37. NOCHE DE BODAS pt. 2

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Después de meter al sacerdote en la cama con gran trabajo. El buen hombre despertó lo suficiente como para firmar de forma temblorosa el acta de matrimonio redactada por Murtagh, después de los padrinos y los novios; y de limpiar el estropicio dejado por el dueño de la casa, se sentaron a tomar un bocado antes de partir, mientras esperaban a que las mujeres se cambiasen de ropa. Los vestidos de gala no eran adecuados para largos viajes a caballo. Brian casi saltó de su silla cuando vio aparecer a Ellen con sus calzas, sus botas de montar, su camisa blanca y, en vez de su lujoso jubón, una vieja levita que le había tomado prestada a su hermano Colum de la silla de su escritorio cuando se llevó la recaudación de Leoch. Llevaba el cabello en una sencilla trenza, sujeta en un moño alto y discreto que cubriría con el tricornio, al cual le había saltado las joyas y quitado el galón plateado, lo mismo que había hecho con las calzas. Parecía el escudero adolescente de un Gran Señor. Lo que deseaba parecer, ni mas, ni menos...

Robena era otra cosa. Había arrancado el tartán Fraser de su vestido de fiesta y lo había quemado en el hogar, a la espera de poder reponerlo con otra tela, camino de Francia. No tenía calzas, como Ellen, pero se había llevado entre lo poco que había tomado apresuradamente, un cómodo vestido de viaje, largo hasta los tobillos, de gruesa lana azul marino, ribeteada de basto encaje hecho en casa por ella misma. El más cómodo y utilitario que tenía y que casi no se ponía cuando Morwan estaba en Beaufort, pues le gustaba lucir a su esposa como se luce una gema. Pero ahora, pensaba vivir como quisiera. Era libre. Por fin era libre e iba a disfrutarlo, aunque le partiera el alma dejar a sus hijos, sobre todo a la pequeña Eileen, de tan solo un año... Pero Murtagh la llevaba a un lugar de recogimiento y fé. Tal vez allí pudiera sanar su maltrecha alma y su maltratado cuerpo. Y si no conseguía allí la paz, quedaba Francia para empezar de nuevo...

Aprovechando el silencio apreciativo de los hombres, las dos se sentaron a comer en silencio, soltando de vez en cuando una risita cómplice de puro nerviosismo ante lo que estaban haciendo. Brian y Murtagh las miraban boquiabiertos, cada uno por distintos motivos.

Brian admiraba el valor de su esposa, su osadía, su fuego... Murtagh admiraba a Robena. Amaría a Ellen hasta el final de sus días, pero Robena era tan hermosa. Incluso con aquel práctico vestido, sus ojos color esmeralda refulgían como gemas y su cabello castaño brillaba, recogido en un rodete bajo, con la raya en medio. Parecía la esposa de un pastor o la hermana de un cura. Era lo que querían, que pasase totalmente desapercibida. Tal vez tuvieran que hacerse pasar por un matrimonio en las posadas a lo largo del camino, incluso en el barco a Francia. Jamás le haría proposiciones a Robena. Sabía lo que la mujer había pasado con la bestia de su marido. Pero nunca podría tener a Ellen. Tendría que aceptarlo. Había sido su padrino de boda. Ellen le había prometido que lo sería de sus hijos y Brian también. Pero es que él, quería tener esos hijos con Ellen. Suspiró y volvió a mirar a Robena. Era tan hermosa...

-Bueno, ¿nos vamos? –preguntó Murtagh, con su brusquedad habitual, llevado por los nervios, al ver a Ellen han absolutamente bella, vestida de hombre y a Robena, hermosa como un hada a pesar del burdo y recio vestido que llevaba. Salió a ensillar los caballos antes de que sus instintos le traicionasen y ni el sporran pudiese disimular lo que su cuerpo sentía.

Ellen miró a su marido y a Robena, extrañada, tragando un trozo de pan con queso con un sorbo de cerveza. La enorme jarra que le había proporcionado Brian, estaba prácticamente vacía. Pero había bebido alcohol desde que recordaba y tenía buena cabeza para la bebida, incluso el potente "Rhenish" de su hermano Colum. El único agua que bebía, la hervía ella misma en la cocina y se la llevaba a su habitación. No conocía los gérmenes, pero si las miasmas y los humores del cuerpo de los que hablaban médicos griegos, romanos, árabes, sobre todo, Granadinos, judíos y... aunque no se fiaba mucho de ellos, algunos más modernos, del siglo anterior y del corriente. Estaba a punto de amanecer, tenían que apurarse si no querían ser descubiertos; y mucho. -¿Qué le pasa a éste? -señaló con un dedo a su amigo. Brian se encogió de hombros y por los labios de Robena pasó una sonrisa enigmática que Ellen, simplemente, ignoró, concentrada en su propia felicidad. No tenían tiempo de lavar la vajilla que habían usado, asi que la dejaron amontonada en la pileta. Murtagh ya estaba siseando y llamándolos con los caballos en el patio que daba al cementerio del pueblo. Robena fue a su encuentro y Murtagh la ayudó a subir otra vez a horcajadas al caballo. Ella le sonrió cuando él le volvió a mirar las piernas envueltas en las medias, con las faldas mucho mas subidas de lo que la decencia y el decoro permitían. Murtagh dijo algo sobre comprarle unas botas altas para que montase más cómodamente, que con aquellos frágiles zapatos de fiesta que llevaba. Ella asintió aún sonriendo.

Ellen sonrió a su vez al darse cuenta del flirteo, miró a Brian, que la miraba a ella, sonriendo también. -¿Crees que esos dos llegarán a al...? –Brian la calló con un beso profundo, tan profundo que su lengua casi le llegó a la campanilla y tuvo que aferrarse a su habitual levita de cuero para no caer. Él simplemente la aferró por sus redondas nalgas de matrona, para abrazarla fuerte contra él y que notase como el sporran estaba algo mas levantado de la cuenta. Ella, ni corta ni perezosa, saltó a sus brazos y se enganchó a su cintura, profundizando aún más el beso. No quería que acabase. Tanto tiempo soñando con ellos, ahora pensaba disfrutar de todos y cada uno de ellos, mientras jugaba con los cortos caracoles negros de su nuca y el gemía al par de ella, llevado por la pasión... En un momento dado, Ellen tuvo que aferrarse al cuello de la camisa blanca de su esposo. Le había pedido que no usase mas la negra, le parecía demasiado lúgubre para un hombre tan guapo, bueno y alegre como él. Y el, que no podría negarle nada a su esposa, se puso la camisa de su traje de padrino/novio, debajo del chaleco, kilt de caza Fraser, parecido al MacKenzie, en tonos marrones, grises, verdes y amarillentos, pero cruzado en la trama por una línea roja y levita de cuero negro.

-No hay tiempo para eso, ¡deberíais saberlo ya!¡Bollocks! (¡Cojones!) –soltó groseramente Murtagh, aún mas malhumorado que antes, sus ojos quedaron convertidas en dos rendijas azul oscuro y fiero. -¡Pareceis dos adolescentes enamorados, en vez de dos adultos!¡Vamos!

Brian bajó a Ellen de su cintura, renuentemente. Desde que ella forzó su beso de bodas, no podía dejar de besarla y acariciarla. Estaba deseando que cayera la noche, para tomarla por fin y consumar su matrimonio, en alguna posada del camino. Pero antes tenían una larga cabalgata ante ellos. Y el se mantenía despierto sólo a causa de la descarga de adrenalina y la fuerza de voluntad. Tendría que dormir por el camino si quería cumplir como debía esa noche. –No te enfades hombre. ¡Somos recién casados! Tu mismo redactaste la partida de matrimonio y fuiste el padrino. ¡No te pongas así!¡Ya vamos!

LAS PERLAS Y EL JABALI (FANFIC DE OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora