Capítulo 33. Daño

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Llevaba una semana en Los Ángeles luego del incidente en París y aun no hablaba con Will.

Ni planeaba hacerlo, porque sinceramente no estaba dispuesta a hablar con idiotas inseguros que buscan razones para finalizar algo bueno que ni siquiera había comenzado. No era yo quien debía solucionar las cosas en esa ocasión.

Suspiré revolviendo el café. No quería comer, ni beber nada, porque cada vez que intentaba hacerlo veía a Will saliendo de su habitación en ropa interior, provocándole a mis hormonas golpes insuperables.

Pero él ya no estaba alrededor... Y quizás no volvería a estarlo.

Pero era su culpa.

En París habíamos logrado, finalmente, dejar en claro lo que pasaba entre nosotros. Con besos, caricias, risas y palabras, lo habíamos aclarado todo y estaba segura de que luego de eso las cosas simplemente fluirían... Pero él debía leer mi libro y ser un completo imbécil.

Elliot quizás en un principio estuvo basado en él, solo quizás un poco, cuando yo aun no lo conocía y lo consideraba el diablo mismo, pero luego, mientras iba descubriendo que Will era en realidad dulce y comprensivo, me daba cuenta de que no tenía nada que ver con Elliot, el cual era un bastardo sin emociones y sin escrúpulos que era incapaz de amar a Avalon más de lo que amaba al dinero.

Will no era así... Podía ser un completo idiota, pero era amable, empático, cariñoso y protector.

Dejé el café a medio beber y agarré mi chaqueta. Era hora de solucionar algunas cosas, por ejemplo, mi libro.

Me gustaba, me encantaba la historia, pero apenas la terminé me di cuenta de que no era lo mío. Estaba bien redactada, la trama subía y bajaba a todo momento, la tensión también, pero mientras la escribía no sentí que una parte de mi quedara impregnada en la historia.

Y cuando escribes debes dejar una parte de ti dentro de la historia, como un Horocrux, y eso no pasó conmigo... Y simplemente me di cuenta de que, a pesar de que lo disfruté, no lo amé.

Y yo quería amar lo que hacía.

Así que me dirigí a Imperio, a la reunión donde se suponía que iba a firmar para editar y publicar mi libro, la reunión donde el señor Gregory y Amy estarían presentes. La reunión a la cual entré y tiré mi última oportunidad de publicar por la borda.

-No quiero hacerlo.

Fueron tres palabras que marcaron mi vida. No di explicaciones ni me quedé más tiempo del necesario en esa oficina.

Ya había tomado mi decisión, y era definitiva. Si haría algo, lo haría porque lo amaba, no porque se esperaba que lo hiciera.

- ¡Des! -Amy me alcanzó a la salida de Imperio, venía con el rostro desencajado de la sorpresa. - ¿Qué paso? Estabas tan emocionada por publicar, y ahora...

-Me di cuenta de que no es para mí, Amy. -Respondí tomando mi teléfono.

¿Debería escribirle, debería decirle que no iba a publicarlo? No, ¿para qué? No lo había hecho por él, lo había hecho por mi... Y solo por mí, por nadie más. Si realmente hubiese querido publicarlo, lo habría hecho, despechada o no, nada me hubiese detenido.

Y menos un hombre.

-No es para mí. -Repetí con más convencimiento que la primera vez. -No se sentía correcto.

Me miró y asintió varias veces, comprensiva como siempre, y sin hacerme demasiadas preguntas pese a que debía estarse muriendo por hacerlas.

-Te entiendo. -Terminó por mascullar. - ¿Recuerdas mi primer trabajo?

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