Te hubieses muerto tú

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"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida"

Al abrir la puerta de mi hogar la imponente silueta de mi madre se colocó frente a la mía. Yo estaba sudorosa, despeinada, tenía olor a galletas y estaba llegando luego de desaparecer toda la mañana y parte de la tarde. Ya estaba oscuro, y no había avisado a nadie de mi ausencia.

Prefería que me trague la tierra a tener que enfrentarla.

- Vaya, parece que te lo has pasado bien hoy -me regañó con su tono frío y sarcástico.

Sabía que responderle sería una insolencia de mi parte y acabaría con un bofetón, por lo que me contuve y fijé mi mirada en el piso.

- Ya estás grande para seguir con esta actitud, Rin. Ve a bañarte ahora mismo, te estaré esperando en la sala.

No amagué mover un solo pie hasta que desapareció del hall de entrada, dejándome sola una vez más.

Me carcomía la conciencia por no quedarme en casa a llorar como todos y haber salido con mis amigos, pero mis lamentos fueron reemplazados por esa curiosidad innata que me caracterizaba:

¿Por qué ese policía estaba solo en mi casa?

¿Por qué no había venido con los otros tres como el día anterior?

Me lo pensé seriamente mientras me tomaba una ducha rápida. Hubiese preferido un baño caliente y relajante, pero mi impaciencia la había heredado de mi madre, y no era un buen día para ponerla a prueba.

Fui tentada a ponerme mi pijama de motitas, pero consideraba que el orgullo de la mujer seguiría herido por el incidente de ayer, y entonces opté por una remera amplia de color rosa, la cual era lo suficientemente larga y ancha para hacerme ver como una bolsa de patatas.

Perfecto.

Bajé las escaleras con el cepillo de cabello entre las manos, mientras el cabello rubio mojaba al contacto la parte de atrás de mi remera. Ella me miró llanamente al entrar, y aunque creí que me regañaría por bajar con el cabello mojado y entrar a la sala, me invitó a sentarme a su lado.

Me senté sin replicar y ella tomó el peine de mis manos para empezar a desenredar mi cabello, el cual era corto pero salvaje.

- Rin -pronunció con suavidad mientras pasaba las cerdas por mi melena amarilla-, sé que no somos tan cercanas como me gustaría, pero sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

- Sí, lo sé -le respondí a secas, no podía ver su rostro ni ella el mío.

Esperó un momento antes de volver a hablar.

- Hija, ¿cómo te sientes con todo lo que pasó?

- Todavía no me lo creo -le confesé con la mirada fija en el ventanal- una parte de mí sigue creyendo que en cualquier momento papá entrará por la puerta y se disculpará por haber tardado tanto, como siempre hacía.

Y era la pura verdad. No había estallado en lágrimas en el velorio, ni había gritado como si se me hubiese roto una parte del alma, como siempre se veía en las películas cuando se iba un ser querido.

EL PACTO | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora