Capítulo XXII

1.5K 209 14
                                    

Alzó la mirada y lo vio espantada. Bari logro distinguir el terror en su mirada y se levantó de inmediato para ver qué le ocurría. Úrsula fue más rápida, y esta vez, fue ella quien huyó de él.

Necesitaba aclarar su mente, debía alejarse, debía irse ahora si no quería que la situación empeorara.

Abrió la puerta. Una mano la detuvo y la cerró despacio. Sintió algo cubrir su cuerpo y reunió todas sus fuerzas para verlo a los ojos sabiendo ahora que su corazón le pertenecía.

—No puede salir así— Bari acomodó el abrigo en sus hombros ajeno a la batalla interna de su esposa—. Va a enfermarse— sonrió levemente porque le preocupaba más que se enfermara a que fuese vista medio desnuda por toda la servidumbre.

No se notaba preocupado, pero si confundido por lo que acababa de ver en el rostro de su esposa.

Úrsula aún estaba asustada, quería escapar. Ahora entendía que le había siempre largas al asunto, todo para no alejarse de él.

Ya era hora de sacar el problema de raíz y enfocarse. Regina tenía razón; estaba perdiendo su norte.

—No podré terminar el retrato esta noche, está muy oscuro y estoy indispuesta. ¿Me acompañaría a la habitación?.

— Por supuesto— se mostró extrañada al notar que no había protestado.

Ambos bajaron para ir a las habitaciones y al detenerse en la puerta Úrsula puso en marcha su plan desesperado e improvisado por obtener las patentes y huir de él y de sus sentimientos como una cobarde,

—Quiero dormir con su excelencia hoy, en su habitación, por favor— le suplicó acariciando su mejilla y sin poder ver sus facciones debido a la oscuridad.

—Si así lo desea, miladi— fue lo único que respondió Bari abriendo la puerta de su habitación.

No había nada singular en ella, era similar a la suya a excepción del escritorio lleno de papeles que era alumbrado por las velas.

Papeles. Su vista se posó en ellos y de inmediato pensó que tal vez esas eran las patentes.

Caminó hasta la cama sintiendo la respiración pesada de Bari y lo encaró dispuesta a darlo todo esa noche.

Sería la última noche, sería la noche donde expondría sus sentimientos en medio de caricias y besos para luego largarse y no verlo más.

Se quitó el delantal quedando completamente desnuda y de inmediato sintió los dedos necesitados de Bari recorrer su cuello y acariciar sus senos mientras la desvestía. Lo agarró del cuello con fuerza y lo atrajo a su boca ferozmente.

—Creí que quería dormir— dijo jadeante sobre sus labios.

—Quiero “estar” con usted— Bari comprendió ya familiarizado con el significado que Úrsula tenía de la palabra y la tumbó en la cama.

Quería guardar cada sensación en su memoria para recordarla luego, en sus noches solitarias. Así que fue lento, acariciándolo y besando cada rincón de él.

Bari notó que aquel encuentro era diferente, que Úrsula se comportaba diferente. Y le gustaba, dios mío, le encantaba.

Le fascinaba como lo besaba y como lo veía con aquel brillo en los ojos, su tacto ahora era suave y no lujurioso. Se sentía una obra de arte entre sus manos, aquella envidia que había sentido antes por la escultura que había hecho su esposa se había esfumado siendo reemplazada por la grandeza de gozar de ella.


Estremecido la alzó entre sus brazos y la colocó a horcajadas succionando su pezón izquierdo haciendo que se arquera. Sus pelvis se juntaron moviéndose al mismo ritmo.

Alzó la mirada para contemplarla. Enrojecida, sudada y despeinada. Con la boca entreabierta añorando placer. Se miraron fijamente y su corazón  se volvió agua al ver sus ojos brillantes, cálidos y soñadores.

—Perfecta y majestuosa— musitó extasiado.

Pegó su pecho al suyo sintiendo sus pezones duros y firmes, la tomó de las caderas y la penetró con fuerza. Úrsula lo tomó de los hombros y lo acostó para tomar ella el mando.  Comenzó a cabalgarlo mientras Bari se desvanecía y la animaba a moverse más rápido. Pero ella iba lento, disfrutando la placentera tortura hasta aumentar el ritmo y gemir excitada al sentir la cálida mano de Bari en su sexo.

—Bari— sus senos comenzaron a bambolearse por el movimiento de su pelvis.

La fricción terminó por abrumar a Bari. Se corrió dentro de ella inundándola y causando con aquella sensación que ella se viniera también.

Úrsula cayó encima de su pecho entre espasmos y sellando el acto con un dulce beso. Se separó de él y le sonrió con tanta dulzura que lograron abrumarlo más de lo que ya se encontraba.

Pensó que Bari la apartaría. Contrario a eso la bajo de su regazo y la puso boca arriba de él no satisfecho con lo que acababa de pasar.

Era su turno de admirarla desde arriba, toda enrojecida, desnuda y ansiosa por él, tal y como le fascinaba.

Pasó su nariz por su cuello hasta el medio de sus senos para volver a comenzar el juego de caricias. Deslizó su dedo índice por su ombligo, descendió hasta su vientre y llegó hasta su monte de Venus, lo pellizco logrando que Úrsula subiera la cadera en busca de su tacto y tomó su otra mano invitándolo a masajear sus senos mientras ella acariciaba sus glúteos.

El miembro de Bari rozaba su muslo interno derecho mientras sus dedos se introducía en su sexo. Sintió una zona rugosa y comenzó hacer un movimiento de "ven" con las manos.

—Por todos los cielos— lo tomó del cabello avasallada por la sensación. Bari sintió como la zona comenzaba a inflamarse y fue aumentando el movimiento ahogando el grito enloquecido de Úrsula.

No le dio tiempo de asimilar el orgasmo cuando ya la había penetrado nuevamente, con fuerza. Úrsula blanqueo los ojos al sentir que el otro orgasmo no tardaba en llegar y aruño la espalda de Bari sin poder contenerse ante las embestidas. Un calor abrasador y placenteramente doloroso llenó su vientre y cuando se liberó y llegó al clímax pegando a su cuerpo, se derrumbó en la cama completamente agotada. Quería seguir, grabar el rostro de Bari, abrazarlo, besarlo, pero su cuerpo estaba agotado.

No supo nunca si él también había alcanzado su placer pero cuando la rodeo con sus brazos y la arropó fue suficiente para quedarse tranquila.

Su mente aún estaba tan abrumada que no pensó cuando musitó:

—Te quiero— y se dejó vencer por el sueño.

La realidad la golpeó en la mañana. Se levantó y notó que Bari aún seguía dormido.

Acarició su rostro. Ya no lo vería más, y si lo hacía a partir de ahora sería su enemigo declarado. Dejó un casto beso en sus labios y se levantó ora intentar buscar las patentes.

El primer lugar  donde se dirigió fue hacia el escritorio. Leyó cada papel con meticulosidad y se dio cuenta, emocionada, que todos los papeles eran las patentes de máquinas para refinar el cobre, fabricar bronce y extraer minerales. ¿Aquello le arruinaría la vida a Bari? Tal vez.

Aunque su corazón era suyo, Bari era el talón de Aquiles de su madre. Destruirlo a él sería destruir a su madre. Además, era mejor deshacerse de sus sentimientos ahora, que todavía no resultaba esclavos de ellos.

Recogió cada papel y se detuvo cuando observó un papel hecho una bola en el piso. Lo tomó y lo abrió.

“Querida Lady Emily”.

Sintió un retorcijón en el estómago que no le sentó bien a afianzó el agarre en papel arrugando lo más de lo que ya estaba.

“Me halaga saber que aún recuerda a este hombre que le tiene tanta estima y cariño. Sepa usted que no le guardo ningún rencor y que añoro, usted tampoco guarda aquel terrible sentimiento ante mí persona. Espero también que todos los recursos que les he mandado le sirvan en su viaje, no me agradezca, es lo menos que puedo hacer por usted. No se preocupe por este hombre y su afecto, sabe muy bien que en él siempre mandará una sola persona, y esa, aunque me duela aceptarlo por saber lo desalentadora que es nuestra situación, seguirá siendo usted.

Siempre suyo.

Lord Bari Beamount”.

Su pecho se oprimió y pequeñas gotas comenzaron a caer sobre el amarillento papel.

Que estúpida era al tener la esperanza…

No.

No tenía sentido siquiera pensarlo. Entre ellos nunca hubo una posibilidad. Jamás.

Arrugó el papel sintiéndose decepcionada. Tomó el abrigo de Bari y se cubrió con él corriendo hacia la puerta y cerrándola silenciosamente.

Bajó las escaleras con prisa chocando con Víctor.

—Milady buenos días ¿Va a algún lado?.

—Ha ocurrido una emergencia— dijo caminando hacia las caballerizas con el mayordomo pisándole los talones.

—¿Está usted bien? ¿Es muy grave?— le pregunto Víctor viendo los ojos y la nariz enrojecida de Úrsula.

Montó el caballo y lo arreó con fuerza.

—¡Já!— exclamó al ver qué el caballo protestaba—. Nada de que preocuparse. Volveré.

Cabalgó con todas sus fuerzas decidida y herida. Sintió un leve dolor en el abdomen pero la rabia hacía que lo soportará e incluso que deseara que no desapareciera para no pensar en otra cosa. Los aristócratas estaban dormidos a esas tempranas horas de la mañana y la servidumbre que caminaba por las calles de Londres la ignoró por completo, por su atuendo y por lo rápido que iba.

Llegó a la parte trasera de la mansión de los duques y escaló la ventana de la habitación de Jasmine. No le impresionó que al llegar a la ventana se haya cruzado con un hombre semidesnudo que iba de salida y la miró sorprendido.

—Debería irse un poco más temprano— le sugirió Úrsula para después subir el barandal del balcón y seguir su camino.

Jasmine estaba tarareando una canción acostada en su cama desnuda y sonrió alegre al verla.

—¡Úrsulita!— se puso de rodillas en la cama.

—Necesito la dirección de Brown, ahora.

—Has conseguido las patentes— Úrsula asintió seria y Jasmine aplaudió como una niña—. ¡Que bien! Con el dinero que te dé por completar la misión podrás irte de aquí luego de ejecutar tu venganza. Las cartas entre el maldito del Marqués de Aldrich y la madre del bastardo ya casi está en mis manos y esa será la última pieza de tu juego.

—Sólo dame la dirección de Brown, luego hablaremos de eso.

Jasmine se la dio y le prestó un atuendo más acordé junto a una capucha y una peluca peli negra para que nadie la reconociera.

—¿ Cómo harás con tus pertenencias? Ya no puedes volver a esa casa. ¡Finalmente vuelves hacer libre!— no le emocionó escuchar lo último.

—Regina se encargará de mis pertenencias. Debo irme. Nos veremos luego.

Bajó por el balcón y se fue a pie sabiendo que el caballo llamaría la atención. Tardó veinte minutos en llegar a la mansión que su patrocinador alquilaba. Tocó la puerta siendo recibida por los trabajadores y la llevaron al salón de estar donde Brown estaba leyendo un libro.

Por un breve momento pensó en echarse para atrás. Era a Bari a quien le arruinaría la vida. Él, que siempre había sido víctima de las circunstancias. Sin embargo, recapacitó. ¿Acaso ella no había sido víctima de las circunstancias también?.

—¡Úrsula, que alegría verte!— Úrsula le sonrió y se acercó a él para darle un abrazo—. ¿Cómo va el matrimonio?.

—Como cualquier otro, aburrido. Gracias a Dios el infierno se acaba hoy, te he traído las patentes de Lord Beaumont— le tendió los papeles con el corazón en la boca.

  Brown la miró confundido mientras los recibía. Los leyó con gesto grave.

—¿Tu esposo no te ha dicho?— el corazón se le detuvo.

—¿De qué hablas Brown?—

El hombre sonrió incrédulo y negó con la cabeza mientras el pulso de Úrsula comenzaba a acelerarse.

—Por lo visto no te ha dicho nada— alzó los papeles sonriente—. Hace dos semanas Lord Bari negoció conmigo sus patentes.

—¿Qué?.

—Comenzaba a preocuparme dulzura, pero has hecho tan buen trabajo que el hombre en persona me entrego en paz y de forma legal las patentes.

¡Ese maldito bastardo!.

Llevo su mano a la boca y lanzó un golpe al aire.

Bari. Bari. Bari.

Ese zorro astuto.

No sabía qué tramaba, pero no sé saldría con la suya, eso no. Si no podía destruirlo al menos se quedaría con el dinero y operaria desde las sombras.

— Exijo un aumento en mí recompensa por la forma en que se te entregaron los papeles— dijo recuperándose de su asombro. La sonrisa apenada de Brown la alarmó—. ¿ Ahora qué ocurre Brown?.

—Lord Bari me preguntó cuánto era la recompensa que le daría a la persona que robara sus patentes y me pidió todo el dinero. Técnicamente fue él quien me entregó las patentes, no tú. Lo siento dulzura, no es nada personal. Negocios son negocios.

—¡¿ Pero qué diablos estás diciendo?!— gritó furibunda—. ¡Tenías un trato conmigo!.

—Que no cumpliste.

—¡Estaba en eso!.

—Pero tardaste demasiado dulzura— se arrancó la peluca furiosa y caminó de un lado a otro—. De igual forma, sé que necesitas el dinero. Te lo daré. Pero antes de que lo aceptes y te vayas...— tragó grueso. Conocía a Úrsula, era la más explosiva de todas y un vez que se lo dijera corría el riesgo de ser golpeado así que tomó distancia—. Lord Beaumont me ha dicho que te diga que a menos que quieras que tus amigas sean expuestas debes volver a casa.

Abrió sus ojos estupefactas y se llevó las manos a la cintura.
—¡¿Y no ha hecho nada cuándo le ha dicho eso?!.

—Lamentablemente, dulzura, hay más personas de gran influencia involucradas en esto. No puedo hacer nada contra él— talló su rostro enfurecida—. También me dijo que te dijera que nunca subestimaras—

—¡SU MALDITA INTELIGENCIA!— Brown frunció sus labios tratando de no carcajearse. Úrsula inhaló y exhaló en busca de calma. Bari nuevamente se había salido con la suya—.Canalla infeliz— masculló—. Necesito un carruaje, ¿Tampoco puede darme eso?.

—Claro, de hecho, Lord Bari me dijo—

—Mejor cierre la boca.

Todo el viaje hasta la casa de Bari estuvo lleno de maldiciones e improperios contra su esposo. Estaba amarrada de pies y manos y no entendía cómo ni cuando había ocurrido tal cosa

¿Cuánta influencia tenía ese degenerado como para que Brown no pudiese intervenir?. Sospechaba que sus contactos en la sociedad lunar tenían algo que ver.

Descendió del carruaje sin dar chance siquiera a que el lacayo se detuviera completamente, siendo recibida por la servidumbre.

—Milady,¿ Su emergencia ya se resolvió?.

—¿Dónde está Bari?— preguntó ignorando las palabras de Víctor.

Intuyó que habría problemas a ver la mirada hostil que la vizcondesa tenía y la manera informal con la que se había dirigido a su amo. Al parecer ambos se trataban coloquialmente cuando estaban enojados con el otro.

—En el comedor, su excelencia— le había parecido sospechoso que su amo decidiera desayunar en el comedor y no en su taller. Ahora entendía.

Úrsula caminó de largo hacia el comedor y abrió las puertas con fuerza, chocaron contra las paredes alertando a Bari de su llegada quien alzó la mirada despreocupado y limpió la comisura de sus labios con un servilleta de tela.

—Oh, es usted Milady. Víctor me comentó que se le había presentado una emergencia ¿ Está todo solucionado?

—Deja de fingir. ¡¿ Qué rayos quieres?! ¡Ya descubriste verdaderamente quien soy y lo arruinaste todo!— gritó perdiendo los estribos.

Bari comió un bocado, se levantó de la mesa y caminó hasta la otra punta de la mesa para estar cerca de ella. Había estado planeando todo desde que descubrió su identidad, Cristoph le había ayudado a movido los hilos para que Brown la convenciera de quedarse a su lado, quería averiguar el porqué tanto misterio y su amigo le aseguro que le diría a su tiempo . Cada ddetall había sido calculado con antelación, incluso había dejado las patentes en el escritorio a propósito y su impulsiva esposa no lo defraudó
Ahora debía encargarse de ella y mantenerla vigilada para que no dañara a su familia.

Ese había sido el plan de hace dos semanas.

Hasta que la escuchó decirle te quiero.

Aún el sonido de su voz musitando aquellas palabras hacían eco en su mente. Creyó que solo era una manipulación más de parte suya hasta que sintió aquel beso en la mañana que le supo tan amargo porque presintió que era un beso de despedida.

El cazador había resultado cazado, y él aprovecharía aquel amor para mantenerla bajo su control y evitar que causará algún daño o atentara contra la tranquilidad de su familia. Sin embargo, había notado el papel donde le había escrito la carta a Lady Emily desenvuelto. Significaba que lo había leído y que quizás estaba dolida, sin agregar que se encontraba enojada por haber arruinado sus planes.

—Quiero que te quedes a mí lado— respondió.

—¿Por qué?.

—Porque ahora eres mí esposa. No tienes misiones que cumplir desde este momento, puedes actuar como realmente eres.

Úrsula lo observó con los ojos entrecerrados. ¿Qué quería realmente?. Sería difícil averiguarlo pero no tenía opción. Sus verdaderas intenciones aún no habían sido descubiertas así que seguiría con el antiguo plan de hacer todo desde allí para evitar que Jasmine y Agnes se vieran afectadas.

Alzó su mentón y se cruzó de brazos altanera.

—Bien. Ahora que sabe la verdad no tengo porque fingir absolutamente nada. Sepa que lo detesto y que soy feliz cada vez que se va con su amante y no veo su rostro. Si gusta puede pasar la noche con su verdadero Amor.

— Bien— respondió levantándose de la mesa.

Al notar que no obtuvo la reacción qué esperaba continúo.

—Hay que ver qué de tal palo tal astilla. Su padre vivía en un matrimonio infeliz y buscaba consuelo en los brazos de quien era realmente amaba dañando a su inocente esposa y al final, se casó con la que verdaderamente amaba acabando con la otra.

Acortó la distancia entre ellos y la miró con seriedad. La atracción, a pesar de negarlo, estaba allí, entre ambos. Bari no podía evitar ver sus labios y Úrsula no podía evitar ver los suyos.

—¿Dónde ha escuchado tal cosa?— preguntó alterado. Úrsula sonrió sabiendo que había dado en clavo.

—Por ahí— comentó despreocupada tratando de tranquilizar los latidos desenfrenados de su corazón.

—No vuelva a mencionar semejante cosa— siseó .

Una cosa era tener en cuenta que Úrsula conocía la historia, y otra era escucharla con tanta ponzoña y veneno en voz alta.

Úrsula no se acojonó y lo vio desafiante. Bari quedó prendado en sus ojos chispeantes y se dijo que no podía sucumbir a ella, no en ese momento.

—Menciono lo que me apetezca. Y a diferencia de su padre y la pobre desafortunada de la antigua condesa, yo no me quedaré de brazos cruzados. Mientras usted se deleita con la dueña de su afecto —escupió las últimas palabras con desprecio—, me deleitaré con otros tantos que desean estar conmigo. Con permiso— la tomó del brazo con fuerza para evitar que se fuera y la pegó a su pecho—. Quíteme las manos de encima.

—¿Dónde cree que va? ¿Le dije acaso que puede salir de esta casa?— cuestionó perdiendo los estribos ante su insinuación. Con los labios muy cerca de los suyos—.¡Nadie más puede estar con usted! — dijo colérico sorprendiéndola—. Escuchó la advertencia de Brown, si no quiere que ponga en marcha lo que ha dicho será mejor que se mantenga al margen.

Se mantuvieron la mirada. Firmes, desafiantes. Nunca antes de habían sentido así con otra personas. Ambos habían colmado al otro, en todos los aspectos.

Sus corazones iban al ritmo de un galope de caballos, sus respiraciones agitadas y el inevitable deseo de besarse se manifestaban con fuerza y cinismo entre los dos.

Bari no pudo contenerse más, aquellas palabras que le había dicho lo venían atormentando. Sería estúpido negar que ansiaba tenerla entre sus brazos y volver a escucharla entre sus labios.

Sin embargo,  lo único que tuvo fue un pisotón, una patada en los testículos y un fuerte:

—¡VAYASE AL DEMONIO!— no hubo rincón de la casa donde la vizcondesa no hubiese sido escuchada.

Subió a su habitación entre juramentos, en una marcha rápida y furibunda.

Bari aún se sobaba el pie en el comedor entre el dolor y la risa por lo sucedido.

—¿Milord, se encuentran bien? —Víctor pensó que su amo se había vuelto verdaderamente loco al verlo sonreír luego del altercado que había tenido. Nunca lo había con aquel brillo divertido en los ojos.

Este hombre es un masoquista, pensó Víctor.

—Estoy bien, Víctor. Sólo ha sido un pequeño conflicto marital— dijo un poco más alegre que de costumbre.

Le agradaba conocer a la verdadera Úrsula.




ÚRSULA (SAGA:Feme Fatale #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora