Capítulo 42.

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Si piensas en la "isla del monstruo", te imaginas un montón de rocas escarpadas y huesos esparcidos por la playa, como en la isla de las sirenas.

Pero la isla del cíclope no tenía nada de eso.
Había un puente de cuerdas sobre un abismo, lo cual no era buena señal. Pero el lugar, aparte de eso, parecía una postal caribeña. Tenía prados verdes, árboles de frutas tropicales y playas de arena blanquísima. Mientras navegábamos hacia la orilla, Alex inspiró profundamente aquel aire perfumado.

-El vellocino de oro.- dijo.

Asentí. No lo veía aún, pero percibía su poder. Ahora sí podía creer que el vellocino era capaz de curar cualquier cosa, incluso el árbol envenenado de Zöe.

-¿Se morirá la isla si nos lo llevamos?

Alex meneó la cabeza.

-Perderá su exuberancia. Y volverá a su estado anterior, fuera cual fuese.

Me sentí un poco culpable por destrozar aquel paraíso, pero me recordé que no teníamos alternativa.
El campamento corría peligro, y Lex y Clarisse aún seguirían con nosotros de no haber sido por esta misión.

En el prado que había al pie del barranco, se agolpaban varias docenas de ovejas. Parecían pacíficas, aunque eran enormes, tan grandes como hipopótamos.
Más allá, un camino subía hacia las colinas. En lo alto de ese camino, cerca del borde del abismo, se levantaba el roble descomunal que había visto en mis sueños. Había algo dorado que relucía en sus ramas.

-Esto es demasiado fácil.- dije.- ¿Subimos allí caminando y nos los llevamos?

Alex entornó los ojos.

-Se supone que hay un guardián. Un dragón o...

Justo en ese momento surgió entre los arbustos un ciervo. Trotó por el prado, seguramente en busca de pasto, y de repente todas las ovejas se pusieron a balar y se abalanzaron sobre él. Ocurrió tan deprisa que el ciervo se tambaleó y desapareció en un mar de lana y pezuñas.
Hubo un revuelo de hierba y mechones de pelaje marrón.
Unos segundos más tarde, las ovejas se dispersaron y volvieron a deambular pacíficamente.
En el sitio donde había estado el ciervo sólo quedaban un montón de huesos blancos.

Alex y yo nos miramos.

-Son como pirañas.- dijo ella.

-Pirañas con lana. ¿Cómo vamos...?

-¡Lena! Mira.

Alex señaló hacia la playa, justo debajo del prado, donde un bote había sido arrastrado hasta la arena.
Era otro bote salvavidas del CSS Birmingham.
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Llegamos a la conclusión de que era imposible atravesar aquel cerco de ovejas caníbales. Alex quería deslizarse por el camino con mucha cautela y hacerse con el vellocino, pero la convencí de que no saldría bien. Las ovejas podían escucharla, o aparecería otro guardián.
Y si ocurría algo así, yo estaría demasiado lejos para ayudarla.
Además, nuestra primera tarea tenía que ser encontrar a Winn y a quienes hubieran llegado a la orilla con aquel bote. Eso suponiendo que hubiesen logrado esquivar a las ovejas.
Estaba demasiado nerviosa para decir en voz alta lo que aún esperaba en secreto, que Lex siguiera vivo.

Amarramos el barco en la parte de atrás de la isla, donde los acantilados se alzaban en vertical a unos sesenta metros de altura. Se me ocurrió que allí sería menos probable que el barco fuera visto.
Aquellos acantilados parecían escalables. Debían de ser tan difíciles como el muro de lava del campamento.

Al menos, no había ovejas por aquel lado. Confié en que Polifemo no tuviera también cabras montesas carnívoras.
Remamos en un bote hasta el borde de la roca y empezamos a subir muy despacio. Alex iba delante, porque ella era mejor escaladora que yo.
Sólo estuvimos a punto de matarnos seis o siete veces, lo cual me pareció bastante aceptable. Una de esas veces, perdí pie y me encontré colgada de una sola mano de una cornisa a quince metros de las rocas que sobresalían entre las olas. Menos mal que encontré otro punto de apoyo y seguí escalando. Un minuto más tarde, Alex puso el pie sobre un trozo de musgo y resbaló. Por suerte, consiguió afirmar el pie un poco más abajo. Por desgracia, fue en mi cara.

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