DIA DE COBRO

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Raoul aprieta contra su pecho el pequeño cuerpo de su hijo, apenas de cuatro años, quien llora con fuerza, puños cerrados y el chupete perdido por algún rincón de aquel diminuto piso.

Agoney abre la puerta con miedo, después de haber oído el timbre y haber tenido que separarse de sus rubios. Cierra los ojos cuando escucha su voz, y su mano tiembla en el picaporte. Raoul esconde más al niño.

- ¡Haz que se calle! O lo haré yo.- No pueden verlo, porque el cuerpo de Agoney lo tapa, pero el hombre al otro lado saca un revólver y lo carga. El moreno empalidece y se gira para mirar con angustia a su marido, diciéndole con la mirada que le haga callar.

- Shh... Peque...- Acaricia su moflete sonrojado, y al notar aquella mano cálida y familiar el niño abre la boca. Consigue que se calle con el pulgar dentro, pero sabe que no durará mucho.

Mientras, Agoney trata de disculparse, y por milésima vez, y retrasar todo lo que puede el día de cobro.

- De verdad que no tenemos el dinero ahora, no podemos darle nada, por favor déjenos más tiempo.

- No hay más tiempo. - El arma se clava en el estómago del moreno, y este tiembla, pero el hombre sabe que eso ni le dolería, que lo que realmente puede llegar a sonar como amenaza está detrás de él. - O el dinero, o ellos.

Separa el revólver y apunta a los dos cuerpos que se encogen más en la esquina del piso.

El niño vuelve a llorar desconsoladamente y Raoul suelta un par de lágrimas, mirando al pequeño y tratando de calmarle.

- A ellos no. - Su susurro se rompe, y lo único que se escucha en el lugar es la risa del hombre que huele a marihuana y a perro mojado.

No puede dejar que le hagan daño a ellos, a sus pollitos, son su vida entera, y el miedo, la rabia y la impotencia consiguen darle el valor suficiente para agarrarle de la muñeca y apuntar a su propio pecho.

- ¡No miréis!

Su respiración se agita, y Raoul pega un grito ahogado. Lleva la cabeza de su hijo a su cuello, envolviéndole entre los brazos y tapándole los oídos. Acaricia su nuca, y cierra los ojos cuando Agoney le grita de nuevo.

- No me miréis.

Entonces aprieta el gatillo, y en apenas unos segundos el cuerpo del hombre acaba en el suelo, donde se forma un charco de sangre, y Agoney corre de vuelta con su familia, con sus chiquitines, sus pollitos, y los abraza con fuerza, cerrando los ojos y dejando que Raoul acaricie su tembloroso cuerpo y le susurre palabras tranquilizadoras después de llenar su cara de besos.

No saben cuándo se metieron en todo aquello, pero saben que ya no podrán salir, y que deben protegerse entre ellos como nunca antes, sobretodo al pequeño rubio que ahora duerme entre sus brazos.

Mini Ficciones// RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora