°•|Capítulo 15|•°

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El rubio aceleraba aún más su corrida en cada segundo que pasaba, las manecillas del reloj marcaban esos minutos y segundos en los que éste se encontraba corriendo

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El rubio aceleraba aún más su corrida en cada segundo que pasaba, las manecillas del reloj marcaban esos minutos y segundos en los que éste se encontraba corriendo.

Escapando.

Su corazón palpitaba aceleradamente, parecía desfallecer, parecía querer ceder ante las garras de la maldad.

Sus piernas flaqueaban, la capa de sudor que cubría todo su rostro y ciertas partes de su anatomía le pedían a gritos ser liberadas.

Ya no quería correr así, pero necesitaba hacerlo. Tenía que hacerlo.

—¡Ven aquí, pedazo de maricón! —gritó un joven, acelerando sus desplazamientos de la misma forma que hacía el rubio.

—¡Todos a él! —apoyó el amigo del joven, incitando a los demás bravucones en alcanzar al primer descrito.

Su miedo aumentó, sus energías parecían  agotarse, su resistencia física ya no podía dar a más.

Dobló en el siguiente pasillo, adentrándose en un pequeño pasadizo que le daba más accesibilidad en adentrarse al campus.

La banda de bravucones siguieron sus pasos, haciendo su acceso, en el pequeño pasadizo, tardío por ser ellos más robustos que el rubio.

Y mientras ellos luchaban porque sus cuerpos pudiesen pasar en las pequeñas y estrechas paredes casi pegadas, el rubio logró abandonarlos.

Perdiéndose a la vista de ellos.

[…]

—Vamos, contesta, ¡contesta, por favor! —llamó por enésima vez, quedando ya sin uñas en sus nudillos.

Tiempo atrás había logrado escapar de esos maleantes, pues su flaqueza no tan definida le brindó una muy gran ventaja.

Su corazón aún bombeaba con fuerza, la agitación de la adrenalina que vivió había pasado, pero su miedo aún no había cesado.

—Vamos, Bummie, contes… —sus ojos dieron una gran abertura, provocando que de sus manos el celular terminara posándose en el suelo.

No podía ser cierto.

—Hola, viejo amigo —sonrió con sorna, empujando con fiereza al vulnerable rubio, quien impactó sus esponjosas nalgas en la grama del lugar.

—Ya no pudiste escapar, maricón —habló otro chico, mirando con rudeza al pobre rubio.

—Por… p-por favor no me hagan daño —suplicó, enriqueciendo el ego del grupo matón y provocando que sus ojos quedasen cristalizados.

—Uy~ la florecita va a llorar —se acercó con un paso hacia adelante, ganándose un retroceso arrastrado del rubio.

—Vamos a divertirnos un rato con éste… —se movilizó de inmediato, pues el rubio se colocó en pie, con la única intención de huir—. ¡Idiota! —tomó la pálida muñeca del rubio en cuanto le alcanzó, propinándole un rodillazo a su sensible estómago.

Éste cayó al suelo, adolorido, encogiendo su cuerpo al sentir una lluvia de patadas sobre toda su anatomía.

—B-basta… bas… ¡AAAAHHHH! —lloriqueó y gritó con fuerza, sintiendo el desgarre en su garganta por aquel fuerte grito que esos vándalos le hicieron sacar.

—Esto te ayudará a que aprendas que en este mundo no hay lugar para unos malditos homosexuales como tú —le tomó de sus rubios cabellos, alzándole con brusquedad su cabeza y proporcionando un fuerte golpe en su blanquecino rostro.

Las risas de burla no tardaron en aparecer, mientras que la sangre del rubio se escurría por la verduzca grama del lugar. El jefe de la banda matona tomó de la cintura al pobre chico, procediendo a tirarlo hasta el punto de que éste estampara su delicada espalda contra el estrecho y fuerte árbol de la zona.

El cuerpo del rubio ardía, las lágrimas salían sin cesar de sus ojos. Necesitaba a la persona que llamaba tiempo antes de que ellos llegaran.

La necesitaba en gran manera.

Los cuatro cómplices del más alto tomaron el golpeado cuerpo del rubio, poniéndole en pie y facilitándole al jefe su saco de boxeo humano.

—Esto —golpeó con rudeza el centro de su estómago, sacándole un grito ahogado al rubio—, por ser bien pato. Esto —propinó otro golpe, causando que el que recibía tales golpes escupiese su sangre de sus labios—, porque me apetece y este… —el rubio cerró sus ojos, esperando otro golpe que jamás llegó.

Los amigos del peli-turquesa soltaron de inmediato al rubio, quien cayó como trapo al momento en que su cuerpo quedó libre.

El enojo era bastante visible en el recién llegado y esa fuerza que ejercía en la muñeca del peli-turquesa era la que terminaba de afirmar que el recién llegado estaba más que molesto.

Estaba que echaba humo de sus orejas.

¿Cómo pudieron atreverse a tocarlo?

—¿Cómo mierdas pueden ser más maricones? ¡¿Eh?! —gritó, haciendo que el grupito temblara cual gelatina.

—H-hyung…

—B-bummie… —lloriqueó el rubio, observando con doble esfuerzo a su novio.

—Oh, bebé, mi Youngjae~ ¿todos han sido? —miró con rabia a todo el grupo, atemorizándolos por sobremanera.

El rubio asintió a como pudo, sintiéndose un poco mejor al instante. Pues su novio había llegado por él, para salvarle de esos idiotas homofóbicos.

Todo el grupo corrió, fallando con sus escapes pues terminaron noqueados con violencia sobre el suelo.

La venganza de Jaebum estaba al cien por ciento, y es que no le perdonaba a nadie el hecho de que se atreviesen a tocar a su novio.

Jaebum no perdonaba a quienes lastimaban a su tierno novio, Youngjae, claro que no lo perdonaba ni por más que el último día de su vida llegase.

El tiempo y sus golpes pasaron tan rápido que ni a Youngjae le dió tiempo de ojear algo siquiera.

Un poco más y Jaebum los dejaba muertos.

—Ven aquí, bebé, ya todo estará bien —cargó al aludido, besando con delicadeza aquellos destrozados labios.

¿Cómo pudieron atreverse a tocar a su bebé?

Jaebum no pudo perdonarse el haber llegado tarde, pero lo que no sabía era que Youngjae estaba más que contento por su llegada tardía.

A pesar de que le doliese horrores toda su anatomía.

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°•|¿Y si me besas?|•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora