CAPÍTULO 1

468 63 51
                                    

−Tú sabes mejor que nadie que esto no va como tú lo quieras, no en mi situación.

−¿Y qué le digo? ¿Qué la devuelva ahora que está pagada?

Mathias clava sus ojos en mí, desviando la vista de la carretera.

−¡Te dije que no compraras! Pero todo lo que te digo te entra por un oído y te sale por otro.

Sigue sin mirar hacia delante, cosa que me asusta sobre todo, por el estado en el que parece que va por sus ojos enrojecidos.

−¡Pensaba que ibas a venir! Pero siempre te rajas.

Da un manotazo en el volante, asustándome más aún. Es ahí cuando decido relajarme y rebajar mi tono de voz, hablar con algo más de tranquilidad.

−Sabes cómo son mis padres, como es mi padrastro. Lo sabes.

Juego con mis dedos, intentado no unir de nuevo, nuestras miradas.

−Y tú sabes cómo soy yo, ¿verdad?

La velocidad parece disminuir, el paisaje del exterior que se ve a través de la ventanilla del coche va más lento. Queda nada para llegar a mi casa y él se acerca peligrosamente a la puerta.

−Déjame aquí.

Desabrocho el cinturón que protege mi cuerpo y dejo que vuelva, con cuidado, a su lugar de procedencia. Sé que la cosa se está poniendo lo suficientemente fea como para seguir con esta conversación.

−¿Qué más da otros treinta minutos más tarde? Podríamos divertirnos de verdad.

El coche de Mathias se detiene a un lado de la calle, a tres casas de la mía. Pone su mano sobre mi rodilla, ahora descubierta por los pantalones cortos que llevo puestos. Le miro durante unos segundos, sus ojos están fijos en mis piernas mientras sube su mano hasta mis muslos. Su sonrisa se intensifica. Va completamente drogado, como siempre.

Hago que el contacto se termine, igual que todo lo que ha existido entre nosotros. Le pongo fin a todo lo que se califique como nuestro.

−Vete a la mierda, Mathias.

Abro la puerta que me corresponde en el coche. Para cuando cierro de un golpe esta, Mathias rodea el coche y me impide que siga mi camino a la vez que me coge de la parte superior del brazo.

−Sube al puto coche, Sonia.

Sus labios se juntan tanto a los míos, que casi puedo colocarme con el olor a hierba del último porro que se ha fumado.

−Vete a tu casa.

Empujo su pecho, deshaciéndome de él y comenzando a caminar de nuevo dándole la espalda. Aunque no tarda en cortarme el paso de nuevo y acortando la distancia entre nosotros.

−Esto tiene que acabar mejor que todo esto. Sube al coche y lo verás, te lo prometo nena.

Mientras acaricia mi mejilla con el dorso de sus dedos, mis ojos se clavan en los suyos hinchados y empiezo a negar con la cabeza.

−¿No le has oído ya?

Con la figura de Mathias tan cerca, no me había dado cuenta de que ha aparecido una figura desconocida de un chico detrás de él. Mathias se gira hacia su voz.

−¿Perdona?

La sonrisa que aparece en la cara de Mathias la conozco a la perfección y no es de la amigable, sino todo lo contrario. Significa problemas.

−Mathias, venga. Vete a casa.

Esta vez soy yo la que atrae el cuerpo de Mathias hacia el mío. Pero este se resiste sin apartar la mirada del chico desconocido.

−Eso mismo, que te vayas a tu casa. ¿Te lo vuelve a repetir?

El desconocido, bastante alto por cierto, no pierde la compostura alguna. Es más, da un paso hacia Mathias. Aunque comparando la complexión física de este, con la del que era mi chico hasta hace unos minutos, estoy segura de que ganaría el primero. No por fuerza, sino porque Mathias es más bajo, más delgado y, estoy segura, que los efectos de la hierba no le van a dar la fuerza de Popeye.

−Por favor, Mathias. Vete.

Zarandeo suavemente su brazo mientras le sigo suplicando. No quiero líos, y menos aquí, a unos escasos metros de mi casa.

−Te voy a llamar cuando llegue a casa.

Se acerca a mis labios, pero giro levemente mi cara haciendo que sus labios depositen el beso en una de mis mejillas. Mira por última vez al chico, que sigue se coloca junto a mí y se aleja hasta subir en su coche y desaparecer de allí. Me giro hacia el chico.

−No te tenías que haber metido, ni menos defenderme así.

Me fijo en sus grandes ojos negros, que ahora me observan con detenimiento.

Lo que me hubiese faltado es montar un espectáculo cerca de casa, eso a mis padres les hubiesen encantado para dejarme un mes sin salir con esa misma excusa.

−No te he defendido.

En el momento de escuchar esas palabras, se me escapa una risa leve y la intento disimular mientras niego con la cabeza y comienzo a andar hasta mi casa. Esquivando dos grandes camiones de mudanza que están en la calle.

Por un momento pienso que el chico me sigue hasta casa pero justo cuando me voy a girar para llamarle la atención, dejo de escuchar sus pasos detrás de mí.

Cuando llegue a la puerta de mi casa miro hacia el cielo, nublado, como no. Miro al lado contrario. Tengo nuevos vecinos, de ahí los camiones de mudanza. Justo al lado de mi casa, en la casa de la señora Jiménez , la que vivía con su precioso gatito. Aún recuerdo cuando su animalito saltó de su balcón al mío, que susto me llevé al verle hacerlo. Es lo que tiene vivir en esta especie de urbanización, los balcones y ventanas que unen casa con casa están demasiado pegados, muy unidos los unos con los otros, de una distancia similar al de un palo de escoba y aún así, diría yo, que tocaba con uno de los extremos al otro lado.

Una señora me hace salir de mis pensamientos y recuerdos, me está... ¿saludando? Miro hacia atrás y compruebo que no hay nadie. Confundida, levanto mi mano y le saludo aún no muy segura de sí me está saludando a mí o no. Ella sonríe alegremente, es una rubia bastante guapa, y me recuerda a alguien que no consigo descifrar muy bien quién es. Se agacha y coge una caja de cartón del suelo que parece que había dejado en el suelo solo para hacerme el bonito gesto. Vaya, una vecina bastante agradable.

Busco en mi bolso las llaves de casa, pero la puerta se abre de golpe, haciendo bastante ruido y aparece mi padrastro dentro de casa, como si de una fiera salvaje se tratara. Coge de mi muñeca y tira de ella hacia el interior de nuestra casa con bastante energía y haciendo que casi me dé de bruces con la bola que hay en la barandilla de las escaleras que conectan los dos pisos de nuestras humilde y tranquila casa.

Hogar, dulce hogar...

HEY, VECINO. {COMPLETA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora