CAPÍTULO 3

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El sol entra por la ventana, justo cuando empiezo a hacerle las dos coletas a ambos lados de su cabeza, a Cristina.

−¿Vendrás a por mí?

Su pregunta me hace sonreír tiernamente, mientras le miro de frente.

−¡Pues claro que sí!

Beso su frente y ella me dedica otra de sus alegres sonrisas.

Cuando llego a casa, nuevamente, los camiones de mudanza vuelven a ocupar parte de la estrecha calle. Me apresuro rápidamente a abrir la puerta torpemente, hasta que finalmente lo consigo.

Sé que ninguno de mis padres están en casa, mi madre trabaja hasta tarde en un súper y Carlos, que así se llama mi padrastro, no sé donde se mete todas las mañanas, pero tampoco me interesa mucho. Aprovecho para hacer gran limpieza de apuntes y hojas sueltas que tengo sobre mi viejo escritorio del dormitorio, así que subo a paso acelerado a mi habitación y una vez allí, los esparzo todos por el suelo y tomo asiento en este rodeada por todo el papeleo. En ocasiones he levantado la vista hacia el balcón y he podido ver al chico apoyado mientras se fumaba un cigarro, estoy segura de que también me ha visto pero que se ha hecho tanto el loco como yo.

La puerta de mi habitación se cierra de golpe, lo que me hace desviar la atención girándome por completo hasta esta, que aparte de encontrármela cerrada, me encuentro el motivo del porqué se ha cerrado. Carlos.

−¿Qué haces en mi habitación?

Me levanto rápidamente del suelo.

−No es tu habitación, la pagamos tu madre y yo.

Río con ironía y me cruzo de brazos alzando mis dos oscuras cejas.

−¿Tú? No me hagas reír, por favor.

Él sonríe y entra y se pasea cerca de mi cama.

−Tu hermana no puede dormir aquí.

−Mi hermana puede dormir donde ella quiera.

Su mirada se pierde en toda la montaña de apuntes sucios que llevo hasta ahora en una parte del suelo. Se acerca a paso ligero hasta ellos y les mete una patada, con tanta mala suerte que también le da a mi escritorio y parte una de las patas haciendo saltar parte de la madera junto con un ruido tremendo. Un vaso de agua que hay sobre el escritorio junto con mi portátil caen sobre los apuntes que sí que me servían. Rápidamente me acerco a recoger el portátil y apartar el vaso de agua para que no siga calando pero al intentar agacharme, él tira de mi brazo fuertemente hacia arriba poniéndome recta ante él.

−No me toques los cojones Sonia. Porque ya sabes cómo me pongo, ¿verdad? Como... me pones tú, ¿no?

Sus palabras van descendiendo de su tono de voz a la misma vez que su mano desciende por mi brazo hasta mi mano y de ahí, se traslada a mi cintura. Pega su cara a la mía, y ahí es cuando me doy cuenta de que ha tenido que estar bebiendo porque su aliento apesta a alcohol. Mi cuerpo está inmóvil hasta que algo choca contra el cristal del balcón de mi habitación haciendo que ambos nos sobresaltemos y que capte toda nuestra atención. Carlos rápidamente sale a mi balcón, abriendo la puerta agresivamente y yo, salgo tras él.

−Han... Han sido unos hombres que estaban pintando y lijando la baranda... Ha debido saltar algo a esta ventada.

Se gira hacia mi bruscamente y con tez seria.

−Eso espero, eso... Espero.

Absorbe mi olor de una forma asquerosa y repugnante.

−Sal de mi habitación, por favor.

Intento suplicarle.

Me hace caso, sale de la habitación a paso ligero y vuelve a cerrar la puerta con otro de sus portazos.

Me acerco hacia la baranda y miro hacia abajo, donde da a los dos matorrales, de mis nuevos vecinos y los nuestros, que se unen entre ellos. Sé que no ha venido de ahí, pero le doy tiempo a que el nuevo chico salga de detrás de sus cortinas.

−¿Estás bien?

−Sí, sí... Yo...

Él me corta.

−Lo siento, no quería llegar a tirar nada pero he visto como ese tío se ha pegado a ti de esa forma y lo que ha hecho...

−No, no te preocupes... G-gracias...

Él me dedica un dulce y tímida sonrisa de lado.

El chico es realmente guapo, alto y ojos y pelo negro, piel bronceada aunque no lo suficiente y de cuerpo, algo normal. Tiene una sonrisa bonita que achina sus ojos cuando sonríe ampliamente.

−Tu habitación ha quedado echa un desastre.

Mira por encima de mis hombros y yo le sigo con la mirada también hasta ella. Mis ojos la repasan: todas las hojas, ahora de nuevo juntas y la gran mayoría mojadas, un par de trozos de madera esparcidos alrededor de estos y mi portátil, que espero que no haya sufrido ningún daño.

−Te ayudaría pero... Mi habitación está peor que la tuya, por raro que sea...

Se echa hacia un lado a la vez que camina hasta su ventada, corre las cortinas y me deja ver su interior, aún lleno de cajas lo único que hay en la habitación desempaquetado es un colchón y un escritorio junto a su silla.

−Creo que podré apañármelas sola.

Él alza sus dos cejas mientras hace una mueca y e vuelve a acercar a la barandilla.

−Espero que no te lleve mucho tiempo, vecina.

Saca uno de sus cigarros de la cajetilla que lleva en el bolsillo de su chaqueta negra, la de ayer y lo enciende a una velocidad increíble. Yo doy unos pequeños pasos hacia atrás con una sonrisa sin dejar de observarle.

−Parece que lo tuyo llevará más tiempo, así qué... Deberías de ponerte a ello cuanto antes.

−Estoy en un descanso, puedo permitírmelo.

Río levemente y frunzo el ceño aún con una sonrisa.

−¿Permitirte espiarme?

−No te espío, solo te observo.

Su mirada es fría mientras que da otra calada a su cigarro, fría y seria, tanto que me hace ruborizarme e intento disimularlo.

−Algún día tendrás que explicarme esa diferencia, Mike. Me lo apunto.

Intento imitar a los típicos anuncios de tele-tienda mientras me encojo de hombros dando otros dos pequeños pasos, con la intención de introducirme de una vez por todas en mi habitación.

Mi vecino sonríe ampliamente.

−Pensé que serías más inteligente, Timothy. Tendrás que esperar hasta entonces.

Me hace explotar en una sonora risa al escuchar su imitación del mismo anuncio y del nombre, tan original, que ha elegido para llamarme.

−¿Timothy? ¿En serio?

Él chico sonríe y más tarde ríe. Su reloj comienza a emitir unos pitidos que indica que es la hora punta. Un Casio, que tradicional...

¡Mierda, Cristina!

−Bueno, nos vemos vecino... Y gracias.

Antes de salir escucho de nuevo su voz.

−No me las tienes que dar.

−No es solo por lo de hoy, ya sabes porque más lo digo.

No dejo que conteste, me meto en la habitación y arrastro la hoja del balcón y una vez cerrada por completo mis ojos se clavan en él y termino sonriéndole.

Me giro a la habitación, por un momento se me había olvidado todo el destrozo que se ha causado dentro de la habitación hace unos minutos. Aún así no me da tiempo a recogerlo, tengo que ir al colegio de mi hermanita a por ella.

HEY, VECINO. {COMPLETA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora