Capítulo XX

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¡Feliz Navidad!

Agnes subió los escalones que daban a la inmensa puerta de la casa del Duque de Sutherland ocultando el cansancio a cada paso que daba. Había atendido a las jóvenes secuestradas hasta el amanecer y al llegar a la casa de la duquesa había recibido una carta donde Duncan solicitaba, no, exigía su presencia. Pudo haberse negado, pero la salud del duque no estaba del todo bien, temía que tuviese algún inconveniente y que luego se viese involucrada.

La servidumbre le abrió la puerta y la llevó al despacho. Duncan estaba  con una cortesana que tenía el torso desnudo y besaba su cuello susurrándole cosas al oído mientras se carcajeaban. Gracias a Dios, Agnes gozaba de un autocontrol que no lo tenía cualquiera, y a pesar de la indignación que le causaba semejante falta de respeto, no dijo nada. Después de todo,  así eran los hombres.

—Su excelencia— el aludido alzó el rostro sin mostrarse avergonzado por ser encontrado en semejante escena. Era Bruno quien estaba en la puerta así que no había porqué temer si ya era conocedor de sus andanzas.

—Sir Kensie— le saludó entusiasmado. Alejó a la mujer para recibirlo y esta se levantó y tapó sus senos con falsa vergüenza viéndola coqueta—. Puedes retirarte dulzura—  le guiñó el ojo y la mujer soltó una risilla mientras cruzaba puerta, no sin antes lanzarle un beso a Agnes que fue correspondido con una mirada gélida.

Agnes le abrió la puerta con educación y luego la cerró lentamente. Se acercó al escritorio ocultando su mal humor e hizo una leve reverencia.

Fantástico. Había dejado de lado su descanso para ir a ver pechos desnudos. Que ilusa al pensar que el hombre se hallaba solo y moribundo ya que nadie en su círculo de amigos— a excepción de su madre— se habían enterado de la paliza que le habían dado, “por cuestión de honor" según palabras suyas.

—¿No está usted aún convaleciente?— preguntó a ver si así el hombre concientizaba un poco sobre su estado. Sin embargo, la sonrisa pícara de Duncan le hizo ver qué eso no pasaría.

— No hay mejor medicina que una mujer hermosa, Sir Kensie—respondió.  Abotonó su camisa y arregló su chaleco para levantarse adolorido—. Debe estar cansado de escucharme, pero quiero agradecerle por salvar mí vida.

Agnes asintió modestamente. Había sido difícil atender a Duncan, los golpes aún le pasaban factura y aún así el seguía actuando como un crápula sin escrúpulos.

Fue una odisea llevarlo oculto y malherido hasta su casa para que nadie notará que el gran e intachable duque había recibido una golpiza en una fiesta pagaba, escandalosa y vulgar. Contactó a Sir Erick aquella noche para que se encargará de él y se fue para atender sus propios asuntos. En todo el camino se reprochaba por haberlo salvado, pero al ver a lady Margaret llorándole y agradeciéndole luego de un cálido abrazo, supo que había hecho lo correcto.

Se replanteó nuevamente si había actuado correctamente o bien había dejado vivir a una plaga más en el mundo al ver como el hombre tomaba una botella de cristal llena de licor y se servía un poco. Observó la botella a ver si ahí encontraba la calma y la paciencia que necesitaba.

—No debería beber tanto, su excelencia. La última vez el alcohol le hizo perder el control.

Duncan sirvió el licor en el pequeño vaso de cristal y bebió un poco ignorando la sugerencia de quien— luego de salvarle el pellejo— consideraba su amigo.

Le tendió el vaso a Agnes pero la mujer disfrazada de hombre se negó y Duncan no siguió insistiendo bebiéndose el licor. Su sonrisa y coquetería desaparecieron al beber el segundo vaso como si en aquel cristal se viese reflejado el rostro de la mujer que llevaba fastidiando sus pensamientos y sueños desde varias lunas pasadas.

ÚRSULA (SAGA:Feme Fatale #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora