Capítulo 8. La vida de modelo

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Will

Desperté con un dolor de cabeza endiablado, el cuerpo cansado y con zonas de mi cuerpo que no sabía podían dolerme.

Me quité la almohada que cubría mi cabeza y observé mi cuarto de hotel. ¿Qué día era? Sábado, lo recordaba porque el día anterior había salido con Brandon a celebrar nuestra llegada a Los Ángeles.

El día anterior... Solo recordaba un poco haber salido, quizás haber bebido un poco de más, pero nada más.

Ni siquiera recordaba haber llegado al hotel.

Revisé la habitación. Estaba desordenada a pesar de yo haberla dejado ordenada al salir, había ropa en el suelo y mis sábanas estaban arrastradas hasta junto una blusa de chica.

¿Blusa de chica?

Me incorporé con lentitud sintiendo mi cabeza a punto de estallar y levanté la blusa como si quemara. Era, definitivamente, de una chica.

Pero yo no recordaba haber pasado la noche con nadie, ¿o si lo había hecho?

Encontré mis calzoncillos y me los calcé mirando el resto de la habitación. Había unos pantalones que no me pertenecían asomándose debajo de la cama y la blusa, y un solitario arete estaba en el suelo junto al velador... Aunque no hallé por ninguna parte mi camisa.

Había tenido una noche alocada definitivamente.

Me pregunté si la chica se había ido. Sería difícil tener que echarla estando sobrio, pero a pesar de que la busqué no la encontré en ningún lugar. Ella ya se había ido.

Bien, un problema menos para mí. Generalmente tenía que hacerme cargo de las chicas con las que me acostaba y dejarles claro que no significaron nada más que un revolcón de una noche.

Las mujeres casi siempre querían más, pero yo no. Las relaciones no son para mí, no cuando conozco tan bien a las mujeres y sé que son víboras mentirosas que te quitan todo y luego se largan sin dejar ni siquiera una nota (no generalizo, pero casi todas son así).

Lo mejor es utilizarlas y luego botarlas, soluciona muchos problemas, te quita pesos... Y si encuentras a la chica indicada, esa que está dispuesta a ser una chica de solo una noche, entonces eres afortunado.

Porque las demás mujeres solo quieren una cosa, emociones. Y es mejor darse un tiro antes que tener emociones.

Todo siempre debía ser consensuado, siempre. Eso es importante. Podré ser un idiota, un bastardo sin sentimientos, pero soy serio con el consentimiento. No es no y punto.

- ¡Buenos días, amor de mi vida! -Brandon entró a mi habitación sin tocar y sin anunciarse, solo gritando como siempre. Se detuvo al ver el desorden en el suelo. - ¿Pasó un torbellino aquí o...?

Levanté la blusa de la chica y se la lancé.

-Tú qué crees.

Sonrió con malicia y sacudió la blusa con diversión.

-El alcohol nunca ha sido tu mejor aliado, William. -Se divirtió. Miro en todas direcciones. - ¿Ya la echaste? ¿Lloró?

-Se fue antes de que despertara. -Respondí encogiéndome de hombros. -Era una chica sensata.

-Tal parece que hay muchas de esas en Los Ángeles. -Me miró con curiosidad y luego a mi pecho. - ¿Y tú collar?

Abrí mis ojos y corrí al espejo más cercano, el del baño. Miré mi cuello.

Mi collar, la cadena de oro que llevaba conmigo desde los tres años, no estaba... Y en su lugar tenía un nuevo tatuaje, uno pequeño y delicado, que solo tenía cinco letras, una palabra.

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