34. mente en blanco

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Unos días después, Camile dejó el trapo de cocina y se quitó el delantal. Hilda ya había casi acabado de fregar después de la cena y Camile sabía que no consentiría que la ayudase más.

Se asomó a la ventana y vio el hermoso atardecer.

—¿Quieres dar un paseo? —le preguntó a Sunmi.

—No. Sunmi ayuda a Hilda con pasteles.

Camile miró atónita a su hija.

—Es la primera vez que me dice que no quiere ir a dar un paseo —le dijo a Hilda.

La mujer sonrió y dio un abrazo a la niña.

—Ningún niño en su sano juicio prefiere pasear a unos pasteles. Ve tú a dar un paseo, yo me quedaré con ella.

—Yixing está en la playa a un kilómetro de aquí más o menos —le dijo Axel—. Si vas a ir en esa dirección, puedes ahorrarme un viaje. Tengo que darle el papel que tengo en el tablero de notas del vestíbulo.

Camile asintió. Salió de la casa con el papel en una mano y un bastón en la otra que le había dado Yixing para cuando fuese a dar un paseo sola. Camile comenzó a recorrer el sendero que conducía a la playa manteniendo los ojos bien abiertos por si había alguna serpiente.

Cuando llegó a la empinada cuesta desde la que se divisaba el océano, empezó a descender con mucho cuidado.

Quizá no había sido una buena idea ir sola hasta allí; posiblemente, no le quedara más remedio que pedir ayuda para volver ya de noche.

Ya en la playa, divisó en la distancia aquella querida y solitaria figura. Sabía que Yixing posicionaba a sus voluntarios cada setecientos metros más o menos para vigilar la llegada de las tortugas a anidar, con el fin de marcar el nido después de que la tortuga volviese al mar.

—¡Yixing!

Al oír la llamada, él volvió la cabeza y, tras un momento de vacilación, comenzó a caminar rápidamente en dirección a Camile.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó cuando llegó a su lado. No era la bienvenida que ella había esperado.

—Venía a buscarte —respondió ella sin irritarse. Al asentir, Yixing frunció el ceño.

—¿Quieres decir que has venido por el camino y has bajado la cuesta sola?

—Sí —respondió Camile, no gustándole adoptar una actitud defensiva—. Pero tengo el bastón y he venido con cuidado.

—Camile, tener cuidado no es suficiente aquí. Si te hubieras caído, podrías haber pasado toda la noche tirada por ahí hasta que alguien te encontrara.

—No estoy dispuesta a estar todo el tiempo en la casa como si fuese una planta tropical. Normalmente no hago esto, pero Axel me ha pedido que te trajese este papel.

Como había esperado, Yixing se distrajo.

—Gracias —dijo Yixing doblando el papel y metiéndoselo en el bolsillo. Luego, comenzó a pasear perezosamente con Camile por el mismo camino por el que ella había ido.

—Los estudios que estamos haciendo son muy importantes, cada día aprendemos más. Espero que podamos utilizarlos para hacer consciente a la gente de la necesidad de proteger las especies en peligro de extinción.

A Camile, como siempre, le enterneció el fervor con que hablaba cada vez que mencionaba su trabajo.

—Espero que tengáis suerte.

—Sí, yo también. De lo contrario, otra especie más desaparecerá.

—¿En serio crees que las tortugas pueden desaparecer?

Yixing lanzó un gruñido.

—Estoy casi resignado a ello. A menos que consigamos convencer a la gente del peligro que sufren, estas tortugas desaparecerán sin remedio. Y no estoy hablando de un tipo de tortugas, sino de todas las tortugas marinas.

—¿Crees que puedes hacer algo por evitar que se extingan las que vienen aquí?

—Eso espero. Las Loggerheads las tenemos más controladas, hay también varios proyectos de protección de estas tortugas en otras islas; el de Cumberland es el más antiguo. Si informamos a la gente de su importancia y de los efectos devastadores que para ellas tiene el desarrollo de la industria inmobiliaria a lo largo de la costa, podríamos conseguir que sobreviviesen. Sin embargo, incluso con eso, su supervivencia también dependería de ciertos cambios en la industria pesquera y de un control de polución más estricto respecto al agua del mar.

—¿Qué haces con los estudiantes cuando vienen los veranos, aparte de vigilar la llegada de las tortugas a las playas?

—Muchas cosas. Por ejemplo, todas las noches hay un grupo que se encarga de vigilar dónde ponen los huevos.

—¿Para qué?

—Verás, las Loggerheads son muy descuidadas a la hora de poner sus huevos: suben a la playa cuando hay marea baja, hacen el nido y ponen el huevo. Cuando sube la marea, algunos de estos nidos quedan se inundan y los depredadores naturales se aprovechan de esta circunstancia y se comen los huevos. Por eso, nosotros tenemos los nidos localizados, cogemos los huevos y los llevamos a un lugar más seguro hasta que las tortugas nacen; después, las devolvemos al mar.

—¡Es una idea estupenda! Apuesto a que eso salva a muchas tortugas.

—A más de las que te imaginas. Si no lo hacemos pronto, las langostas, por ponerte un ejemplo, se comen muchos huevos. En esta isla, tenemos mucha suerte de no tener jabalíes, les encantan los huevos de tortuga y son muy voraces.

Camile miró a Yixing fugazmente. Le encantaba ver cómo se le iluminaba el rostro cuando hablaba de las tortugas. Una de sus atractivos era lo implicado que estaba con su causa.

Al interceptar la mirada de ella, los ojos de Yixing se oscurecieron y su mirada se hizo más intensa. Fue entonces cuando le rodeó los hombros con un brazo v así siguieron caminando.

Sus caderas se rozaron de vez en cuando al andar y ella, temblando, no pudo controlar una pura reacción sexual.

—¿Tienes frío? —le preguntó Yixing al sentirla estremecer—. No quiero que enfermes.

¿Frío? ¡Estaba ardiendo!

El masculino aroma de él la embriagaba y sus dedos le calentaban la piel. No era justo, pensó Camile.

Ningún otro hombre en el mundo la había hecho sentirse así. Ningún otro hombre la había hecho temblar con su presencia. Camile alzó el rostro en un gesto casi desesperado.

—Yixing...

Él no la miró a los ojos, sino a los labios.

—Camile... —bromeó Yixing con voz queda. Lentamente, alzó una mano y le acarició los labios con la yema de un dedo.

—¿Qué? —los labios de ella le acariciaron al pronunciar esa palabra. Camile casi no podía respirar, necesitaba oxígeno. Yixing le sonrió.

—¿No es eso lo que tenía yo que preguntar?

—Mmmmm. No lo sé.

—Entonces... ¿qué sabes? —preguntó él lanzando una queda y ronca carcajada.

Camile tenía la mente en blanco. Trató de pensar en algo que decir y dijo lo primero que le vino a la cabeza.

—Algo huele mal.

—Sí, debe tratarse de un pez muerto —respondió Yixing frunciendo el ceño—. ¿Quieres venir conmigo a algún sitio donde no huela mal?

dreams - yixingWhere stories live. Discover now