Se puso en pie y con un gesto de "¿puedo?", tomó el cordón de su camisola. Ella asintió con la cabeza, sin dejar de mirarlo. Había soñado tantas veces con aquello, en la soledad de su cama y de su bañera... Y allí estaba. Su noche de bodas. Con el ser mas perfecto que había conocido... Y al que amaba por encima de todas las cosas: su marido. Sonrió cuando notó el frío contra su piel y un quejido salió de la boca masculina al observar su desnudez.
-¡Rojo!. -casi gritó Brian, mirando su bosque rizado entre sus piernas. Ella por poco se echó a reir otra vez, pero estaba demasiado ocupada desabrochando sus botones, entre las chorreras de la camisa masculina. El la ayudó, desabononándose los de las mangas y subiendo los brazos hacia la espalda, para quitarse él mismo la camisa. Ella le tomó las manos, lo dejó con los brazos hacia arriba y con un gesto de desconcierto muy raro en su rostro.
-Es mi privilegio de esposa, ¿no? –volvió a alzar inquisitivamente una ceja y el le sonrió pícaramente, agachando la cabeza. Ella tiró de los volantes del cuello y le sacó la camisa, para esbozar ella esta vez un sorprendido "¡Oh!" y abrir mucho los ojos, golosamente, al ver el cuerpo grande, musculoso, fibroso y moreno de su esposo, desnudo por primera vez para ella. Entre su rizada mata de vello, una verga bastante considerable, sobresalia, en total erección y el vello negro de su pecho, era también abundante, aunque no en exceso, dirigiéndose como una flecha negra, por su plexo solar, su abdomen, hacia su sexo. Ella lo tocó sin timidez alguna, arrancándole a Brian un grito de placer. Recorrió lentamente su miembro con los dedos, mientras con la otra mano, acariciaba su trasero, duro como una piedra, sin dejar de mirar hacia abajo, comprobando el glande rojizo, acariciando lentamente todas y cada una de las venas de su virilidad y metiendo la mano con descaro entre sus rizos, para sopesar la forma y peso de sus testículos, mientras el jadeaba y gemía de placer. Ninguna chica había sido tan atrevida con él. Ni en Beaufort, ni en Francia, donde había sido mercenario durante unos años, antes de que la guerra le hiciera volver a su propio país. Las prostitutas francesas eran descaradas, pero iban al grano, no se dedicaban a acariciar antes. El, temiendo derramarse en su mano, se la quitó, la besó y la puso sobre su cuello, junto a la otra y la alzó, de forma que Ellen lo abrazó por la cintura con las piernas, rozando con sus pechos el suyo, el vello masculino le hacía cosquillas y le erizaba los pezones, enviando oleadas de placer a su sexo. Y con ella en brazos, entró en la bañera, sentándose con ella encima. Un suspiro escapó de ambos al notar el calor del agua, sedosa y suave, sobre sus cuerpos. Pero en contra de lo que el creía. Ellen se dio la vuelta, quedando encima de él, todo lo larga que era, pero de espaldas. Las manos masculinas empezaron a juguetear con sus pezones, amasando sus pechos y mientras mordisqueaba su cuello, una de sus manos, se fue deslizando por su cuerpo hasta perderse en sus rizos rojos. Entonces, ella trató de sacársela, y al no conseguirlo, habló entrecortadamente.
-Brian... aun no... Aquí no... duele...-cerró los ojos mientras lanzaba un gemido de placer. –Dentro del agua la lubricación de la mujer se diluye... duele... sobre todo si es la primera vez... -volvió a soltar otro quejido, pues él no dejaba de jugar con su pezón y con su botón rosado, entre sus piernas, haciéndola retorcerse como una anguila, sobre él. Ellen no podía ver como el sonreía al ver el placer que le estaba dando. Giró hacia el la cabeza y sintió su beso con los ojos cerrados, su lengua enroscándose con la suya y como gemía junto a ella. Luego tomó con los dientes el lóbulo de su oreja y le habló con voz baja y trémula, al oído. –"Mo bhean-gheal" (Mi dama blanca)... "Ma dame blanche..." –no sabía por qué lo había repetido en francés, pero lo hizo, sin dejar de excitarla, la otra mano bajó lentamente de su pecho y se unió a la otra, probando un dedo su resbaladiza entrada, a pesar del agua. Ella gritó de sorpresa y placer. Se había contenido tantas veces de hacer precisamente aquello...
-No... si me voy ahora... -gimió, arqueándose contra él, moviendo su pelvis contra sus manos, con los ojos cerrados.
-No pasará nada. –gimió él contra su oído, estaba disfrutando tanto de verla, que casi estaba por irse él también. Tenía los dientes apretados por el esfuerzo. –Creo que los dos hemos leído las mismas o parecidas novelas y la mujer puede tener mas de un orgasmo. ¿Verdad, "ma belle"(bella mía)?
Ella iba a responderle que eran novelas, que igual no era verdad, cuando le sobrevino el orgasmo, con uno de los dedos de Brian en su interior. Comenzó a gemir, a gritar, a sollozar. Aquel era el más fuerte que había tenido en toda su vida. Y ni siquiera estaba dentro de ella. Corcoveando, arqueándose contra las manos masculinas y gritando entrecortadamente. Poco a poco comenzó a recuperar la cordura y se quedó laxa sobre él, colmada. Si solamente con su estimulación había sido así. Con él en su interior, pensó que moriría de placer. Sonriendo, se movió hasta quedar sentada en el otro lado de la bañera. Casi podía ver su miembro entre sus rizos y deseó chuparlo, como hacían las francesas de sus novelas. Pero se iba a atragantar en el agua, así que se limitó a tomar el jabón de Brian, untarse generosamente las manos de espuma y empezar a enjabonarlo, mientras lo besaba con tanta pasión, que casi se ahogaron por un momento. Al deshacerse el beso, ambos se echaron a reir. Aun se sentían muy verdes, pero tenían muchas ganas de madurar juntos. Cuando las manos de ella llegaron a su verga, empezó a frotarla arriba y abajo, rotando el pulgar en círculos sobre su glande, haciéndolo gritar y gemir ahora a él. No le dio tiempo a decirle, "¡detente!", cuando con mucha vergüenza, se fue en sus manos, gritando y gimiendo, arqueándose tanto como ella. Enrojeció hasta la raíz del pelo y bajó la vista. Fue ella la que, tras enjuagarse las manos en el agua que los rodeaba, le tomó la cara, ahuecando las manos sobre sus rasposas mejillas y lo obligó a mirarla, plantándole otro beso de antología. Sonrió con pícaro amor, arrancándole una sonrisa a él a su vez.
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LAS PERLAS Y EL JABALI (FANFIC DE OUTLANDER)
FanficEllen Mackenzie y Brian Fraser jamás podrían enamorarse, pero un hecho terrorífico y fortuito los lleva a fugarse juntos del castillo Leoch, forzar su boda, consumarla y hacer nacer un amor que duraría todo el tiempo que Ellen habitara en esta Tierr...