Bajo Control

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"Cuando las personas no se expresan, mueren un poco cada vez"

La mañana siguiente era nublada y más fresca que las anteriores, el miércoles se anunciaba como un buen día para llevar abrigo y bufanda, por lo cual recordé automáticamente lo que mi padre probablemente me diría si siguiera con nosotros:

"Rin, no sales de esta casa sin abrigarte"

No siempre era amable y cariñoso, después de todo era sólo un ser humano.

Luego de desayunar en silencio con mi tío -el cual parecía más callado que de costumbre-, volví a subir a mi habitación en busca de algo para cubrir mi cabeza y cuello, encontrando un conjunto de gorra y moño de color rosa.

Miré de reojo el libro sobre mi mesita, "La Hija del Mal", y consideré que tenerlo conmigo sería lo más seguro para preservarlo. Cogí la mochila que descansaba en el suelo, y guardé el libro con sumo cuidado.

Conforme, salí en dirección al condominio Hatsune con la mochila al hombro. Me encontré con mis amigas de cabello verde y turquesa en la entrada, quienes me saludaron más normalmente que en los días anteriores.

Qué increíble era volver a tener un poco de paz, la puta madre.

- ¿Cómo dormiste? -me preguntó la de cabello largo, a lo que le daba un sorbo a su batido de las mañanas.

- Increíble. Soñé que era la persona más feliz del mundo -le comenté, y escuché el vago "pfff" que soltó Gumi al oírme.

- ¿Si? -me preguntó Miku con ilusión- ¿Cómo era?

- Era genial -le respondí-. Me metieron en el curso inferior, y ninguna de ustedes me hablaba.

- Suena a felicidad plena -me respondió Hatsune con sarcasmo, a lo que volvió a beber su desayuno.

Estaba a punto de tirar otro comentario sarcástico cuando la conversación de ayer con Gumi me vino a la mente. Me recordó que ellas podían estar dolidas por la distancia que trataba de mantener, sobretodo en los últimos días, y me hizo sentir que tal vez pronto se cansarían de tener que estar tan pendientes de mí.

- Es mentiiiiiira -musité estrujándolas por el cuello, colgándome de ambas y prácticamente levitando en medio de mis amigas-. Ustedes saben que las quiero mucho, y que no las cambiaría por nada.

Ambas se quejaron por el peso de mi cuerpo, y cuando me solté no perdieron la oportunidad para lanzar sus comentarios perspicaces.

- No duele que seas tierna a veces -me dijo Miku con el entrecejo fruncido-. Aunque ya estoy acostumbrada a tus malos tratos.

Gumi me miró de reojo esbozando una media sonrisa, asegurándome con la mirada que valoraba mi esfuerzo, y mis demostraciones de afecto.

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EL PACTO | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora