La zorra se muda, también

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"Tu boca fue el principio de mi fin"

Aproveché que quedó inmóvil para volver a tumbarlo sobre la cama a mi lado, y puse mis pulgares sobre sus labios húmedos e hinchados.

El rubio estaba anonadado, y yo tampoco podía creer lo que acababa de pasar.

Len besó suavemente mi mano, y la alejó de su rostro para acariciarla entre sus dedos.

Yo no pensaba en ese momento, realmente me había tomado a mí misma desprevenida, no me creía capaz de haber hecho lo que siempre quise, y justamente luego de saber que Len y yo éramos hermanos.

Lo besé.

Y él... me había correspondido. Ese individuo que tenía a mi lado acababa de caer en lo mismo que yo, en el mismo vaivén de labios.

No había sido un sueño.

¿Qué haríamos ahora? ¿Me regañaría por el atrevimiento?

Ambos sabíamos que se necesitan dos para bailar el tango.

- No deberías haber hecho eso - me murmuró, mirando al techo.

Me mordí el labio inferior, realmente no tenía qué decir en mi defensa. Actué de forma impulsiva pero él me siguió la corriente. Decidí volver a tumbarme a su lado y le acompañé mientras mirábamos las vigas sobre nuestras cabezas.

- No deberías haberme correspondido - le devolví, aunque en realidad estaba extremadamente feliz de que lo haya hecho.

Me giré a ver su pecho subir y bajar, ahora ya más pausadamente. Su cabello rubio, más largo que el mío, caía despreocupadamente sobre la almohada y se mezclaba con mis mechones, cuyo matiz era ligeramente más claro.

- Además, no es como si hubiese cometido el peor pecado del mundo, Len.

La edad legal para el consentimiento eran los quince años debido a unas nuevas políticas establecidas recientemente por el poder legislativo de mi país, que había seguido el ejemplo de otros como Perú y Dinamarca. A mí ya me faltaban pocos meses para alcanzar esa edad. Len no me había violado ni mucho menos. Un beso en los labios era inocente, e incluso me atrevería a decir que casto.

Pero él se giró y volvió a mirarme con una mezcla de impresión y molestia, y estaba a punto de decir algo cuando fuimos interrumpidos por un sonido estrepitoso en el piso de abajo.

Ambos bajamos corriendo, temiendo lo peor, y encontramos a Miriam en el piso del baño tratando de ponerse en pie, al parecer se había resbalado.

- ¡Miriam!

- Tranquilo, Leon. ¡Estoy bien! Apenas ha sido un rasguño.

Me detuve en la forma en que lo llamó, recordando que tenía esa manía de referirse a él como si fuese mi padre. El joven, por su parte, suspiró aliviado y la ayudamos a levantarse. Al dar un rápido vistazo comprobamos que se había lastimado una pierna y que probablemente daría lugar a un gran y azulado moretón.

Buscamos el botiquín de primeros auxilios y mi rubio preferido volvió a hacer de enfermero, desinfectándole la herida abierta y colocando una venda de color blanquecino sobre el corte.

- No, es mi culpa mamá, se supone que yo me iba a quedar contigo a cuidarte.

Mientras el rubio hacía todo esto no pude evitar pasear la vista por la habitación que la mujer compartía con Neru. Estaba todo muy ordenado y limpio, no había nada fuera de lugar que identifique a la chica como dueña de la habitación, ni tampoco a su madre. Escuchando de pura cotilla la conversación entre Len y su mamá adoptiva pude enterarme de que él debía haber bajado a dormir con ella esta noche, pero había preferido compartir un momento íntimo conmigo.

EL PACTO | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora