54. AMOR Y MUERTE pt. 3

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Blair asintió con la cabeza, hipnotizado por la brillante y decidida mirada de aquellos ojos azules, mientras Sir Marcus bajaba la suya, dolidamente arrepentido, por no haber hecho con su hija lo que su amigo Jacob MacKenzie sí hizo con la suya. Tal vez hubiera habido una diferencia si Mairi hubiera sabido luchar, aunque tal y como habían ocurrido los acontecimientos, según ambos le habían contado, creía firmemente que no hubiera habido ninguna. Lovat era perro viejo y supo perfectamente como desflorar a Mairi... Por sorpresa e inmovilizándola para que no pudiera luchar.

Se puso en pie para marcharse y dejar a los dos recién casados a solas, para que pudieran prepararse para su marcha de Leoch. Besó tiernamente a su hija en la frente y le dio un cálido y varonil abrazo a su yerno, que acababa de revelarse como toda una sorpresa para él. Los dos hombres se miraron largamente, hasta que Blair asintió con la cabeza ante lo que los ojos de su suegro expresaban y Sir Marcus se encaminó hacia la puerta. Antes de salir, se volvió.

-Me da igual que queráis o no la dote de Mairi. Es suya por derecho y voy a conseguir que este bastardo me la devuelva íntegra o todo el país sabrá quien es Simon Fraser, señor de Lovat y perderá todo su poder y sus conexiones políticas. –se detuvo sin dejar de mirarlos. –Es lo mínimo que puedo hacer por mi hija, ya que no he podido protegerla de ese condenado degenerado. Y por ti, hijo... -miró a Blair con cariño. –Que amas a mi hija, que hubieras criado a un hijo que no es tuyo como si lo fuera y que la protegerás, ya lo has hecho. La tierra está aun caliente sobre su tumba... -agarró el picaporte de la puerta y lo miró unos momentos. Habló sin dejar de mirar el objeto. –Por todo eso, ese viejo antinatural me devolverá hasta la última moneda y el último objeto que es mio... -miró a Mairi. –Que es tuyo, hija mía. Por derecho... y por dolor. –se inclinó con cortesía ante ellos. –Pronto iré a veros a "Uisge Soilleir". Iré a daros lo que es vuestro por derecho, a ver a mi hija... -miró intensamente a Blair. –Y a mi hijo y posiblemente... -sonrió tristemente. –a mi futuro nieto, porque por la forma en que os mirais, estoy seguro que dentro de poco, otro niño sustituirá al ángel que se ha ido. Os deseo lo mejor, hijos míos. Buen viaje. –esta vez sí abrió la puerta y desapareció tras ella, cerrándola en silencio.

Mairi se dejó caer hacia atrás, en la cama, quedando con los pies colgando y suspirando de alivio. Blair hizo lo mismo, pero aprovechó para plantarle tal beso, que la dejó boqueando y deseando más. Se volvió de medio lado y acarició el rostro de su marido, cubriéndolo de besos y tomando sus labios al asalto como él había hecho con ella.

-"Mo dhuine math, Mo leannan gu math, Mo neach-dìon fiadhaich..." ("Mi buen marido, Mi buen amante, Mi fiero defensor...") "Tha mi cho measail ort gu bheil e gam ghoirteachadh" (Te amo tanto que me hace daño) –sonrió antes de besarlo otra vez, desatándole la cinta de la coleta y acariciando su sedoso cabello rubio, casi blanco, mientras sus labios bajaban por el cuello masculino y ahora era Blair quien empezaba a boquear. La apartó de sí con un supremo esfuerzo. Ella sonrió con picardía.

-Ahora no, "mo chridhe milis" (mi dulce corazón). Volverás a sangrar y no me perdonaría en la vida ponerte en peligro. –la abrazó fuerte y volvió a besarla, pero la inmovilizó con su fuerza para que ella no pudiera corresponder. Mairi hizo un gracioso mohín con la boca al ver que no podía moverse, pero apoyó la cabeza en el pecho de su marido con un suspiro.

-"Mo ghràdh beannaichte" (mi amor bendito), ¿me harías un favor? –la presión cedió un poco ante la sorpresa de Blair, que se la quedó mirando fijamente con sus oscuros ojos, intrigados.

-Lo que "mo bhean" (mi dama) quiera. –le sonrió embobado, mientras ella asentía con la cabeza, muy seria.

-Por favor, avisa al doctor Beaton... -sonrió al ver su cara de alarma. –Al joven, por favor, seguro que será mas fácil de convencer. –volvió a besarlo con pasión exquisita. –No te preocupes, estoy bien. Tan solo quiero dejarle un regalito de despedida a cierta persona... -los ojos como zafiros de Mairi centellearon con odio al tiempo que dejaba libre a su esposo, quien, imaginando algo de lo que se proponía, sonrió con astucia y tras otro beso que la dejó aún mas deseosa, dejó la cama y salió en silencio de la habitación.

Ella la abandonó también, dirigiéndose al escritorio, donde alcanzo un billete y escribió con su letra clara y elegante: "No vuelvas a acercarte a mí o a mi familia o la próxima vez el hechizo será mayor, tan grande que arderás eternamente en el infierno". Echó arenilla sobre el papel, lo prensó con el pisapapeles y lo sacudió, soplando para soltar los restos de arena y que se secase la tinta, doblándolo después, con mimo, esperando a que regresase su esposo con el más joven de los médicos del clan Beaton.


Una hora después, Mairi entraba en el dormitorio de Lovat, mientras Blair se apostaba en la puerta, dispuesto a defender a su esposa con su vida si fuera necesario. Pero en aquel momento, Simon Fraser probablemente estaría con su esposa y los MacKenzie, almorzando y consolándose por la muerte de Morwan. Alicia, la madre de aquel cabrón cruel, no había vuelto a decir una palabra, después de su discurso en la iglesia.

Mairi se arrodilló con sumo cuidado y dejó bajo la cama, en el lado que sabía que dormía Lovat, pues a pesar de sus violaciones y asaltos, insistía en dormir con su esposa, el maleficio y su mensaje, que el joven Beaton había confeccionado para ella: huesos de las alas de un pollo recién nacido, atados con una cinta negra como la muerte y una bolsita de sal negra atada con la misma cinta. Era un hechizo para desear la muerte a una persona y sabiendo lo intensamente supersticioso que era su suegro, esperaba que aquella cosa lo amedrentase lo suficiente como para que los dejase tranquilos a ella y a Blair. Era lo único que podía hacer para defenderse a ella y a su esposo en aquel momento. Se puso en pie con el mismo cuidado con el que se había agachado. Blair se había ofrecido a poner el mismo el maleficio, pero Mairi se negó. Debía ser ella la que lo hiciera, nadie mas que ella odiaba a aquel hombre con tal intensidad que deseaba que su cuerpo quedara reducido a cenizas, que se llevase el viento y nadie le recordase nunca más. Esa era la verdadera muerte. El olvido.

Se dirigió a la puerta con una sonrisa de venganza satisfecha en su rostro, la abrió y encontró a su marido al otro lado, montando guardia. Lo abrazó brevemente por detrás, dándole un suave beso entre sus omóplatos. El sonrió a su pesar y tras cerrar la puerta y comprobar que no había nadie, volvieron a sus propios aposentos para preparar su marcha.






LAS PERLAS Y EL JABALI (FANFIC DE OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora