Capítulo 7. El orgullo Michel

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-No puedo creerlo, que emoción...-Zu saltaba feliz a mi lado. -William O'Connor... Su nombre suena como los dioses.

-Es solo un chico cualquiera, no te emociones tanto. -Rogué revisando mi tableta. El modelito ese estaba en una sesión de fotos en el décimo piso de la empresa.

O sea, en la azotea.

Mi tía y mi abuela habían construido un verdadero imperio, una empresa de diez plantas, todas trabajando para ellas... Y en un futuro, para mí.

No me gustaba pensar en ello, pero esa empresa sería mía cuando mi tía se retirase... Yo era la única heredera existente, y quería hacerme cargo de la empresa, aunque a veces dudase de ello.

Hubo un periodo, cuando tenía alrededor de quince años, en que le dije a mi tía y a mi abuela que no quería hacerme cargo de la empresa, que ese no era mi sueño... Pero era mentira. Siempre había querido manejar la empresa, por eso era la secretaria de mi tía, para saberlo todo, pero solo administrar la empresa no era todo lo que quería hacer, y por eso tenía otra carrera que quería explorar y explotar antes de hacerme cargo de Chill'in.

Quedaban años para que eso sucediese, y podía cambiar de opinión sobre si querer o no hacerme cargo de Chill'in, pero eso sería problema de la Desiree del futuro. Actualmente estaba muy conforme con ser asistente de mi tía y con intentar abrirme camino en el mundo de la literatura, fallando en el intento, pero al menos intentando.

-Es un chico de 23 años, modelo, actor, deportista, influencer y animalista. Es sensible, dulce, sencillo, inteligente y candente. Es el hombre perfecto. -Suspiró como en un sueño. - ¿No crees?

-El hombre perfecto es aquel que te ame por sobre todas las cosas y no te abandone cuando las cosas se pongan duras. -Respondí levantando la vista de mi tableta hacia el número de planta en que íbamos. - ¿Cómo puedes decir todo eso si apenas lo conoces?

-Nuestras almas están a la par. -Respondió con sencillez. -No hay pasión más profunda que aquella que profeso por su perfección, no hay amor más poderoso.

-Estas loca.

-Sip, loca de amor. -Canturreo saltando nerviosa. - ¿Me veo bien? ¿Mi cabello esta ordenado?

La miré. Su cabello estaba pulcramente ordenado y su maquillaje no estaba movido ni un poco. Todo en ella lucía perfectamente acomodado y adecuadamente puesto.

Me miré a mí en el espejo. Mi blusa de cuello de tortuga estaba un poco arrugada, mis pantalones me quedaban un poco anchos de la cintura y tenían una mancha de café que pasaba disimulada, no tenía maquillaje puesto y mi cabello castaño rojizo era un nido de ratas. Yo no lucía pulcra, ni ordenada, solo lucía... Normal, supongo.

Pero, comparativamente con Zu, era una vagabunda.

Nadie creería que éramos amigas, pero las personas más dispares generalmente lo eran.

-Te ves perfecta. -Respondí en su dirección. Me dedicó una sonrisa dulce, destacando sus enormes dientes blancos. Decidí jugar un poco con ella. -Pero tienes algo verde entre los dientes.

- ¡¿Qué?!-Chilló revisándose.

-Justo ahí, ¿no ves? -Pregunte. Llegamos a nuestra planta y la empujé. -Tú solo mantiene tus dientes escondidos.

Y así me aseguraba de que no coqueteara con el nuevo juguete de mi tía.

Si evitaba el drama, evitaba muchos problemas futuros que traería eso. Por ejemplo, París. Zu iba, y lo más probable es que el juguetito nuevo también lo hiciera (o mi tía no estaría tan interesada en él): si tenían una relación y luego rompían, habría tensión... Y no era buena la tensión dentro del trabajo.

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