(Bera)
El tiempo pasaba, mi vientre crecía, y yo en vez de sentirme feliz me sentía más triste y solitaria. Pero solo era yo, porque a Gunnar se le veía satisfecho de sí mismo, ya que nadie le volvió a insinuar que estaba sembrando en tierra infértil.
Él nunca lo comentó, pero supe tiempo después que debía tolerar las burlas de sus camaradas de armas, y que inclusive más de una vez su padre, el jarl Hakon, le dijo que quizás después de todo no fue buena idea que se casara conmigo. Le aconsejó que, si yo no quedaba en estado pronto, tendría que buscar nueva tierra para arar, ya que no valía la pena desperdiciar esfuerzos trabajando sobre suelo empedrado. Cuando supe de estos comentarios mal intencionados, me sentí arrepentida de haber estado evitando los hijos. Gunnar nunca me hizo reclamo alguno.
Creo que nunca le he dado el valor que se merece.
No creo posible olvidar a Branagh, pero intentaré ser feliz con mi esposo.
***
Ya no podía montar a caballo, y solo me conformaba con dar largos paseos por el río, casi siempre en dirección de la roca donde Branagh y yo nos amamos esa noche de verano. Ahora era invierno en Èriu, y aunque no nevaba como en Escandinavia, llovía mucho y había que cambiar los paseos por el telar. La mayoría de las casas estaban terminadas, pero tal como en casa, nos reuníamos en el gran salón para pasar los días. El jarl Hakon había partido con sus naves al finalizar el verano, dejando a mi padre pesaroso porque no encontraba otro oponente igual a él en hnefatafl . Mis hermanos preferían jugar con los animales, y Karl ya comenzaba a interesarse por la lucha. Y yo, aunque lo odiara, forzosamente había tenido que dedicarme a aprender a tejer en el gran telar de Agnetha, ya que ahora que no teníamos tantos osos a nuestro alcance, había que hacer prendas de abrigo de tela.
Mi padre, tímidamente al principio, pero con más seguridad después, había comenzado a hacer negocios con algunas aldeas sajonas. Ellos apreciaban mucho los peines que algunos de nuestros artesanos fabricaban de huesos de ballena, broches de plata, adornos para el cabello. También habían comenzado a comprarnos los paños que fabricábamos, y mandaban a hacer espadas en nuestras forjas. Tal parecía que todo comenzaba a ir como mi padre quería. Y él, le dedicaba mucho tiempo a la tierra, pues decía que el próximo invierno quería comer más que avena y manzanas.
-¿Eres feliz? ¿No estás aburrido de tanta paz?
-En ocasiones, sí -respondió él, pensativo-, pero estamos todos bien, y vivos. Los niños tendrán qué comer en toda época. Puede ser que extrañe la emoción de la lucha, pero no la sangre. Agnetha está bien. Tus hermanos están bien. Tú estás bien...
-¿De verdad lo crees?
-Sí.
-¿Hasta cuándo? En cualquier momento aparecerán los hombres con vestidos marrones en nuestra puerta. Y comenzará todo de nuevo.
Mi padre se quedó en silencio. Sabía que no tenía nada que discutir al respecto. Yo tenía razón.
***
Y como si hubiese tenido una visión, varias tardes después aparecieron cuatro jinetes montando unos animales extraños que parecían caballos, pero no lo eran. Tres de ellos eran hombres y vestían túnicas marrones, por lo tanto, eran sacerdotes cristianos. El cuarto jinete era una mujer, y viajaba atada de manos.
Entraron libremente a la aldea, ya que aún no había sido necesario levantar una empalizada, dada la paz que reinaba en el lugar.
-Buenas tardes -saludó el mayor de ellos-, estamos de viaje hacia Ulster, y nos preguntábamos si nos dejarían pasar aquí la noche. Hace tres días que estamos montados sobre estas mulas. Nuestras posaderas están irritadas y los pobres infelices cansados.
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El legado de una vikinga
Historical FictionComo la mayoría de los habitantes de los fríos parajes escandinavos en la Alta Edad Media, Bera soñaba con participar en los saqueos al oeste, junto a los suyos. Cuando al fin se le presenta la oportunidad, el ansia por la incursión se mezcla con e...