(Branagh)
Hacía casi tres meses que había regresado a casa. Al principio mi familia se negaba a creer que fuera yo el que había vuelto. Mi cambio había sido tan drástico que parecía ser otra persona. En los dos años que había estado fuera de mi hogar, pasé de ser un joven despreocupado a un hombre maduro. Serio. Taciturno.
Ellos estaban seguros de que los nórdicos me habían dado muerte. Pero cuando me observaron bien, después de haberme cortado las greñas y despejado mi rostro de la barba, supieron a ciencia cierta que estaban ante su hijo y hermano. Mi madre llenó de besos mi fea cicatriz, dando gracias a Dios que no había sido más que eso.
Como era de esperarse, mi prometida ya no me esperaba, y cuando asistió a la fiesta que dieron mis padres por mi regreso, apenas pudo ocultar la repugnancia que sintió al ver mi cabeza desfigurada. En realidad, no me dolió tal desprecio, tampoco yo sentía lo mismo que antes por ella.
***
-Hijo mío -me dijo un día mi madre con el rostro abatido-, te pasas el día en el campo, como si no tuvieras intenciones de hacer algo más con tu vida.
-En el campo soy útil, madre.
-Antes no te gustaba.
-Antes era un necio.
-Branagh, nosotros estamos viejos, y me preocupa que no estés interesado en conocer a alguna joven. Ciara es muy joven aún, y yo quisiera tener nietos.
-¡Oh, madre! –La abracé con fuerza.
Ella debe haber notado la aflicción que causaron sus palabras en mí.
-Disculpa, hijo mío. ¡Soy tan egoísta a veces!
-Estás en tu derecho madre, pero dame tiempo.
Ellos nunca preguntaron cómo había sido mi vida entre los escandinavos, y yo nunca les hablé de mis sentimientos. Era como si esos dos años no hubieran existido en nuestras vidas. Quizás a propósito lo habían olvidado para no sufrir. Seguramente fue lo mejor, mis sufrimientos eran solo míos.
***
Una mañana, temprano, me encontraba en el campo, cuando vi un jinete cabalgar muy cerca de nuestras tierras. Primero pensé que se trataba de algún merodeador que andaba atisbando a las ovejas para venir en la noche a robarlas. Mas, cuando se acercó vi que se trataba de una mujer. Pero lo más asombroso fue que el porte y estilo al montar se parecía a Bera, y por unos instantes creí que era ella y tuve la intención de llamarla. Sin embargo, al estar más cerca, con desilusión comprobé que se trataba de otra mujer.
Después supe que ella también sintió curiosidad por mí. De lo contrario no se hubiera acercado para hablar conmigo.
-Hola -dijo.
Antes de responder, la miré hacia arriba. El parecido con Bera era extraordinario: el mismo color de cabello, de ojos, de piel.
-Ho... Hola -repuse yo confundido.
-¿Eres Branagh?
-¿Por qué lo supones?
-Por tu cicatriz. Eres famoso en Connacht. Un irlandés que regresó con vida después de haber estado dos años con los nórdicos.
-¡Qué fama!
-Todos se preguntan cómo fue que te dejaron ir.
-Tienen sus códigos. No son animales...
-Dreide Alwyn, de los Magh.
-Somos vecinos, ¿cómo es que no te vi antes? -pregunté para llevar la conversación por derroteros menos peligrosos.
-Quizás sí, pero yo era una niña sin gracia. Nadie se fijaba en mí. Luego estuve unos años en un convento porque mi madre quería que fuera monja, pero me rebelé, y aquí estoy.
-Me alegra que te hayas rebelado -no sé por qué lo dije.
-¿En serio? -preguntó ella, bajándose por fin del caballo.
Se paró frente a mí. La estatura de ella era la misma de Bera.
-¿Puedo ir a beber agua a tu casa? Está más cerca -pidió Dreide con una sonrisa deslumbrante.
-Vamos.
-¿Cómo perdiste la oreja? -preguntó así, sin más, demostrando así que no le daba repugnancia mi aspecto.
Nos fuimos caminando hasta la casa, ella junto a mí, con su caballo cogido de la rienda. Yo le iba contando cómo había sido que me atacó el oso, omitiendo mi cercanía con Bera. Le impactó conocer los detalles de la lucha con el animal, pero así mismo celebró que gracias a eso me hubiera ganado la libertad.
***
Han pasado seis meses desde esa mañana en el campo. Dreide y yo congeniamos demasiado bien, por lo que creo que Dios la puso en mi camino para que me ayude a no pensar tanto en Bera, que aún continúa en un rincón de mi pecho.
Siento que con Dreide podría formar esa familia que tanto anhela mi madre.
Los padres de ambos están seguros que habrá boda, y lo mejor es que no son de clanes rivales, así que en vez de una división se formaría una gran familia. Creo que, pensándolo bien, también a mí me gusta la idea. La personalidad espontánea de Dreide, sin dobleces, me atrae. Su belleza, tan parecida a la de Bera, también me tiene entusiasmado. Ya nos hemos besado, y es una mujer apasionada.
Quizás habrá boda el próximo verano.
***
Cuando estoy a solas, aún pienso en Bera. Me gustaría saber de ella, y del resto de su gente. Aunque no quisiera aprendí a apreciarlos. Estoy seguro que a ella no la volveré a ver. Si algo malo le sucediera, se las va a arreglar sola, pero no vendrá por ayuda. Así es ella: fuerte y orgullosa.
A veces pienso que debería contarle todo a Dreide. Debería saber que mi corazón estará compartido con ella si nos casamos, pero no sé si entendería. O me odiaría. Tal vez debería pedirle consejo al padre O'Brien. Él sabrá lo que es mejor en esta situación.
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El legado de una vikinga
Historical FictionComo la mayoría de los habitantes de los fríos parajes escandinavos en la Alta Edad Media, Bera soñaba con participar en los saqueos al oeste, junto a los suyos. Cuando al fin se le presenta la oportunidad, el ansia por la incursión se mezcla con e...