Vestidor.

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—¿Cómo vas viejo?. —Rodó los ojos ante aquel tono burlón. —Imagino que la ropa no ha cambiado mucho estos años, pero si tienes problemas te puedo dar una mano extra si quieres.


—No molestes.


Escuchó la risa del menor afuera.

No debería de sentirse incómodo, pero el saber que sólo una puerta lo separaba del castaño y él desvistiéndose, no ayudaba a relajarse.

Se había negado muchas veces, pero al final era entrar sólo o acompañado con el castaño.

Y ni loco sería la segunda opción.

Menos cuando no dejaba de pensar en aquel beso.

Rendido, se había probado varias prendas, las cuales incluso él tuvo que admitir que eran muy buenas.

No quiso pensar en como fue que Tony supo sus medidas.

El millonario en cada cambio, le había daba su opinión como visto bueno.

Ojalá no hubiera visto las miradas cargada de deseo ni diversión sobre él.

Pensó que Tony no podía sorprenderlo más. Como siempre, se había equivocado.

Entre las ropas, había colado algo extra.

Dudó sobre si probárselo o no. Pero al estar ya adentro y teniéndolo en la mano no le quedó de otra.

Se miró en el espejo por un rato. Aquello no iba con él.


—Te queda muy bien.


El rubio apretó la mandíbula al verlo reflejado en el espejo.


—¿Que te dije sobre la privacidad Stark?. —Le reprochó girándose de brazos cruzados.


—No es mi culpa. —Dijo con falsa inocencia. —Te quedaste tanto rato dentro que imaginé que te habías dormido viejo.


—Pues ya vistes que no, ahora fuera.


—Vamos calma, técnicamente no invadí tu privacidad. —Sonrió ladino. —Después de todo, ya estabas vestido.



—Y prefiero no tener público. —Le señaló. —Ahora, sal de aquí.


El castaño cerró la puerta.

Pero en vez de salir, avanzó directo hasta él.

Se detuvo a un paso de distancia y le miró de arriba a bajo con una sonrisa.


—Ni lo pienses.


—¿Qué cosa?. —Notó ese brillo peligroso en su mirada mientras lo repasaba una y otra vez con la mirada.


—Tu fiesta no es algo tan formal no lo llevaré. —Dijo con firmeza.


—Puede que no. —Sonrió con picardía y sujetó sus brazos. —Pero nunca se sabe cuando le puedas necesitar.



—Detente. —Gruño alejando sus manos de él.



—¿A que le temes viejo?. —Avanzó otro paso. —Necesita que le confeccionen las mangas un poco, pero ni se nota.


Eso empezaba a ser peligroso.


—Sabes de qué hablo. 


—¿Del beso?. —Ladeó su cabeza. —¿O de las ganas que tienes como yo de repetirlo?.

Amor Sin Medida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora