Capítulo IV

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—Extrañaba Londres, me alegra mucho estar de vuelta— repuso con una sonrisa agradable.

Los condes la observaron sin saber muy bien como reaccionar. 

George Beaumont, el conde de Rutland, un Hombre que a pesar de su edad lucía muy bien conservado, la observó sin disimulo. Era tan parecida a su dulce Madeleine. No había nada en sus facciones que no tuviese su difunta esposa, con la única diferencia de que esta joven no lucía frágil o delicada.

La condesa por su parte no pudo evitar sentir miedo ¿De dónde había sacado la infeliz de Margaret a esa muchacha? ¿Acaso ella…?

No, imposible. Ella sabía encargado de no dejar cabos sueltos y la estúpida de Madeleine no pudo sobrevivir a un accidente así, en cualquier caso, tampoco hubiese podido sobrevivir el bebé que llevaba en su vientre.

Esta jovencita solo era el destino queriéndole burlarse de ella.

—Para nosotros es un placer recibirlos. Disfruten la velada— dijo sin más la Condesa de Rutland. Lord George Beaumont no pudo musitar ni una sola palabra, cosa que no le pasó desapercibida a su esposa y le causó molestia.

Úrsula sonrió y caminó hacia el salón de baile bajo la atenta mirada de todos.

—Vaya manera de empezar el juego— le susurró Jasmine—. Tanta gente insípida, asquerosa y de doble moral me dan ganas de vomitar— musitó mientras miraba a todos con una sonrisa risueña. Sus gestos cálidos y educados no concordaban con sus palabras de odio y llenas de veneno.

La noche transcurrió tranquila, entre charlas y presentaciones. Todos estaban encantados con las jovencitas, menos las madres casaderas de las debutantes que habían sido dejadas en segundo plano.

Jasmine estaba conversando con las jóvenes que se encontraban en su misma posición de edad casamentera, todas la observaban con mal fingida envidia e hipocresía, mientras que Jasmine les sonreía con genuinidad, aunque en su mente deseara mandarlas al demonio a todas.
La única joven que solo le dirigía miradas tímidas y sonrisas dulces verdaderamente genuinas era Lady Amelia Beaumont, quien se mantenía callada y atenta a la conversación.

Úrsula las observaba desde su asiento mientras acompañaba a las mujeres de mayor edad, casadas o viudas. Le preguntaban acerca de su estancia en Italia y de los bellos paisajes que el país vecino tenía. Siempre respondía con cordialidad aunque su atención estuviese verdaderamente en Lady Amelia Beaumont.

Era tan solo una jovencita de dieciséis años, su rostro dejaba ver muy bien que llevaba una vida llena de amor, cariño y lujos. Algo que le había faltado a ella.

A esa edad pasaba horas  guindada en el árbol más alto del convento para no caer y romperse el cráneo como parte de su entrenamiento. Su juventud no había sido fácil, la de su hermana si, y para eso, su madre solo necesitó matar a la suya.

Trató de buscar entre la gente al famoso Vizconde Lord Bari pero según había escuchado, el hombre aún no había llegado.

El primer baile estaba a punto de comenzar y aunque ya había recibido muchas invitación era la del bastardo la que estaba esperando.

—Es inaudito— expuso una de las comadronas que no paraba de hablar mal de uno cuando ya empezaba con otro—. Siempre es lo mismo con ese hombre maleducado, ni siquiera porque es el debut de Lady Amelia es capaz de asistir. Mira nada más lo triste que está la pobre— Amelia reía ante las palabras de las jóvenes pero de vez en cuando veía hacia la entrada con nostalgia.

—Sabes como son los hombres, no pueden despegarse ni un minuto de sus negocios. Aunque Lord Bari es un asunto muy extremo, y es algo lunático- susurró la mujer regordeta de voz aguda.

ÚRSULA (SAGA:Feme Fatale #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora