2: La captura

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-¡Si la muerte nos sorprende esta noche, no teman, pues al amanecer estaremos en el Valhalla!-recitó Asgeir antes de salir del agua y todos los hombres levantaron sus hachas en señal de conformidad.

Caminaron con paso sigiloso por entre los árboles, esperando que, en cualquier momento apareciera el enemigo a defender su territorio, mas no hubo nada que detuviera la avanzada vikinga.

El jarl levantó la mano para que se detuvieran. El rumor de voces les indicó que estaban cerca del pueblo. Más alertas que nunca, continuaron avanzando con sus escudos en alto, y las hachas listas para el ataque. No era el enemigo que venía a su encuentro, sino que se trataba de una fiesta: cantos, fogatas y gente bebiendo. Escondidos detrás de los árboles, observaron el ir y venir de los aldeanos. Sin duda Odín los acompañaba. No podían haber llegado en otra noche mejor que esta, los cristianos no se darían cuenta qué los había golpeado.

—Padre ¿tú crees que sacaremos algo de este pueblo insignificante? No es mucho más grande que el nuestro —preguntó Bera rompiendo el silencio.

—¡Silencio, Bera! —Gardar la tomó de un brazo para hacerla callar.

—No te dejes llevar por las apariencias. Si tienen un templo cristiano, seguro que hay un tesoro. Ahora haz silencio.

—Está bien, padre. Lo siento.

—¡Olen!

—¿Asgeir?

—Ve a inspeccionar. Lleva algunos hombres contigo.

—Está bien, Asgeir. -Olen le hizo señas a un par de guerreros, y se fueron siguiendo las órdenes del jarl.

—Esta espera me pone impaciente —dijo la joven—. ¿Por qué no vamos y acabamos con todos?

—Porque así no se hacen las cosas —respondió su hermano—. No se debe atacar sin planificar antes. Esto no es un juego.

Bera guardó silencio, su hermano tenía razón. Sin embargo, su ansiedad era cada vez más grande. Temía que fuera miedo y que su aparente ferocidad no fuera tal, y en el momento de tener frente a frente al enemigo solo deseara huir.

Las manos le comenzaron a sudar y sintió que le faltaba el aire, pero no dijo nada. No podía en ese momento empezar a flaquear. Quedaría en ridículo. En silencio, invocó a Odín pidiéndole que le diera las fuerzas suficientes para que su mano no temblara en el momento de la lucha.

El tiempo transcurría y los hombres que había mandado el jarl no regresaban. Asgeir supuso que estarían muertos o apresados.

—Iremos en grupos de seis. Los atacaremos por todos los flancos.

Los guerreros se formaron como el jarl había ordenado y partieron rumbo a la aldea. Al amparo de la noche, caminaron como si flotaran por encima de la hierba para no hacer ruido.

—Tú vienes conmigo, hermanita.

Bera miró a Gardar. Por un momento pensó desobedecerle, pero pensándolo bien sería mejor estar bajo su resguardo.

Los hombres salieron de la espesura, y comenzaron a rodear la aldea. No eran más de cincuenta casas por lo que el asalto no supondría mucha dificultad.

Bera avanzó detrás de Gardar hasta la primera casa.

La rodearon y luego de tirar la puerta de un puntapié, los hermanos irrumpieron mientras los otros vigilaban afuera. Dentro había una familia comiendo. El hombre de la casa inmediatamente se paró en busca de su machete, pero la lanza de Gardar fue más rápida y de un certero golpe le traspasó el pecho. Los niños comenzaron a gritar y la mujer intentó agarrar una espada, pero Bera se lo impidió golpeándole el brazo con su hacha. Bera se quedó mirando a la mujer herida, que le imploraba clemencia con los ojos. Levantó la mano para asestarle el golpe mortal, pero fue incapaz de hacerlo. El instante de vacilación casi le costó la vida. Solo la oportuna intervención de su Gardar, impidió que un hombre aparecido de la nada, la traspasara con su espada.

El legado de una vikingaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora