"Si te hubieras visto con mis ojos, habrías entendido por qué no quiero dejar de mirarte nunca"
Había pasado cuatro días consolando a mi mejor amiga Miku Hatsune. Cuatro días de sumergirme en lágrimas que no eran las mías. Cuatro días de ponerme en segundo lugar porque había alguien que la estaba pasando peor que yo. Le secaba la cara, la abrazaba hasta que se quedaba dormida y hacía todo lo que estaba en mi poder para ayudarla a recuperarse de ese pequeño colapso que se había desatado en ella una vez que las palabras de Gumi calaron tan profundo que partieron su pequeño corazón.
"Es triste, ¿no crees? Querer a quien quiere a alguien más"
Jamás pensé que alguien como ella pudiera sentirse tan miserable por culpa de alguien más. Siempre la había admirado por ser segura y por amarse a sí misma más que a cualquier otra persona. Y esa era una virtud en el mundo en que vivimos. Amaba a Miku, y aunque me costaba admitirlo la quería incluso un poco más que a su enamorada. Verla tan triste me partía el alma, y no podía evitar resentir un poco a la peliverde.
¿Había sido necesario ser tan tajante? ¿Rozar lo cruel?
Hatsune me había contagiado sus lágrimas en más de una ocasión, y con Mikuo debíamos acompañarla todo el tiempo, hablarle de cosas agradables y estar listos para que en cualquier momento y sin motivo aparente estalle una vez más en lágrimas.
Lo más triste de todo es que Gumi y Fukase terminaron rompiendo de todas maneras. El chico no pudo hacer pases con la idea de que Gumi tuvo o podía llegar a tener algo con su prima alguna vez. Muy poco le importaron sus sentimientos, o el hecho de que la chica rechazó a su prima, a su propia sangre, por él.
La amistad entre ambas podía considerarse oficialmente arruinada. Y eso me afectaba a mí, quien había sido prácticamente forzada a tomar una postura.
Gumi nuevamente no nos hablaba, estaba aún más fría y distante que todas las otras veces. Ya no nos dirigía la mirada ni de reojo. Fue como si tuviésemos la culpa de su propia ruptura.
Y en medio de todo eso me encontraba yo, quien había ignorado de manera olímpica mis problemas personales. Mis propios sentimientos.
La verdad era que no quería pensar en Len. No quería pensar en que mi mamá estaba lejos. Tampoco quería detenerme a reflexionar que en apenas un día serían las votaciones y, por ende, sabría si mi tío terminaría siendo senador nacional.
Luka me había llamado un par de veces, y de todas las personas me sorprendió que sea ella quien estuviera dispuesta a asumir el rol maternal. Me había pedido que por favor me haga presente el día de las votaciones aunque sea para las cámaras.
Decidí que ya había tenido suficiente de la miseria ajena, por lo que tomé mis cosas y decidí volver a mi hogar al salir del colegio: Por mi familia, y por mi propia salud mental.
- Estoy en casa -dije en voz alta, momentos antes de ser abalanzada por mi perrita.
Acaricié a Josephine con ternura, la había añorado terriblemente. Ella movía su colita histéricamente y parecía al borde de un ataque cardíaco. Creo que su felicidad era demasiada para su pequeño y regordete cuerpo.
La mujer pelirrosa fue la primera en hacerse presente frente a mí momentos después. La vi muy diferente a la última vez, se encontraba serena y con ropa digna de toda una dama de la alta sociedad, bien distinta a los estropajos que acostumbraba utilizar.
¿Y ese espíritu libre en dónde se había quedado encerrado?
Me esperaba que me regañe, que me ponga la famosa cara de decepción y lance un sermón de media hora como hacían todos los adultos a mi alrededor, pero solamente me miró con melancolía y señaló unos documentos sobre la mesa.
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EL PACTO | RiLen
RomanceTHRILLER / ROMANCE Rin Kagamine se niega a aceptar que su padre se ha suicidado, por lo que decide ayudar en la investigación policial. La pubertad, la amistad, el amor y la familia tocan su puerta, esperando ser atendidos en esta historia que llev...