Siempre juntos

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"Nunca olvides que te quiero"

Hay cosas en la vida que nunca se olvidan. Entre las mías, la imagen de Mikuo Hatsune siendo escoltado por dos policías, con el rostro amoretonado y el cuerpo manchado de sangre... era una de ellas.

El cielo se había vuelto a largar a llorar, y tuvimos que ayudar a los policías a subir a mi amigo a la camioneta. Su hermana sollozaba como si fuera ella a quien le dolía, Miku era extremadamente sensible a la sangre. Era evidente que su hermano había recibido una paliza, pero...

¿Por qué?

El policía de cabello pelirrojo, Fukase, nos pidió -aunque en realidad a Gumi más directamente- que lo contactemos en caso de necesitar apoyo, o si debíamos rescatar al peliturquesa de alguna otra situación similar.

Nos encerramos en el vehículo, aún sorprendidos por la bizarra situación y medio empapados por la lluvia repentina.

- Estoy esperando explicaciones -demandó Len Akita una vez que nos encontramos en su camioneta los cinco: los primos Hatsune iban atrás, y yo acompañaba a Len en el asiento de copiloto.

Su actitud me llamó la atención, no me parecía usual que le hablara así al muchacho, ya que lo conocía de tan poco, o eso creía yo.

- Pues ve a buscar un aperitivo y toma asiento, Akita -masculló el joven en respuesta.

- Pensé que ya habías superado esa etapa Mikuo -le contestó el rubio en un chasqueo de lengua, con el semblante bastante serio y la vista fija en el camino.

¿Acaso se conocían mejor de lo que me esperaba?

- Hermano, si no nos dices quien fue no podremos demandar al... culpable -aportó Miku desde su asiento, aún con la voz temblorosa y algo de inseguridad que se reflejó en sus palabras.

- No hay nadie a quien culpar -bufó una vez más el muchacho, haciéndose el duro frente a todos los demás.

A pesar de las protestas del peliverde llegamos a la conclusión de que dejaríamos a las primas en su hogar nuevamente, idealmente sin alertar a sus padres sobre su ausencia. Mikuo, sin embargo, pasaría la noche en mi casa donde lo asistiríamos propiamente y nos inventaríamos una buena excusa para la paliza que había recibido.

El chico no había parado de quejarse durante todo el trayecto, y continuó expresando su descontento incluso cuando nos quedamos en la cocina de mi hogar a altas horas de la noche, desinfectando sus heridas. Bueno, en realidad era mi queridísimo rubio quien lo estaba haciendo. Yo me limitaba a asistir como apoyo moral, y contestaba cuando me parecía apropiado.

Len tenía el botiquín de primeros auxilios abierto sobre la mesada mientras limpiaba las manos teñidas de rojo del joven. Sus nudillos de la mano derecha estaban completamente hinchados y ensangrentados, e incluso uno o dos a carne viva, revelando que él también había propiciado unos buenos golpes a su presunto atacante.

¿O quizás sería él el agresor?

Escondía mi cuerpo detrás del policía, mientras lo miraba con genuina curiosidad auxiliarle. Akita sabía mucho de esto. ¿Será que él también habría peleado así en su juventud alguna vez? Y si es así, ¿qué era necesario hacer para sacarle la paz?

La paciencia del mayor parecía infinita. Nada lo turbaba, siempre mantenía la cordura y sospechaba que no conocía lo que es actuar por impulso.

- Esto ya está, buenas noches -anunció Akita, recordándome que no era la primera vez que lo observaba tomar distancia en situaciones de conflicto, había hecho lo mismo conmigo esa misma tarde.

EL PACTO | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora