Hakon era un hombre poderoso: gobernaba tres aldeas en Trondheim, y era uno de los Jarls de Lade más respetados en su territorio. Él contaba con más hombres para llenar sus cofres de oro y plata, pero no era muy entusiasta con respecto a las incursiones hacia las islas sajonas. Aun así, mi padre deseaba una alianza con él para conseguir sus propósitos, porque quizás un jarl de una pequeña aldea jamás llegaría a tener bienes suficientes para ejecutar su cometido sin ayuda.
Los barcos eran grandes, los dragones de proa estaban finamente tallados y sus velas lucían con orgullo el blasón de la casa de Hakon. Al ver todo ese lujo, supe que sería imposible decir que no a la boda. Mi idea de convencer a padre para efectuar otros saqueos con el fin de reunir más plata para nuevos barcos, quedaba descartada: necesitaríamos demasiados veranos para conseguirlo.
Si al menos pudiéramos pedir rescate por el prisionero...
Todos se apresuraron al muelle para recibir a los recién llegados. El embarcadero bullía de excitación, festejaban porque todos sabían lo que la venida de los visitantes significaba. Yo moví la cabeza apesadumbrada: el día anterior todos lamentaban las muertes de los guerreros, y ahora todos celebraban el compromiso de la hija del jarl. Hubiera esperado que más gente tuviera apego por nuestra tierra, y no estuvieran tan ansiosos por emigrar, pero no podía culparlos por desear mejores condiciones de vida.
Yo me quedé atrás, no quería que los visitantes pensaran que también estaba ansiosa de verlos. Así que dejé que la familia, encabezada por mi padre, hiciera los honores a los recién llegados, pero él no tardó en notar mi ausencia.
-¡Bera, ven acá! -Su rostro me sonreía como quién dice "espera a ver lo que tengo para ti".
-¿Cómo sabes que me gustará lo que vas a mostrarme? -le pregunté en silencio sin devolverle la sonrisa. Él captó mi descontento, pero no se dio por enterado y continuó sonriendo y hablando mientras caminaban hasta donde yo estaba.
Observé a los recién llegados: Hakon era muy alto, más que mi hermano. Junto a él estaba un hombre mucho más bajo que él, de mejillas regordetas y sonrosadas como las de un bebé. No pude salir de mi asombro al verlo, ¿con esa cosa quería mi padre que me casara? Me di la media vuelta para alejarme, pero él volvió a llamarme.
-¡Bera, no te marches! ¡Ven por favor!
-¡Vuelvo enseguida, Agnetha me envió a buscar algo! -repuse y me alejé lo más rápido posible, mientras padre invitaba al otro jarl a beber hidromiel.
Estuve dando vueltas por los alrededores por mucho rato, pensando en una excusa creíble para no casarme con ese hombrecito. Yo no aspiraba a tener un hombre de cuerpo perfecto, pero si iba a ser el primero, que por lo menos fuera más aceptable. Luego caminé hasta el almacén y cogí un hacha que había allí.
Empecé a dar golpes al aire, luchando con un enemigo imaginario, necesitaba descargar mi frustración de alguna manera. Tenía que encontrar una salida, rogarle a mi padre que hiciéramos otras incursiones, conseguir más botines para que pudiera reclutar hombres y encargar nuevos barcos, pero sabía de sobra que eso tardaría muchos inviernos y él no quería esperar tanto.No sé por cuánto tiempo estuve así, blandiendo mi hacha, luchando con el aire. Habría seguido así para siempre con tal de retrasar el momento de enfrentarme a mi padre y al prometido, pero una presencia detrás de mi espalda me interrumpió. Yo continué como si no lo hubiera percibido, cuando lo creí confiado de no haber sido descubierto, me di vuelta violentamente con el hacha en alto.
El desconocido saltó hacia atrás.
-¿Quién eres, y por qué me espías?
-Te buscaba.
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El legado de una vikinga
Historical FictionComo la mayoría de los habitantes de los fríos parajes escandinavos en la Alta Edad Media, Bera soñaba con participar en los saqueos al oeste, junto a los suyos. Cuando al fin se le presenta la oportunidad, el ansia por la incursión se mezcla con e...