12: Largo invierno

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(Bera)

Habían pasado catorce noches cuando Gunnar y sus hombres se marcharon por fin de Sognefjord. Ya me había cansado de verlo a diario y tener que soportar sus constantes insinuaciones. Era verdad que se habían movido fibras de mi ser la tarde después de su pelea con Branagh, pero no como para aceptar que estuviera todo el tiempo pisando mi sombra.

Branagh y yo comenzamos a distanciarnos. Ya no se quedaba en casa por las noches a escuchar los relatos de nuestros ancestros. El día en que por fin terminé de curtir la piel de oso y fui a buscarlo a casa de Helga para entregárselo, no logré hacerlo porque al pasar por la ventana pude observar cómo ella ponía sobre sus hombros una blanca piel de oso polar. La que yo le llevaba estaba tan suave que podría haberle fabricado unos pantalones con ella, hasta había comprado un broche nuevo para él. Con tristeza en mi corazón, volví a casa y se lo di a Rolf. Ya era un hecho: a Branagh no le interesaba más nuestra amistad.

Padre estaba muy ansioso, porque le había entregado el arcón repleto de tesoros al artesano que vivía en el bosque de robles, para que hiciera todos los barcos que pudiera. Se había deshecho de todos los objetos de oro y plata que había en casa, hasta quería que Agnetha le diera sus joyas, pero ella se rehusó. Sin embargo, los guerreros aportaron con lo que les quedaba del último saqueo: todos tenían la fe puesta en la gran aventura que significaba trasladarse a otras tierras, algunos inclusive creían que ese sería el último invierno que pasarían en el fiordo. Yo solo los escuchaba, me mantenía al margen de la algarabía que se armaba cuando hablaban del tema.

-¿Y tú, Bera, qué piensas? -me preguntó una noche mi hermano.

-Tú sabes lo que pienso, padre también.

Estábamos reunidos en torno a la mesa, todos reían mientras hacían planes de lo que sería su nueva vida en tierras extranjeras.

-¡¿Padre -le interrogué en voz alta para que me oyera desde su sitio ubicado a varios del mío-, si has gastado todo lo que trajimos y lo que te dio Gunnar, con qué comprarás tus tierras?! ¡¿O piensas matar a esta gente para robárselas?!

Todos hicieron silencio cuando me escucharon, porque notaron el desafío en mi voz.

-Esa es la forma en que conseguimos todo -respondió Gardar.

-¡Padre! -insistí sin prestarle atención a mi hermano-. Tú dijiste estar cansado de esta vida, ¡¿cómo piensas empezar una nueva saqueando el pueblo donde pretendes vivir?!

Nuevamente los ojos estaban expectantes sobre nosotros, esperando la respuesta que el jarl Asgeir le daría a su hija impertinente.

-Creo que tienes razón, hija mía, y no creas que yo también no lo he pensado. Es verdad que estoy cansado de esta vida: saqueos en verano para poder pasar el invierno. Quisiera algo más seguro para mis hijos, para mis nietos y su descendencia. Pienso que, en el primer viaje, no podremos quedarnos allá definitivamente.

-¡Lo prometiste! -gritó una mujer que estaba al final de la mesa-. ¡Por eso te dimos nuestras cosas!

-¡¿Es que piensas, ir a saquearlos este verano, y trasladarte el próximo?! -le pregunté ofuscada.

-Sí -reconoció él-, justamente había pensado en eso.

Ya no soporté seguir escuchando más sus ideas estúpidas y me levanté de la mesa para salir del salón, necesitaba enfriar mi cabeza antes de que estallara. Cuando llegaba a la puerta alguien gritó "¡Esperaremos aquí por si tienes una mejor idea!". Todos rieron porque es lo que eran al final de cuentas: guerreros que solo entendían la ley del hacha.

Me encaminé hacia el establo a ver los caballos, la nieve amortiguaba las pisadas y no me di cuenta de que me seguían. Cuando entré percibí alguien a mi espalda, era Branagh, cubierto con su nueva piel de oso blanco.

El legado de una vikingaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora