22: Skogen Byen

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Las naves comenzaron su ascenso por la desembocadura en la que confluyen dos ríos: el Suir y el Barrow.

Continuaron navegando hasta llegar al cruce de los afluentes y tomaron el cauce de la derecha que correspondía al río Suir. No se divisaba castillo alguno, ni aldea; tampoco había rastros de nórdicos, solo prados y bosques. Cuando el Barrow ya había quedado bastante atrás, Asgeir dio la orden de detenerse, no quería que el asentamiento quedara muy lejos del mar. Había tenido tiempo de sopesar la situación, concluyendo en que no era buena idea apartarse tanto del océano, como hubiera ocurrido de permanecer en las otras tierras.

Rolf hizo tronar el aire con el cuerno, y las naves se allegaron una a una a la ribera.

-Este lugar me parece bien -dijo Asgeir-. ¡Rolf, que suene el cuerno, aquí nos quedamos!

Rolf volvió a surcar el aire con el sonido del cuerno, y todos entendieron que era el momento de desembarcar. Los más ágiles saltaron a tierra, y comenzaron a atar los cabos de los barcos a cualquier roca o árbol firme que encontraran en la orilla.

A Gunnar se le había pasado el enfado y sonrió complacido a Bera. Pero ella le correspondió con una mirada de reproche. No se le iba a olvidar tan fácilmente la vergüenza que había pasado por culpa de sus celos. Sin embargo, cuando él abrió la boca, comprendió que para él tampoco estaba olvidado el tema.

-¿Cuándo se marchará?

-¿Quién? -preguntó ella, simulando que no lo había entendido.

-Branagh, ¿quién más?

-Si no surgen nuevos problemas, lo más probable que pronto.

-¿Estarás triste?

-¡Por supuesto, pronto serán dos inviernos que lo conocemos!

-Que lo raptaste, querrás decir.

-Bueno, como sea. Es bastante el tiempo que lleva con nosotros.

-No estaré tranquilo hasta que desaparezca de nuestras vidas. De lo contrario tendrás que decidir entre él y yo.

-Eso no será necesario, Gunnar.

Cuando Gunnar se alejó, Bera pensó que las cosas se calmarían, y se fue en busca de Svein que hasta ahora había pasado totalmente ignorado a causa de los últimos acontecimientos. Lo encontró dibujando un retrato de una linda chica.

-¡Svein! -lo llamó, y el joven se paró de prisa.

-¿Bera?

-¿Puedes tallar a los dioses, si mando a cortar unos árboles?

-Puedo, pero debo elegirlos yo. Cualquier árbol no sirve.

Bera se llevó a Svein y otros hombres con ella, y se internaron en el bosque.

Estuvieron gran parte de la mañana buscando los troncos precisos para que el joven tallara a Odin, Thor y Freyja. También se llevaron tres caballos para que remolcaran la madera hasta el campamento. Después de unas horas ya venían de regreso con tres magníficos robles, y Bera miró a su alrededor con la intención de encontrar la mejor ubicación para los dioses. De pronto le llamó la atención un círculo que se había formado en el otro extremo de donde ella se encontraba en ese momento.

-¿Qué sucede ahí? -preguntó en voz alta.

-Creo que están practicando -dijo uno de los hombres.

-¿En serio? -volvió a mirar, aún sin creer. ¿Por qué su padre los haría practicar si buscaba la paz?

Dejó a Svein revisando los troncos y se dirigió hasta el tumulto. Cuando estuvo cerca y escuchó la voz de Gunnar, se alarmó: no se trataba de nada bueno.

El legado de una vikingaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora