30: Demasiada calma

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Bera

Los festejos por el tercer, o cuarto, nieto del jarl, se estaban prolongando por tres noches. Yo los observaba y no lograba comprender como sus cuerpos resistían tanta cerveza y comida, claro que a veces alguno se dormía y no despertaba más, lo que a la mayoría le causaba risa, sin embargo, para las esposas no era divertido ser la viuda de un hombre que no había muerto con honor.

Al parecer, me estaba volviendo vieja, pues no fui capaz de resistir la tercera noche y me fui con Einar a casa. Cuando Gunnar llegó or la mañana, me encontró sentada frente al telar. Él se había ido a dar un baño en el arroyo, y ya no olía tanto a cerveza.

-¿Por qué te viniste? -fue lo primero que me preguntó.

-Estaba cansada.

-Todos preguntaban por ti, la madre de mi segundo hijo.

-No lo creo, todos estaban demasiado borrachos como para percibir mi ausencia. Tan borrachos que podían habernos atacado algún clan cercano, los daneses o los cristianos, y nadie se hubiera podido defender.

-Recuerda que tenemos guardia permanente en las vallas.

-¡No, Gunnar, estaban todos en la fiesta! ¡Cuando pasé anoche no había nadie en su lugar!

-¿Qué temes que pase? Hemos estado un invierno completo sin problemas, y ahora continuamos igual. La gente de acá ya se acostumbró a nosotros, no tenemos problemas con ellos.

-No le temo a ellos, tanto como a los nuestros... Gunnar, quiero regresar. Quiero que mis hijos crezcan con los hijos de mi hermano.

-Sabes que eso no es posible. No podemos dejar solo al jarl, se lo prometimos.

-Tenemos derecho a hacer nuestra propia vida, donde nos convenga.

-Estás siendo egoísta. La familia es importante.

-Gardar también es parte de mi familia, y el trato fue que me quedaría hasta que estuviéramos asentados, y como tú bien has dicho, ahora todo está tranquilo.

-¿Te marcharías sin mí?

-Sí.

Ese fue el fin de la discusión. Gunnar abandonó la casa hecho una fiera, no triste como podría haber sido por mi respuesta, sino que enojado. Él se sentía mi dueño y no osaba pensar que yo pudiera hacer algo sin tener su pleno consentimiento. Me dí cuenta que después de tanto tiempo de estar juntos, apenas me conocía.

***

Rato después estaba amamantado a Einar cuando escuché gritos y carreras provenientes de afuera. Al parecer la gente se estaba juntando afuera del gran salón. Quité al pequeño de mi seno, y con él en los brazos salí a ver qué ocurría.

Los aldeanos estaban reunidos alrededor de un grupo que discutía. Agucé el oído y reconocí la voz de mi padre, la de Gunnar, la de Agnetha, y, ¡la última era la voz de Branagh!

Me abrí paso entre los curiosos para ver qué ocurría, y sobre todo, para averiguar qué hacia Branagh en Skogen Byn.

-¡Estás mintiendo! -dijo Gunnar con rabia-. Hemos estado tranquilos desde hace mucho.

-No tengo motivos para inventar algo así.

-Branagh, vamos adentro para que me cuentes con más detalles de qué se trata -le dijo mi padre.

-¡Escúchalo, Asgeir, yo sí le creo! -Agnetha, juiciosa como siempre, le imploraba a mi padre que escuchara a Branagh.

-No hay tiempo para ir a sentarnos a charlar -le dijo Branagh a mi padre.

El legado de una vikingaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora