GIMNASIO

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La primera vez que me dieron una paliza, mi padre me llevo a su gimnasio.

Sabía porqué lo hacían, y aunque nunca hablamos de ello, siempre intentó ayudarme a defenderme. Supongo que lo único que quería es que yo estuviera bien.

Ese gimnasio olía a sudor y metal, solo se oían mancuernas, gritos exhaustos y música inglesa que pretendía animar al personal a mejorar sus marcas, pero que a mí solo me daba dolor de cabeza. Mi padre me llevo a una sala aparte, donde solo estaban un señor y un chico de mi edad.

- Al final has venido. Te lo dije. - El señor tenía el pelo canoso, los músculos fuertes y la cara amable. No lo entendía, pero no me llegó a intimidar nunca. - Este es mi hijo, Raoul.

Raoul. Ese nombre se me quedó grabado en la mente. Era un chico rubio, más bajito que yo, pero de semblante serio y mejillas redondas. Se le marcaban las venas del cuello y de los brazos y tragué saliva cuando sus ojos repararon en mi y la miel caló en la oscuridad de mis ojos. Eran sinceros, puros, transparentes. Sabía en aquel momento que aquel muchacho era de fiar.

- Este es Agoney. - Mi padre me dio un pequeño empujón, acercándome a ellos. - Quiero que aprenda a pelear, o por lo menos a parar un golpe.

- Si lo dejas conmigo, ese morado que tiene en el ojo lo tendrá su oponente por toda la cara en la próxima pelea. - Su voz era lo que más me llamó la atención. Grave, dura, pero al mismo tiempo bonita y cálida.

- Tampoco quiero que se meta en problemas. Solo que no le den de hostias.

- Te entiendo. Al mío ni se le acercan.

Ahí lo supe. Mi padre se lo había contado todo a aquel hombre. Todos allí sabían que era maricón, y por lo que dieron a entender, Raoul tambien lo era. Aquello me alegró.

- Pues lo dejo en vuestras manos.

- Estará bien. - El rubio me miró, y vi por primera vez su sonrisa. Me enamoré de ella en aquel instante, y aún sigo haciéndolo cuando la veo. Sus dientes blancos, colmillos de lobo, sus ojos achinados, arruguitas sobre sus mofletes y mejillas rojas.

- Te creo. - Le dije, las primeras palabras que le dedicaba, y entonces nos dimos la mano. Y su tacto aún me sigue produciendo escalofríos, ya sea cuando me acaricia, me abraza, o me besa. Y no creo que deje de hacerlo.

Mini Ficciones// RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora