25. miedo

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Una semana más tarde, Camile estaba desayunando con Sunmi a su lado.

Miró por la ventana: el cielo tenía un color plomizo y el mar estaba picado. El horizonte era gris, sin línea de demarcación entre el cielo y el mar.

Su humor también era gris. Llevaba allí otra semana y estaba muerta de aburrimiento, lo único que la distraía era Sunmi.

Su energía iba en aumento a la par que las náuseas desaparecían. Estaba empezando a sentirse desesperada por hacer algo. Necesitaba una actividad.

Encontró a Yixing en la cocina. Sabía que Yixing iba allí a lavarse las manos todas las mañanas después de la primera hora de trabajo. Aquel día, lo estaba esperando.

—¡Hola, cielo! —el saludo de Yixing era para Sunmi. Desde la noche que tuvieron la conversación en el estudio Yixing había ignorado a Camile. Aunque ella sabía que había hecho bien en recordarle el motivo de su presencia allí, echaba de menos su humor y ternura.

Tan pronto como Yixing se secó las manos, cogió a la pequeña en brazos y la lanzó al aire un par de veces, mientras la niña gritaba de alegría y placer.

Después, se dignó a mirar a Camile.

—Me parece que estabais dispuestas para ir a la playa, ¿verdad? Pues tengo malas noticias, no es el mejor momento para ir. Las olas son muy grandes y la marea está alta. Se espera una tormenta.

A Camile se le encogió el corazón. Yixing se dio cuenta porque, al instante, se apresuró a añadir: —Sin embargo, podríamos hacer otra cosa si os apetece.

Luego, mirando a Sunmi, dijo: —Tengo una colección de conchas de mar. ¿Te gustaría verlas? Hoy voy a limpiar una que he recogido hace poco.

—¡Sí! —gritó Sunmi con entusiasmo.

Camile sintió sana envidia de su hija. Era evidente que la invitación no la incluía a ella. No obstante, se decidió por una salida airosa de la situación y dio un beso a su hija en la mejilla.

—Hasta luego, cariño. Pórtate bien, ¿de acuerdo?

El gesto hizo que su rostro y el de Yixing quedaran a escasos centímetros y el pulso se le aceleró repentinamente al sentir su penetrante aroma masculino.

—¿Adónde vas? —le preguntó él.

—A mi habitación.

—Si no estás ocupada, ¿por qué no vienes con nosotros? Me gustaría enseñarte la colección que he empezado.

De repente, el día se tornó más radiante y luminoso para ella.

—Gracias, me encantaría.

La habitación a donde Yixing las llevó estaba en el piso bajo. Era una estancia del tamaño de un garaje grande, aunque algo más acogedora. Había mesas a lo largo de las paredes con muchas cajas aquí y allá.

Un montón de fotografías cubrían las paredes y, entre aquel caos, había varios animales disecados.

—¿Qué es esta habitación?

—El comienzo del «hábitat de la isla» —respondió él—. Desde que era pequeño, coleccionaba conchas. Nunca animales vivos; sin embargo, después de una tormenta, siempre hay cosas interesantes. Las he guardado desde entonces y el año pasado se me ocurrió que podía organizar una especie de museo. Lo he pensado bien y he decidido crear una colección de animales y objetos indígenas de la isla. Cuando encuentro un animal muerto y en buenas condiciones, lo diseco también.

Yixing se interrumpió y señaló la concha de una tortuga.

—Esa especie está protegida por el gobierno del estado. Les informo de las que encuentro muertas. El año pasado les expliqué lo que quería hacer y me dieron permiso para guardar las conchas de las tortugas muertas.

Camile pasó un dedo por la concha de un caracol marino.

—Debe ser un arduo trabajo.

—Lo es. He trabajado mucho en ello todo el invierno; pero ahora que vienen los estudiantes y las tortugas a anidar no podré hacer nada hasta, por lo menos, septiembre. Y dudo mucho que el invierno que viene, con el niño, pueda trabajar mucho en ello.

—De eso no te quepa duda —dijo Camile con voz segura. De repente, una idea asaltó a Camile.

—¿Podría ayudarte en la organización de esta especie de museo? —preguntó Camile esperanzada. Los objetos que la rodeaban tenían un especial atractivo para ella. Eran todos objetos fascinantes.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Yixing, casi sin dar crédito a lo que acababa de oír. Al darse cuenta de su sorpresa, Camile se apresuró a mostrar su entusiasmo.

—¡Me encantaría hacerlo! Ya no soporto la falta de actividad.

—Pero Camile, tú te estás ocupando de Sunmi. No olvides que tienes que descansar.

—Sunmi duerme la siesta por las tardes. ¿Qué crees que hago mientras tanto?

—¿Has intentado descansar? —preguntó él secamente. Camile ignoró el brillo de sus ojos.

—No puedo dormir por las tardes. Si lo hago, luego no duermo por la noche. Estoy harta de leer e Hilda me cortaría las manos si me pusiera a limpiar la casa. ¡Incluso tengo que pelearme con ella para que me deje hacer la cama!

Yixing se echó a reír.

—Sí, Hilda es así —Yixing miró pensativo a su alrededor—. Bueno, te dejaré ayudarme si me prometes no levantar ningún peso.

Camile le lanzó una mirada exasperada para compensar la ternura y calidez de su voz y su mirada.

—Cargo a Sunmi en brazos todos los días.

—Y en la próxima visita al doctor Bradley le voy a preguntar si puedes hacerlo.

—Eres imposible, Yixing. ¿Por qué no me advertiste que tenías sangre de perro pastor en las venas?

—Es por tu propio bien. No me provoques.

Camile lanzó un suspiro de exasperación.

—Vamos, dime lo que tengo que hacer. 

dreams - yixingWhere stories live. Discover now