Capítulo 40.

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Desperté en un bote de remos con una vela improvisada con la tela gris de un uniforme confederado.
Alex, sentada a mi lado, iba orientando la vela para avanzar en zigzag.
Intenté incorporarme y de inmediato me sentí mareada.

-Descansa.- me dijo.- Vas a necesitarlo.

-¿Y Lex?

Ella meneó la cabeza.

-Lo siento mucho, Lena...

-¿Que hay de Clarisse? ¿Dónde está ella?

-Lena, ella... No... Ella...- dijo con la voz entrecortada. Pero no había necesidad de que terminara de hablar, yo sabía perfectamente que es lo que quería decir, y no pude evitar sentime mal. Clarisse no era muy amigable y afectuosa conmigo como lo era con Alex o Kara, pero me trataba bien.

-Quizá Lex haya sobrevivido.- dijo, aunque no muy convencida.- Ya sabes, el fuego no puede matarlo. Y puede que Clarisse encontrara un modo de sobrevivir.

Asentí, pero no tenía ningún motivo para albergar esperanzas. Había visto cómo aquella explosión destrozaba el hierro blindado. Si Lex estaba junto a las calderas en aquel momento, era imposible que hubiera sobrevivido.
Había dado su vida por nosotros, y yo no podía dejar de recordar todas las veces en que me había avergonzado de él y había negado que estuviéramos emparentados.
Las olas rompían contra el bote. Alex me enseñó algunas cosas que había logrado salvar del naufragio: el termo de Hermes (ahora vacío), una bolsa hermética llena de ambrosía, un par de camisas de marinero y una botella de SevenUp. Ella me había sacado del agua y también había encontrado mi mochila, aunque los dientes de Escila la habían desgarrado por la mitad. La mayor parte de mis cosas se habían perdido en el agua, pero todavía tenía el bote de vitaminas de Hermes. Y también mi espada.
Navegamos durante horas.
Ahora que estábamos en el mar de los monstruos, el agua relucía con un verde todavía más brillante, como el ácido de la hidra. El aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, como si se aproximara una tormenta eléctrica, o algo aún más peligroso. Yo sabía en qué dirección debíamos seguir. Y sabía que nos hallábamos exactamente a ciento trece millas náuticas de nuestro destino. Pero no por eso lograba sentirme menos perdida.
Sin importar en qué dirección virásemos, el sol siempre me daba en la cara. Compartimos unos sorbos de SevenUp y utilizamos la vela por turnos para hacernos un poco con su sombra. También hablamos de mi último sueño con Winn.
Según Alex, teníamos menos de veinticuatro horas para encontrarlo, y eso dando por supuesto que mi sueño fuese fiable y que Polifemo no cambiara de idea e intentara casarse antes.

-Sí.- dije amargamente.- Nunca puedes fiarte de un cíclope.

Alex fijó la vista en el agua.

-Lo siento, Lena. Me equivoqué con Lex. Ojalá pudiera decírselo.

Traté de mantener mi enfado, pero no era fácil. Habíamos pasado juntas un montón de cosas; me había salvado la vida, además era casi seguro que su hermana estuviera muerta, y era una estupidez de mi parte seguir haciéndome la ofendida con ella.

Bajé la vista para examinar nuestras escasas pertenencias: el termo vacío, el bote de vitaminas. Me acordé de la mirada rabiosa de Maggie cuando intenté hablarle de su padre.

-Alex, ¿Cuál es la profecía de Quirón?

Ella frunció los labios.

-Lena, no...

-Ya sé que Quirón prometió a los dioses que no me lo diría. Pero tú no lo prometiste, ¿verdad?

-Saber no siempre es bueno. Generalmente te lleva a hacer cosas estúpidas sin pensar.

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