-¿Me dejaríais comprobar si estáis mas herida, Milady? –susurró Brian sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. A ella se le secó la boca ante la propuesta. No podía dejar de mirarlo, simplemente no podía. Desde que se había presentado en el corredor, Brian Fraser se había convertido en lo único que podía ver en su pequeño mundo. Asintió con la cabeza y él comprobó lo que había a simple vista, unos cuantos arañazos en la parte alta de la espalda, causados por la fricción del muro al tratar de escapar de la tenaza de su padre y nada mas. Tal y como trataba Lord Lovat a las mujeres, podía considerarse muy, pero que muy afortunada.
-Me duele la rodilla. –siseó ella, sosteniendo la toalla helada contra su cuello. –le presentó la pierna, asintiendo levemente con la cabeza ante su muda pregunta y él alzó con cuidado sus faldas y enaguas para echar un vistazo a su rodilla lastimada en su frustrado rodillazo a las pelotas de Lord Lovat. Brian bajó la media con manos temblorosas al tocar la blanca y perfecta piel de Ellen. Ella se estremeció también, como si hubiera tenido un calambre, al contacto de sus dedos.
-¿Os duele? –volvió a susurrar, alzando de nuevo la mirada hacia ella, que tenía las mejillas aún mas rojas que antes y los ojos brillantes, muy abiertos. Negó con la cabeza. Aún le costaba trabajo hablar. –No es nada grave, sólo os saldrá un moretón. En unos días se habrá ido. -El volvió a atar la cinta sobre la media que acababa de alzar y bajó con cuidado exquisito cada una de sus enaguas y faldas, lanzando un callado suspiro cuando terminó, como si se despidiese de la fantástica visión de sus piernas, cosa que en realidad así era. ¿Qué tenía aquella mujer que lo estaba volviendo loco? –alzó la mirada hacia ella e hizo un gesto con la mano, hacia la puerta, mientras se mantenía a sus pies, con una rodilla hincada en el piso. -¿A qué ha venido todo esto? –preguntó con sencillez, sin dejar un solo segundo de mirarla.
Ellen tampoco podía escapar del hechizo de la mirada de Brian. Sus ojos rasgados, casi triangulares, aquel peculiar tono oscuro, contrastando con la blancura de su piel y la negrura de su cabello, hacían que desease que se acostase a su lado en la cama y la acunase hasta dormirse contra su pecho y a la vez, que la poseyera con delicadeza y fiereza a la vez y la hiciese suya. Se puso aún mas roja al pensarlo, acalorada y sintiendo pequeñas descargas de placer entre sus piernas. Las novelas francesas de su tío Malcom estaban haciéndole mas efecto del esperado en aquel momento. –Mairi está embarazada de vuestro padre. –respondió ella con la misma sencillez y con una voz ya casi normal, una vez recuperada del hechizo.
Brian bajó la cabeza y emitió otro sonoro suspiro. Simplemente se limitó a mover la cabeza de un lado a otro, en silencio, con un velo negro de tristeza sobre su hermoso rostro. Ellen lo miraba, esperando que dijera algo, pero pasó un rato y Brian seguía en la misma posición, cabizbajo, rodilla en tierra, sin dar señales siquiera de haberla oído. –Milord, ¿me habéis escuchado?
Con un respingo, Brian Fraser se puso en pie y entonces ella pudo ver las lágrimas que resbalaban silenciosas por sus mejillas y se enterneció hasta el punto de olvidar la toalla en su cuello, que resbaló y fue a dar al suelo, cuando se puso en pie y sin pensarlo, se abrazó a él, ofreciéndole el consuelo que necesitaba. En ese momento, ella misma rompió a llorar, por la situación de su amiga y por el tremendo susto que acababa de pasar. Él la sostuvo, mientras sus lágrimas se secaban lentamente sobre sus mejillas, oliendo furtivamente su cabello, una mezcla de mirto y espliego con un deje a... ¿frambuesas?. Aquel aroma rico y delicioso era tan único como ella.
Pasado el doloroso momento y el shock, Ellen se separó de Brian lentamente, como si en el fondo no quisiera hacerlo, lo que en realidad ocurría. Ambos se quedaron mirándose mutuamente de nuevo a los ojos en medio de la estancia, separados apenas un metro. Pero Brian se recuperó primero y recogió la olvidada toalla, a volvió a sumergir en el agua helada y a estrujarla, para volver a colocarla en el cuello de ella, rozando apenas su piel con los dedos, pero aún así, pudo notar como se le ponía la piel de gallina a su contacto. O tal vez fuera por lo fría que estaba el agua. Un ahogado suspiró le confirmó que el escalofrío que ella estaba sintiendo no tenía nada que ver con el agua fría y sonrió torcidamente, deseando besar aquella blanca nuca, para bajar por su espalda, darle la vuelta y besarla, continuar el reguero de sus besos por sus pechos hasta sus nalgas y hacerla suya de una vez. Pero él no era su padre, no iba a obligarla a aceptarlo y aunque ella lo deseara, él era tan sólo un bastardo sin nombre, oficio o consideración social. No era más que el de hombre de armas de su padre. Jamás estaría a su altura. Así que se limitó a sostener como el más delicado y preciado de los objetos, un rizo rojo que había escapado de su moño y serpenteaba por su cuello y lo besó como deseaba besarla a ella, dando un paso atrás, inmediatamente después, sin dejar de mirarla. Ella no había podido ver aquel apasionado gesto, al estar de espaldas a Brian.
-Os he oído perfectamente, Milady. –replicó él, cuyo pañuelo negro le oprimía en aquel momento el cuello de forma dolorosa, deseó poder tirar un poco del nudo, pero la cortesía impedía hacerlo delante de una dama. Así, que volvió a suspirar, antes de responder, sin mirarla esta vez, dirigiendo sus ojos a la ventana. Avergonzado. Había vuelto a ponerse frente a ella, a los pies de la cama –Otra vez ha vuelto a hacerlo...
-¿Cómo que otra vez ha vuelto a hacerlo? –Ellen, que estaba empezando a sentirse ridícula allí de pie frente a él, tomó el cajón que él había sacado para ella y lo puso en su sitio con pericia, con una sola mano, mientras sujetaba la toalla helada contra su cuello. Luego se recostó contra las almohadas en una pose que sin pretenderlo, era en extremo provocativa y volvió a mirarlo, esperando una explicación.
-Mi padre cree que es señor de vida y muerte en sus tierras. –Brian aún miraba por la ventana, así que no la podía ver. –Ejerce su terror particular sobre todos los habitantes de Beaufort y en las tierras de los Fraser. Y por supuesto, sobre su familia. –una amarga sonrisa torcida volvió a sus labios. –Tengo seis hermanos y hermanas reconocidos formalmente por mi padre. Blair es el mayor, pero no es lo que espera Lord Lovat de un heredero, así que ha elegido a Morwan, mi segundo y último hermano varón legítimo, como su hombre de armas. Para Morwan, mi padre es su Dios y sus enseñanzas, sus escrituras. Podeis imaginar por donde voy... -se volvió a mirarla y su respiración volvió a quedar atascada en su garganta al verla tan blanca, pura y bella contra los almohadones rojos de terciopelo y la colcha del mismo material y color, bajo el dosel de pesado brocado rojo de su cama. Carraspeó, tratando de recuperar el hilo de lo que estaba diciendo.
-Morwan se casó con Robena McGregor. Matrimonio acordado, por supuesto. Y mi padre, también cató a la novia antes de la boda. Es su particular versión del derecho de pernada. Morwan, por supuesto lo sabe, pero no solo no dice nada, sino que está orgulloso de lo que pasó. El actúa igual con las criadas de las cocinas siempre que le place. –la mirada de Brian se oscureció aún más. –Morwan y Robena tienen tres hijos, pero no sabría decir si son de mi hermano o de mi padre... Y ahora también con Mairi... Y Blair es tan simple... -volvió a mover negativamente la cabeza, mientras se sujetaba el puente de la nariz, aristocráticamente larga y fina, herencia de los vikingos que se unieron con los primeros Fraser cuando estos llegaron de Francia durante la ocupación normanda. Un insidioso dolor de cabeza se estaba formando tras sus ojos.
-¿Y tus hermanas? –preguntó Ellen desde la cama. Brian volvió a abrir los ojos y dejó caer la mano, haciendo que el volante de su camisa negra revolotease en torno a ella, bajo su levita de cuero negro. Sin pedir permiso, se sentó en el borde de la cama. Ellen ni siquiera se dio cuenta de ello, absorta como estaba mirando su fornida espalda y su lustroso y abundante cabello negro, como seda salvaje, atado con una simple cinta de cuero. Hasta ella llegaba su olor. Olor a hombre joven con unas notas de cilantro y canela, exótico perfume, como su dueño.
-Mis hermanas no son sino una molestia para mi padre. –respondió sin mirarla. –En cuanto sangran son casadas y parten lejos del castillo. –volvió a mirar abstraído por la ventana. –Supongo que ellas son las afortunadas. Para mi padre una mujer es un sitio donde meter su verga o una mercancía para intercambiar. Nada mas. Sus hijas fueron casadas con nobles de la región, con los que, a cambio de sus dotes consiguió mas tierras y alianzas para los Fraser. Mis cuatro hermanas nunca volverán a Beaufort y no creo que lo echen de menos...
Ellen de repente tenía tantas preguntas que hacerle. Sobre su madre, sobre su espada, una autentica belleza que colgaba de su cinturón y que acababa de ver. Sobre él, mismo y su vida en Beaufort, pero Brian no le dio opción a formular ninguna de aquellas preguntas, pues se puso en pie y repitió la formal reverencia ante su cama. –No quiero molestaros mas, Milady, estais herida. Descansad. Cambiad el paño con agua helada cada pocos minutos, así vuestro cuello. –su mirada sin querer se posó en aquel blanco y perfecto cuello de cisne. –no se inflamará, ni amoratará. Mi padre ha sido un animal, como siempre, pero en su nombre... y en el mío propio, os presento sus disculpas y las mas sinceras de las mías. –se puso en pie, con una mano sobre su corazón. Ellen se fijó que en el dedo meñique llevaba un sencillo anillo de oro con un rubí engastado, en unos dedos largos y curtidos, que ella volvió a desear sobre su cuerpo. Con una pequeña reverencia de su cabeza, se despidió de Brian, recordando demasiado tarde, cuando la puerta se cerraba tras él, que no le había dado las gracias por haberle salvado la vida y casi seguramente, su honor.
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LAS PERLAS Y EL JABALI (FANFIC DE OUTLANDER)
FanficEllen Mackenzie y Brian Fraser jamás podrían enamorarse, pero un hecho terrorífico y fortuito los lleva a fugarse juntos del castillo Leoch, forzar su boda, consumarla y hacer nacer un amor que duraría todo el tiempo que Ellen habitara en esta Tierr...