55. AMOR Y MUERTE pt. 4

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-No puedo, Robena. –susurró Murtagh, justo después de recibir el beso de aquella hermosísima mujer. –Eres una mujer casada, yo...

Ella le soltó el rostro con un suspiro y él se puso en pie, reteniendo inconscientemente una de sus manos, enlazada en la suya. Los dos se dieron cuenta, pero ninguno hizo el mas mínimo gesto por romper el contacto. Robena volvió a mirarle con sus enormes ojos esmeralda. –Murtagh, te he dicho ya todo lo que te agradezco lo que estás haciendo por mí. Ese beso solo era de puro agradecimiento, pero... -se ruborizó vivamente. –Pero tu sabes ahora mi secreto. No volveré a tener hijos. Y sí, soy una mujer casada que huye de la bestia de su marido, porque sabe que si la alcanza, la matará... -el apretón se volvió mas fuerte entre las dos manos. Murtagh no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta, que se negaba a bajar. Ella se puso en pie sin dejar de mirarlo, ni soltar su mano.

-Nunca he estado con un hombre... -soltó sin previo aviso. Murtagh abrió la boca, sorprendido. Ella se echó a reir al ver su reacción, pero siguió sin soltarle la mano. –He estado con una bestia, con un animal que tomaba lo que quería y me dejaba herida y dolorida durante días. Y también con un bastardo que sólo sabe tomar a las mujeres por detrás para que no puedan ver su vergüenza y su zafiedad... -siguió mirándolo sin parpadear. –Pero nunca he estado con un hombre. Un hombre de verdad. Uno como tú... -por más que quería, el nudo no bajaba, así que Murtagh alcanzó con su mano libre una copa llena de whisky y dio un trago. Robena, con felina elegancia, se la quitó de la mano, también con su mano libre, y apuró golosamente lo que quedaba de la copa, relamiéndose como una leona de ojos verdes y tentadores. La punta de su lengua rosada, rodeando lentamente sus bellos labios fue mas de lo que Murtagh podía soportar en aquel momento. Tiró de ella para abrazarla y la besó con pasión violenta, correspondida por Robena de la misma forma, abriendo su boca para que él pudiera saborear el whisky dentro de ella, mientras la lengua femenina exploraba cada rincón de la boca masculina, mientras un gemido ronco escapaba de ella. Se separaron jadeando, por el simple hecho, de que les faltaba la respiración.

-Yo tampoco he estado nunca con una mujer... con una dama, quiero decir, una dama bella, elegante... una mujer como tú. –jadeó Murtagh violentamente ruborizado. –Mi experiencia se reduce a prostitutas, francesas cuando fui mercenario o locales y a las criadas dispuestas de las cocinas de Beaufort y Leoch... -ella lo interrumpió, poniéndole un dedo en los labios, que el besó, le tomó la mano y continuó besándola, primero la palma, siguiendo cada línea y luego el dorso. Ella cerró los ojos para disfrutar de aquel inusitado placer de sus labios en su mano. Cuando los abrió, estaba temblando de deseo tanto como él.

-Me da lo mismo, Murtagh. –lo miró con tal intensidad que él deseó alzarle las faldas y tomarla allí mismo, sobre el suelo, con violencia y pasión. Pero aquella mujer no necesitaba eso. Había tenido demasiado de aquello. Necesitaba delicadeza. Necesitaba dulzura. Necesitaba que la amasen, al menos aquella noche, como si de una estatua de cristal se tratase. Se la quedó mirando, pensando si él sabría hacer aquello. –Mi doncella me dijo que cuando un matrimonio se ama, la mujer es capaz de sentir placer, mucho placer. Ella echaba de menos intensamente a su marido muerto. Se habían amado con locura, yo misma los ví alguna vez en el establo, cuando era niña... -se acercó más a él, alzando sus brazos y soltando la cinta de cuero de su lustroso y abundante cabello negro. El no podía dejar de mirarla. Estaba paralizado, hipnotizado por aquella mujer. Ellen había partido. Ya no estaba en su vida y nunca sería suya, pero Robena... Sería una crueldad negarle lo que le acababa de pedir, así que suspiró, rindiéndose a ella, mientras sus manos jugueteaban con su cabello y la abrazó aún mas fuerte, cubriendo de besos aquel bello y torturado rostro. Ella suspiró y sonrió con los ojos cerrados, sin dejar de enroscar sus dedos en su pelo. Murtagh llegó a sus labios y dejó caer los suyos con delicadeza, besándola con dulzura, primero con timidez, luego con expectación y cuando ella entreabrió un poco la boca, con ternura apasionada, haciéndola gemir suavemente, mientras volvía a saborear aquella boca con sabor a whisky, que se rendía a el sin condiciones, sin compromisos. Tan sólo quería sentirse amada, al menos una noche. Y el no podía negarle aquel deseo, por el simple hecho, de que también necesitaba lo mismo. Acababa de perder al amor de su vida. Ella huía de una bestia inmunda que la mataría sin piedad si la alcanzaba. Ambos tenían aquella noche, así que no lo pensó. Sin dejar de besarla, la alzó en sus brazos, como si fuera una novia camino de su lecho nupcial, con su larguísimo cabello ondeando en torno a los dos, como guedejas entregadas al viento.

La depositó en la cama con suavidad e interrumpió el beso. Ella le sonrió, mientras trataba de recoger su larguísima melena con una mano. El se la tomó y negó con la cabeza. Quería sentír aquel hermoso cabello en su piel, que lo rodease como una sábana de seda mientras la hacía gemir y gritar y disfrutar, como nadie nunca lo había hecho. Robena lo merecía. El lo merecía. Se inclinó para besarle el cuello con delicada pasión, la línea de la mandíbula, los lóbulos de las orejas, que mordió tiernamente, haciendo que corrientes placenteras acudieran entre las piernas de Robena, que con los ojos cerrados, gemía bajito. Se quedó mirándola un momento, antes de continuar, jadeando de deseo.

-¡Mírame!¡Mírame, Robena! –ella abrió los ojos para mirarlo con sorpresa. –Por favor, mirame. Si deseas que pare, dímelo ahora, antes de que no pueda hacerlo... Pero si quieres que continue, mirame. Yo no soy Morwan. No voy a violentarte, no voy a hacerte daño. Quieres saber lo que es disfrutar con un hombre y yo quiero saber como sabe la blanca piel de una dama. Una mujer buena que se ha visto obligada a huir a su pesar. Una mujer a la que le he prometido llevar a sus hijos con ella y pienso cumplir esa promesa aunque me cueste la vida... -ella lo interrumpió, echándole los brazos al cuello y besándolo. Desde su lejana adolescencia, no había besado a nadie. A su marido esas minudencias no le preocupaban a la hora de tener sexo con ella, pero esa noche, estaba recordando los besos robados de su primera juventud. Pero Murtagh no era un muchachito. Era un hombre curtido pese a ser joven. Tal vez eran de la misma edad, quizás él era algo menor que ella. Nunca se lo había preguntado, ni le importaba. El deseo había despertado dentro de ella y lo deseaba, lo deseaba con tal intensidad que estaba temblando. Notó humedad entre sus piernas, no recordaba haberlo sentido nunca, aunque Effie, su doncella, le había dicho que era normal, cuando la mujer desea a su hombre, que ayuda a que la verga le de placer. Sonrió contra sus labios, mientras sus manos desataban su pañuelo y desabotonaban su camisa. El la separó para ocuparse de las cintas de su vestido.





LAS PERLAS Y EL JABALI (FANFIC DE OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora