°•|Capítulo 9|•°

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El semáforo había cambiado su color, indicando que ahora el pase para los peatones era permitido

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El semáforo había cambiado su color, indicando que ahora el pase para los peatones era permitido.

Unos suaves pasos cruzaban la calle con tanta tranquilidad que nadie podía imaginar. Mientras que por otro lado, habían pasos desorientados, como si quisieran encontrar el camino que habían perdido.

Como si fuese una persona nueva en la ciudad, buscando con angustia y desesperación el camino correcto.

Los suaves pasos, a diferencia de los impacientes del lado contrario, lograron atravesar la calle, deteniéndose en otra cuadra por otro semáforo que apareció entre su vista.

El ambiente era tranquilo, la brisa soltaba una ventisca fresca que relajaba a muchos, pero causaba el titiriteo de otros.

Una paciente peli-ceniza aguardaba sobre la acera el cambio del semáforo, mientras que unos pasos angustiados se dirigían a la calle con un desespero totalmente inimaginable.

Ella tenía sus ojos cerrados y en cuanto los abrió, todo lo que sucedió a continuación se había vivido como en cámara lenta.

El chico perdido cruzaba la calle sin comprender siquiera que el semáforo no daba el permiso y acceso de su pase.

Y ella observaba que un carro venía a velocidad luz sobre la pista.

Entonces, dejando la timidez a un lado, echó a correr hasta alcanzar la anatomía del asustadizo chico.

El carro había pasado justo cerca de sus cuerpos, mientras que estos yacían tirados sobre la acera contraria de la pista, dejando como consecuencia un aire de confusión e impacto.

T/N había salvado la vida del desconocido, y evitado un accidente.

Los grisáceos iris del chico vieron con estupefacción al cuerpo femenino que poseía encima suyo. No había sentido alguno, pero sí que había un motivo para agradecer la salvación exitosa.

—¿E-estás bien? —preguntó con timidez, alejando sus manos que inconscientemente se habían aparcado en la fina cintura de la chica.

—Si, estoy bien, ¿tú lo estás? Por poco y ocurría algo trágico —respondió la chica, mirando a los ojos al desconocido.

—Si lo estoy, gracias por salvar mi vida, te debo mucho —comentó, ayudándole a la mujer en ponerse en pie, y por ende, imitando la misma acción.

—De nada… —pausó, tímida— disculpa, pero debo irme ya, se me hace tarde. Ten un buen día —habló con cierta rapidez, dejando atrás a un estupefacto peli-blanco.

Y mientras la anatomía del varón se desplazaba en busca de su orientación, un azabache mantenía fija su mirada sobre el joven que caminaba en sentido contrario de su novia.

Mantenía su semblante serio, había presenciado todo lo que sucedió, hasta la posición en la que su novia había quedado con ese total desconocido.

[…]

Cada alumno bajaba la mirada cuando el azabache transitaba los pasillos. Vaya que daba miedo el azabache con ese semblante totalmente serio, te daba aquella sensación de que matarte quería, estrangularte o golpearte; aquel semblante no era bueno y todos los alumnos eran claros de ello.

Su mandíbula estaba apretada de manera ligera, sus manos estaban totalmente hechas puño.

—Quítate de mi camino —empujó a un chico, causando un terror supremo en el rostro del pobre temeroso ser.

Cargaba un dragón en su interior, el cual había despertado aún más al doblar hacia la izquierda, adentrándose a otro pasillo y viendo lo que no imaginó ver.

El chico desconocido de antes estaba en la universidad Hanyang, y lo peor de todo no era que lo tenía cerca, sino que estaba cerca de su novia.

Vaya que Park JiMin era un completo celoso y aquella imagen de que su novia había quedado encima del chico, en una posición comprometedora, volvió en cuestión de microsegundos a su mente.

Apresuró sus pasos, llegando a su destino y realizando lo que todo novio celoso haría para “aclarar cosas”.

Atrajo a la peli-ceniza a su cuerpo, dejando un salvaje y subido beso en aquellos finos labios, interrumpiendo de golpe la conversación y despertando confusión.

T/N a penas y pudo seguir el beso, pues JiMin lo hacía tan brusca y obscenamente que no le daba ni chance de respirar.

El chico había captado la indirecta, pues el azabache, literalmente, le estaba gritando que su chica era suya y solamente suya.

El chico desconocido reconoció que aquélla dulce chica era de su pertenencia.

Y ese beso descabellado le había dicho más que mil palabras para entenderlo.

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°•|¿Y si me besas?|•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora