6: Branagh

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Soy Branagh Cunningham, y pertenezco a uno de los clanes más importantes de Connacht, donde mi padre es el jefe.

En el año 830 de nuestro señor, fui capturado por bárbaros, desconocidos en nuestra provincia hasta entonces.

Llegaron una noche de verano, mientras se celebraba una fiesta y todo el mundo estaba despreocupado. Habíamos sabido que hombres del norte habían saqueado en otra región de Éire, pero después todo volvió a la calma, y no creímos que podrían atacar de nuevo.

Esa noche yo estaba solo; doy gracias a Dios que el resto de mi familia estaba de viaje. Me sorprendieron en el momento que me encontraba con una de las sirvientas en mi lecho. Le dieron muerte de una forma espantosa, y sin mediar motivo

Los atacantes eran solo dos, pero su postura y mirada fiera, habría atemorizado al más valiente. Uno de ellos era una mujer joven, y quien daba las órdenes a su acompañante. Me sacaron casi desnudo de la casa y me llevaron con ellos, mientras dejaban atrás una ola de infame destrucción, porque no se conformaron solo con matar a todo el que se cruzara en su camino, sino que incendiaron todo lo que pudieron.

Amarraron mi cuello con una cuerda, y la mujer me tiraba en tanto corría entre los árboles. No tuvo ninguna compasión con mis pies descalzos o mi falta de abrigo, si me caía me paraba a tirones y golpeaba mi cabeza. Algunos hombres acudieron en mi rescate, pero cayeron uno a uno por el hacha de estos demonios de pelo amarillo.

Cuando llegamos a la playa, su jefe estaba herido, y decidieron regresar a su hogar. Con espanto noté que no era más de un puñado de hombres, que habían llegado a bordo de un barco que parecía una balsa grande. En ese momento me pregunté qué habría sucedido si en vez de veinte hombres, hubieran sido cien, o mil.

Desde esa fatídica noche he esperado mi muerte. En mis oraciones le he pedido al todopoderoso que me lleve con él, pero no me escucha, y aún sigo aquí. No sé cuánto más podré soportar, tratado como si fuera un animal, o peor aún, como si fuera un arlequín que solo existe para la diversión de ella, quien ahora me ha vestido con ropa de salvaje.

El segundo día después que llegamos a este lugar, ellos festejaban su hazaña en la casa del jefe. Yo estaba atado en el establo, al lado de los caballos, y la joven llegó con comida para mí. Yo tenía mucho frío y mi cuerpo temblaba, ella se quitó la capa y me cubrió los hombros, luego la afirmó con un broche de bronce. Me hacía preguntas que yo no entendía, antes no había escuchado un lenguaje tan gutural como ese. Irritada por la falta de comunicación entre ambos, dijo una palabra mientras se señalaba a ella misma: Bera. Entendí que era su nombre, le dije el mío también, ella lo repitió, pero se escuchaba extraño.

Después de observarme comer, se sentó a mi lado, pensando que yo no representaba peligro. La miré de soslayo, y vi el cuchillo que llevaba en el cinto. Fingí concentrarme en la comida para que Bera se confiara, no se dio cuenta de lo que había pasado hasta que ya era tarde y la tenía tumbada en el suelo. Luchó, mas no le sirvió de nada, porque al final fui yo el que ganó la contienda.

La obligué a coger un caballo de la rienda y salimos del establo. Afuera solo se escuchaban risas y tambores que provenían de la casa.

Estuvimos cabalgando por un tiempo, no sabía dónde nos encontrábamos y aún no lo sé, pero pude darme cuenta que solo había dos posibilidades para escapar: el mar o la montaña.

Al no tener experiencia con montañas, me decidí por el mar. Con mi rehén bien sujeta, conduje el caballo por los acantilados para ir mirando el borde costero: tenía la esperanza de encontrar otra aldea en la que pudiera negociar mi libertad. Si ellos eran tan ambiciosos como pensaba, quizás querrían regresarme a mi país a cambio del oro que les podría dar mi padre.

Poco a poco no fuimos comiendo el camino, y no se divisaba nada. De repente ella comenzó a moverse, y como su espalda estaba pegada a mi pecho, no pude evitar que mi humanidad se rozara con su trasero. Ella me propinó un fuerte codazo, quizás esperaba botarme del caballo, pero lo que ella no sospechó fue la destreza que poseo con estos animales. Me mantuve firme, y ella muy alterada comenzó a gritar. Ya estaba a punto de tirarla a ella del corcel, cuando tomó mi mano y la puso en su entrepierna: ¡se había orinado!

La arrojé al suelo como pude y la empujé para que fuera a terminar de hacer sus necesidades detrás de un árbol. Cuando regresó le hice señas para que se subiera otra vez al caballo, pero ella comenzó a coquetearme. No le vi nada malo a eso y le seguí la corriente. Después se aproximó y me abrazó. Recibí un beso que no pude dejar de responder, mi humanidad se manifestó una vez más y sentí deseos de tomarla allí mismo. No imaginé que todo había sido una actuación hasta que sacó un cuchillo que yo no sabía que portaba muy escondido en el cinto, y me retó a luchar con ella.

Su actitud me hizo reír, ella se enfadó y arrojó una piedra directo a mi cabeza. Esta vez sí había conseguido que me enojara y la ataqué para terminar pronto con eso. Ella me evadió con agilidad, mientras seguía gritando y pronunciando mi nombre.

Estuvimos mucho un buen tiempo así, yo atacando y ella esquivando. Estoy seguro que estaba esperando que me cansara. Yo apenas había comido en varios días, y prácticamente había agotado mis fuerzas con el escape. Harto de tanto baile sin sentido, me tiré encima de ella, pero fue más rápida y me evadió con agilidad. Yo atacaba y ella saltaba hacia un lado y otro como un gato. Bera estaba tan segura de sí misma que pasaba casi rozándome, descuido que yo aproveché para agarrarla de un pie y hacerla caer. Sin embargo, la brusquedad del movimiento me hizo caer junto con ella. Por primera vez percibí algo diferente en sus ojos, no supe si era temor u otra cosa, pero la verdad sea dicha, me perdí dentro de esos ojos azules como el mar profundo. No podía matarla, levanté mi puño para golpearla, pero nuevamente un hierro pagano en mi espalda me detuvo.

Ahora estoy nuevamente en la aldea, pero noto que algo ha cambiado en Bera. Cuando me mira, puedo ver compasión en sus ojos, quizás eso la llevó a traerme ropa y mandar a sus monos que me metieran en el mar.

Creo que Bera no es tan mala después de todo.

Mi cuerpo volvió a despertar cuando vi a Bera. Ella estaba hermosa: su apariencia correspondía a la de una dama de alta alcurnia, y aunque yo no comprendí lo que estaba ocurriendo, supe que la fiesta giraba en torno a ella y a ese hombre que había llegado en esa gran flota de barcos. Entonces, no fue tan necesario saber su lengua para percibir que estaban concertando una unión.

Esta vez pude permanecer en la fiesta como un "hombre libre", total ya habíamos comprobado, ellos y yo, que era imposible que pudiera escapar.

Creo que debo estar agradecido ser el objeto del capricho de Bera, y no haber sido esclavizado.

Aunque tome tiempo, sé que, con la ayuda de Dios, tarde o temprano lograré huir.

El legado de una vikingaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora