al cabo de una semana, el sábado siguiente, Yixing volvería a llevarlas a ella y a su hija a la civilización.

Sólo sería una semana. Pero... al cabo de una semana no volvería a ver a Yixing.

¿Eso era lo que quería?

La pesada puerta del dormitorio que daba al corredor se abrió sin ceremonia. Sunmi entró gritando: —¡Mamá!

Yixing seguía a la pequeña.

—Sssss, Sunmi, puede que mamá esté durmiendo.

—No os preocupéis, mamá está despierta —dijo Camile, subiéndose la sábana hasta la garganta, al tiempo que evitaba mirar a Yixing, vestido con una camiseta y unos pantalones cortos.

Volvió a asaltarla la misma sensación nerviosa que hacía presa de ella cada vez que Yixing se le aproximaba, ahora aumentada por el hecho de que se encontraban en su dormitorio y antes de desayunar.

No le ayudó nada ver las dos largas y musculosas piernas de él. Camile extendió los brazos para ayudar a la pequeña a subirse a la cama, utilizándolo como excusa para evitar la mirada de Yixing.

—Yixing lleva a Sunmi a bañar —anunció la niña. Y al momento, sin dar tiempo a Camile a hacer comentario alguno, Sunmi se bajó de la cama y salió corriendo de la habitación gritando alegremente.

Camile sacudió la cabeza y sonrió.

—¿Dónde quiere que la lleves?

—Le he dicho que iba a llevarla a la playa después de desayunar... si te parece bien.

Camile volvió a sonreír.

—Claro que me parece bien. Te lo agradezco mucho, aunque no tienes por qué hacerlo. Le va a encantar ir a la playa. Me encantaría poder acompañaros.

La expresión de él ensombreció.

—Lo siento, Camile.

—No te preocupes. Pronto podré salir de la cama v la acompañaré a descubrir ocultos tesoros.

—No hasta que el doctor Bradley te vea.

Camile arqueó las cejas.

—El doctor Bradley ha dicho que guarde cama una semana —le recordó—. Hasta el sábado que viene.

—Hasta que vuelva a examinarte —contestó Yixing con firmeza.

—No soy una inválida —le recordó ella tratando de controlar su genio.

Yixing se acercó a la cama y se llevó las manos a las caderas mientras ella trataba de ignorar la forma en que los pantalones se ajustaban a su cuerpo.

—Camile, quiero a ese niño que va a nacer. Y si tengo que atarte a la cama para que no te muevas, no dudes que lo haré.

Camile luchó contra la imagen que Yixing había evocado: ella, atada a aquella cama y... Lo miró fijamente y luego lanzó una carcajada.

—¿Qué te hace tanta gracia? —gruñó él.

—Yo... Acabo de verme a mí misma con un vientre enorme, atada a esta cama y Hilda entrando para traerme mi ración de pan y agua.

Yixing sacudió la cabeza, pero no sonrió.

—Tienes mucha imaginación.

La miró prolongadamente y una expresión que Camile no pudo definir cruzó sus facciones. Luego, Yixing se aclaró la garganta y ese algo indefinido desapareció de su expresión.

—Si te apetece, te llevaré abajo cuando venga de la playa, así podrás pasar el día en el cuarto de estar.

—¡Estupendo! —exclamó Camile enternecida—. Este dormitorio es muy bonito, pero no me apetece pasar aquí encerrada una semana. ¿De quién es?

El rostro de Yixing se ensombreció al instante.

—Era la habitación de mi madre.

—¡Oh! No quiero ocupar la habitación de...

—No la ha utilizado desde que se marchó, cuando yo tenía cuatro años de edad. No te preocupes, no estás echando a nadie de su habitación.

Ambos guardaron silencio durante un rato.

¿Por qué se había marchado la madre de Yixing?

¿Por qué no se había llevado a su hijo con ella?

¿Había regresado alguna vez?

Sin embargo, Camile no pronunció aquellas palabras.

—Es una habitación preciosa —se limitó a decir.

—Sí, lo es. A propósito, tengo una cosa para ti.

Yixing se volvió y desapareció tras una puerta que no era la que daba al pasillo.

—¡Yixing! —gritó Camile.

—¿Qué? —respondió él reapareciendo de nuevo en el dormitorio.

—¿Adónde da esa puerta?

Un brillo malicioso iluminó los ojos de él.

—A mi habitación.

dreams - yixingWhere stories live. Discover now