THRILLER / ROMANCE
Rin Kagamine se niega a aceptar que su padre se ha suicidado, por lo que decide ayudar en la investigación policial. La pubertad, la amistad, el amor y la familia tocan su puerta, esperando ser atendidos en esta historia que llev...
"La curiosidad mató al gato. Pero el gato murió sabiendo"
Salí del cuarto de interrogatorios con un nudo en la garganta. Mikuo me tomaba por los hombros dirigiéndome por los pasillos, en un intento por contenerme. Sentía que hice lo correcto al presentarles mis descubrimientos sobre la tal Miriam, pero al mismo tiempo no podía evitar pensar en las consecuencias que traería que la policía supiese sobre las andanzas de mi padre. Si revelar un amorío era lo necesario para descubrir lo que realmente sucedió el día de su muerte, lo aceptaba. Y mi mamá debería hacer lo mismo, en lugar de guardárselo para sí misma por puro orgullo. Si tenía suerte, habría sido algo esporádico y sin significado sentimental para él.
Atravesamos solos los pasillos de la comisaría hasta encontrarnos con Gumi que nos aguardaba en algo así como la sala de espera.
- ¿Y bien? ¿Qué sucedió? -nos preguntó levantándose de manera instantánea. Estaba comiendo unos palitos salados, probablemente sacados de una máquina expendedora, lo cual era extremadamente común en ella. Siempre estaba con algo en la boca.
- Les dimos la información -le adelantó su primo, antes de que yo pudiese hablar-. Lo que pase a partir de ahora ya no depende de nosotros.
- Caso cerrado -apoyó su hermana.
- No hay caso cerrado hasta que encierren a quien sea que lo mató -le respondí a Miku en voz alta apretando los puños.
Gumi me miraba extrañada, y estaba a punto de decir algo cuando fue interrumpida.
- Rin, ¿eres tú?
Reconocería esa voz en cualquier lugar del mundo.
- ¡Una!
Me giré para encontrarme con la pequeña niña de cabello azulado tan sorprendida como alegre de verme. Hicimos nuestro saludo característico que consistía en palmada-palmada-choque de puños-choque de pompis-salto-¡pow!
Una era la hija única de Kaito. Tenía aproximadamente once años, e íbamos al mismo colegio. Solía jugar con ella cuando éramos pequeñas, acostumbraba vestirla como si fuese mi hermanita, y le tenía un tremendo cariño. Recordé que no la había visto en el funeral, pero quizás por su edad su padre había decidido no llevarla.
Me giré hacia mis amigos recordando que acababa de hacer algo extremadamente infantil frente a ellos, y probablemente ni siquiera ubicaban a Una del instituto.
Los miré y comprobé lo que tendría que haberme imaginado: la pequeña ya los cautivó con su belleza, por supuesto, gracias a su abundante cabello azul y sus orbes color cielo.
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- ¡Miren nada más está preciosidad! -exclamó Miku agachándose hasta ella para estrujarle los cachetes sin su permiso.
Me sentí mal por Una, sabía lo incómodo que era estar en su lugar. A diferencia de mí, ella era infinitamente más amable y conservaba su sonrisa aún con los mofletes a punto de ser arrancados.